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Libros

El fin de la inocencia

El Chile de los noventa visto por sus niñas

Qué vergüenza es la primera publicación de la joven autora chilena Paulina Flores, nacida en 1988, quien con el relato que da título a la colección ganó el Premio Roberto Bolaño y con el volumen completo recibió el Premio de Literatura del Círculo de Críticos de Arte a la mejor escritora novel.

El libro consta de nueve relatos, o quizás sea más acertado decir que consta de ocho narraciones breves y una novela corta, que cierra el volumen. La mayor parte de las historias están contadas desde el punto de vista de niñas (un niño en unas pocas ocasiones) que, como dice el periodista Aldo Perán, "son testigos de los fracasos de sus padres y se aproximan al fin de la inocencia". Efectivamente, estas hijas de familias mal avenidas perciben la tristeza del ambiente y se revelan como demasiado reflexivas para su edad.

Las casas que habitan o que visitan son espacios desnudos, sin personalidad, tan poco acogedoras que las niñas encuentran cobijo bajo la cama o entre las sábanas. De ahí que busquen con frecuencia el calor de la amistad; "por fin compartiría mi vida junto a otra como yo y experimentaría todos esos sentimientos y responsabilidades que, creía, conllevaban las relaciones entre las niñas y que deseaba hace tanto: la ternura, los secretos, la entrega incondicional, el compromiso grave y risueño".

Estas niñas, que alimentan sueños "de adulta independiente", tienen una relación difícil con sus madres y se desilusionan con unos padres que demuestran pronto que no tienen superpoderes, que quedan en el paro, que se abandonan y que, en un momento dado, abandonan a la familia. Hay dos ejemplos muy duros en el libro; uno sucede en "Olvidar a Freddy", cuando la niña protagonista, al comprender que su amiga no tiene padre conocido, reflexiona que en esa casa "no parecía que faltara un padre, sino todo lo contrario: evidenciaba lo mucho que sobraba en todas las familias". El otro momento aparece en "Qué vergüenza", al admitir el padre, sólo para sí mismo, que mientras trabajó no se preocupó por saber nada de sus hijas; ahora que está parado y tiene que pasar el verano con ellas en casa, reconoce este tiempo como "abrumador": "ahí estaban siempre, rondando por la casa, esperándolo, exigiendo, dependiendo de él. Nada parecía decepcionarlas, pero él se escondía en su pieza porque ni siquiera lograba sostener sus miradas".

La novela breve "Afortunada de mí" encadena fragmentos de dos historias que bien pudieran ser la misma, la de una Nicole niña, que sigue la pauta de las narraciones anteriores, y la de una Nicole adulta, devenida en Denise. El nexo de unión podría ser su reacción ante el aspecto más físico del amor, que sorprende su vida de niña sobreprotegida y feliz convirtiéndola en una adulta solitaria e irresoluta. El relato (y el libro) terminan con la protagonista tirada en la cama, estática, contemplando el techo, cuando oye llamar a la puerta, ¿a su puerta?: "Escucha. Tal vez llaman a la puerta de otro departamento, ¿acaso es ella la única que espera a alguien?", ¿es ella la única que espera algo indefinido indefinidamente? Como lectora, yo preferiría que Paulina Flores hubiera desarrollado esta narración como una novela que resolviera convincentemente las medias claves que ofrece; pero es Flores la dueña de su discurso.

De nuevo Aldo Perán nos aclara, desde el periódico chileno "La Tercera", que aquí se narra la vida cotidiana del Chile de los 90, con los temas que esconden las familias de la clase media "debajo de la alfombra".

Qué vergüenza constituye, pues, una rápida visión de los problemas de la gente en un país que se desaceleraba económicamente durante una crisis, que para Chile era, en aquel momento, el resultado de la crisis asiática.

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