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Música

Una mirada distinta

La necesidad de que artistas extranjeros aborden también la zarzuela

Hay un hecho que me llama la atención porque lo he visto repetido en varias ocasiones: cuando se ha propuesto a directores musicales o de escena extranjeros la realización de diferentes títulos de zarzuela, he notado cierto resquemor en una parte del sector, como si este género hubiera de estar únicamente en manos de artistas nacionales para lograr mantener las esencias del mismo. Pensar así es un disparate porque la música malamente admite de fronteras y estabulaciones. Es un error tremendo restringir acercamientos que pueden aportar y mucho. Imaginemos que Verdi sólo pudiese ser abordado por italianos o Britten por ingleses, por poner dos autores operísticos. Sería un despropósito.

Y, precisamente, lo que enriquece es tener la oportunidad de una mirada diferente a la de la tradición, tantas veces tan dañina, que aporte aire fresco y ópticas diferenciadas sobre los espectáculos más reiterados o ante las recuperaciones. Normalmente un artista que no sea español no tiene prejuicios preconcebidos a la hora de acercarse al género. Tres ejemplos pueden servirnos en este sentido: cuando Graham Vick se hizo cargo de Curro Vargas de Chapí en el teatro de La Zarzuela de Madrid y en el Campoamor, consiguió un acercamiento a la obra espectacular, reconocido con premios y una magnífica acogida popular, con polémica incluida que esto ayuda aún más a la venta de entradas. Ahora, en Madrid la temporada se abre con una nueva producción de Las golondrinas de Usandizaga de la mano de Giancarlo del Monaco y existe gran expectación por ver el resultado del mismo.

En el plano musical, el director titular de Oviedo Filarmonía, se ha tomado muy en serio la zarzuela. Marzio Conti, italiano, considera un deber trabajar de forma habitual en el festival ovetense. Lo hace con rigor y también con convencimiento de la calidad del mismo y no entiende determinados prejuicios que subsisten en torno al mismo.

Estas tres miradas ayudan y mucho, pero hay más: por ejemplo la mezzo letona Elina Garanca, una de las grandes estrellas de la lírica actual, es una defensora a ultranza de la zarzuela e incluye romanzas en sus conciertos y recitales. La serie podría hacerse más nutrida, pero estos casos debieran servir para que reflexionemos sobre un género que está en una encrucijada tremenda, abandonado por la mayoría de las instituciones y que sobrevive a duras penas porque muy pocos teatros se afanan en lograr proyectos de calidad, de primer nivel. Merece la pena un esfuerzo significativo desde los organismos públicos que ha de ir más allá del teatro de La Zarzuela. Es precisa una política nacional en este ámbito y que, además de una implicación de los artistas españoles en profundidad, siga ofreciendo ventanas a todos aquellos artistas foráneos que se quieran acercar. Su visión de los grandes títulos nos engrandece, suma, y ayuda a repensar el repertorio. Y, sobre todo, conviene dejar a un lado nuestros prejuicios hacia aquellos que llegan desde otros países y ayudan en una reivindicación tan necesaria.

Merece la pena un esfuerzo significativo desde los organismos públicos que ha de ir más allá del teatro de La Zarzuela

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