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Arte

Pablo Pons, el feliz abuso de la licencia expresionista

Junto a un feroz eclecticismo, el pintor propicia un diálogo figuración-abstracción tan sugestivo como heterogéneo

Es interesante y atractiva, y tiene personalidad, la pintura que expone en la sala Borrón Pablo Pons, que fuera seleccionado en la Muestra de Artes Plásticas del Principado de Asturias en 2015. Y no son esas virtudes fáciles de acreditar cuando se pinta en una tendencia artística que es proclive a caer en el adefesio o el banal pintarrajeado, inclinación probablemente debida a que arrastra el pecado original de haber nacido cuando -en torno a los años ochenta- se produjo una violenta reacción contra las formas reduccionistas -conceptualismos y minimalismos- que se habían impuesto en las décadas anteriores. En la necesidad urgente de imágenes figurativas y exaltación del pictoricismo, y en el capítulo de la gran diversidad de neofiguraciones, junto a movimientos importantes como los nuevos expresionistas alemanes y la transvanguardia italiana, se colaron bastantes esperpentos, hasta el punto de que entre los artistas de la "nueva imagen" norteamericana inspirada en la actualidad de Europa, hubo un peyorativo nombre de tendencia: la "bad painting", aunque también es verdad que no siempre aplicado con justicia.

Pero no es ese el caso de Pablo Pons (Avilés, 1987), cuya obra entronca con aquellos años ochenta de necesidad material y conceptual de pintura y de imágenes, con un planteamiento moderno peligrosamente acercado al exceso plásticamente injustificado. Claro que detrás de esta apuesta arriesgada hay un talento artístico indudable y por eso admitimos y admiramos su exaltación pictórica, el abuso de la licencia expresionista para el barroquismo en el uso de la materia y construcción de las descentradas, desequilibradas y múltiples imágenes, las disonancias cromáticas, el aparente y buscado descuido y tosquedad formal y también en su feroz eclecticismo. En el heterogéneo diálogo abstracción -figuración que su pintura mantiene no se desprecian el expresionismo abstracto, el pop, el surrealismo, el graffitismo ni el subyacente informalismo europeo..., hasta guiños gráficos al comic o a los modernos medios de la imagen como el grafismo circular que recuerda la sangrienta señal en la pared del asesino John el Rojo de El Mentalista.

Imágenes tan notoriamente grotescas y chillonas suelen ser no solo aceptadas sino admiradas cuando llevan la firma de un artista consagrado, pero corren el peligro de no ser valoradas sino más bien trivializadas cuando provienen de un pintor tan joven, me refiero claro está a la generalidad de los espectadores. En la pintura de Pablo Pons hay juventud, sí, y esto se nota con evidencia en el dinamismo y entusiasmo irrefrenable de su manera, pero está también la personalidad y la huella de un muy buen pintor.

Pablo Pons expone también escultura, que obedece a una estética y poética plástica diferente, en este caso relacionada con la propia identidad del artista a través de la evocación y recreación de recuerdos o sueños de la infancia que toman cuerpo en irregulares y compactos bloques escultóricos integrados por una mezcolanza de juguetes de distintos materiales, desde los peluches de osito de la primera infancia hasta figuras de soldaditos, coches, animales, etc. En su ingenuidad y condición de estereotipos tienen algo de performance capaz de implicar al espectador en un diálogo entre mundos paralelos que suscitan su propia experiencia personal.

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