La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Un autor a contracorriente

Las malas expectativas generales durante el reinado de Jacobo I contrastan con las esperanzas de un Shakespeare que empieza a ser reconocido como dramaturgo de porte

Un autor a contracorriente

Entre la muerte de la reina Isabel I y la coronación de Jacobo I, primer monarca en Inglaterra de la casa Estuardo, pasaron cuatro meses. Tiempo más que suficiente para que la semilla de un cruel epigrama germinara entre la masa de los nuevos súbditos: Rex fuit Elizabeth: nunc est Regina Iacobus (Elizabeth fue un rey; ahora nos gobierna la reina Jacobo). Semanas estas, por tanto, en las que al pueblo se le brindó la oportunidad de observar esto también: la homosexualidad latente de un rey que habría a la larga de quedar clara en una serie de relaciones sexuales ilícitas, entre las que destacaría la mantenida con George Villiers, el "Steenie" de un monarca que llegaría a describirlo como su "esposa", elevado a primer duque de Buckingham y luego asesinado durante el posterior reinado de Carlos I. A ese hecho, no menor en una época que castigaba esa inclinación sexual con la muerte, habría que unir toda una cuerda de detalles no precisamente triviales a la hora de conformar la opinión de la masa de súbditos contra su rey: su origen escocés (y por lo tanto extranjero), su tolerancia con los abusos de la nueva nobleza norteña, rapaz como pocas, su insufrible pedantería, su personal creencia en el carácter semidivino de la figura real o, en fin, su abundante y muy desagradable babeo a la hora de hablar.

Y, sin embargo, probablemente existió entre ese número de personas críticas una que no comulgó con el sentir común: William Shakespeare. Nacido en 1564, al gran dramaturgo le quedaban en 1603, año de la coronación, aún diez años por delante en los que desarrollar su obra, a veces a un ritmo frenético: en 1606, por poner un ejemplo, sacó a la luz no sólo El rey Lear, sino también Macbeth y Antonio y Cleopatra. Después de una época de sequía no estaba mal. Nada mal. Porque sú ultimo gran éxito, a caballo entre los dos siglos, había sido Hamlet.

William Shakespeare, por tanto, nadó en esos primeros años del nuevo reinado, y habría de seguir haciéndolo, "contra corriente". La ansiedad y las malas expectativas de la mayoría, alimentadas por hechos tan cruciales como la llegada de la peste, la conjura terrorista "de la pólvora" o los infructuosos esfuerzos reales por consolidar un "reino unido", estaban con toda probabilidad reñidas con las esperanzas de un dramaturgo que figuraba ya, por derecho propio, como una de las personas principales en la nueva compañía teatral, The King's Men, que el rey, en una de sus primeras decisiones en Inglaterra, habría de crear por patente real el 19 de Mayo de 1603. A ese hecho, corroborado por la subsiguiente deferencia que el rey tuvo con los actores al permitirles desfilar con su nueva librea en el lluvioso día de su coronación, habría que añadir otros no menos significativos a la larga. Uno en particular destaca desde nuestra visión en el presente: la inclusión en esa misma patente real que hacía nacer a la nueva compañía de los nombres de John Heminges y Henry Condell, los amigos del dramaturgo que en 1623, siete años después de la muerte de éste, pero aún en período "jacobino", habrían de sacar a la luz la edición en tamaño folio de las obras completas del autor (aunque sin incluir su magistral secuencia de sonetos). Hecho capital, esa primera compilación dio a conocer no menos de 18 obras que no habían sido impresas con anterioridad. Esa y no otra es la razón que explica que hoy podamos disfrutar de trabajos como Medida por Medida, Coriolano, Macbeth (obra legitimadora de la nueva dinastía), El Cuento de Invierno o La Tempestad, la última obra completa que William Shakespeare escribiera antes de retirarse a su Stratford natal y en 1616 dejar en testamento a Anne Hathaway, su esposa, "su segunda mejor cama."

Compartir el artículo

stats