Bruno Trelles supo hacer de la necesidad virtud cuando, sobre su artesano taller de enmarcación, se las ingenió para instalar, hace ya algún tiempo y en muy reducido espacio, una galería de arte que mira hacia el exterior, la muy gijonesa calle Cura Sama. Cabría decir que más que pequeña la galería es "recogida", y desde ese recogimiento que invita a la contemplación sus paredes nos hablan de arte y, sí, en la intimidad.
Ahora, la galería inicia una serie de exposiciones que plantean un íntimo encuentro o diálogo entre la obra de dos artistas unidos por algún vínculo, una afinidad selectiva, que este primer caso son Francisco Fernández (San Juan de la Arena, 1950) y José Andrés Gutiérrez (Luanco, 1959- Oviedo, 1994) que en un tiempo pasado que hoy recordamos con nostalgia, fueron amigos y compañeros en el arte. Para la mayoría de los lectores, que probablemente no habrán podido guardar ese recuerdo, diremos que José Andrés fue sin duda uno de los mejores pintores asturianos de su generación, pese a haber fallecido con solo 34 años, después de haber ganado el Certamen de Luarca y figurar en la Bienal Ciudad de Oviedo de 1992. Cualquiera que haya visto la magnífica exposición homenaje que le dedicó la Caja de Ahorros en 1995, especialmente si conserva el catálogo, corroborará lo que digo sobre una obra de calidad en toda su producción pero que en la última época, influida por el neoexpresionismo alemán vigente y luego en la abstracción, denotaba un talento y creatividad que bien podría equipararse con la que por entonces pintaban Sicilia, Barceló o Uslé, por ejemplo, y probablemente hubiera hecho de él una figura presente en aquella feliz eclosión de la pintura española que comenzó en los años ochenta.
Y junto a la pintura de José Andrés, la de Paco Fernández, bien conocida y reconocida entre las mejores del arte asturiano actual. ¿Cuál es el vínculo que les une? Bruno Trelles dice que la amistad, pero además habrá que recordar que los dos formaron parte de la muestra con la que se inauguró la sala de exposiciones de la nueva Casa de la Cultura de Avilés en 1989, por entonces al cuidado del gran Ramón Rodríguez, en la que figuraban también Miguel Galano y María Álvarez, que por otra parte habían celebrado en la antigua Casa de la Cultura, con el añadido entonces de Ignacio Bernardo, su primera exposición. ¿Habrá algo que una más que esto?
De modo que en el arte y en el sentimiento tiene mucho sentido esta exposición que inicia, como antes se dice, una serie de encuentros entre artistas que es de esperar coincidan sobre todo en que, en la pintura, el medio que genera la emoción no es la imagen sino la propia pintura, que en su caso discurriría por diferentes planteamientos. Nacidos los dos de cara a la mar, Paco Fernández la conservó siempre en su retina y pensamiento y la hizo luz y concepto espacial específico en los muchos infinitos posibles de su paisaje, en sus monocromatismos incluso. En esta exposición nos ofrece además alguna muestra de cómo una escueta y concisa línea, en su esencialidad formal y conceptual, puede transformar la estructura y el sentido de una obra, y también una impactante pintura que supongo de la época de la serie de Tánger, que entonces me pareció contar con la energía cromática de Guerrero, la sensualidad matissiana y el temblor expresivo de las rayas de Scully. José Andrés Gutiérrez prefirió en cambio la vigorosa y bella tosquedad expresionista, la confluencia de materia, forma y gesto en el efecto textural de los empastes y la construcción barroca de la luz, aunque esa obra, que desembocó en la abstracción, pertenece a su última etapa. En esta exposición podemos ver piezas muy interesantes, entre otras una serie de hermosas pinturas boscosas en un sugestivo territorio entre la figuración y la abstracción lírica, y obra en pequeño formato de distinta época.
