A comienzos de año, concretamente el día 4 de enero, con la discreción habitual en su vida y trayectoria profesional nos dejaba uno de los más importantes directores de orquesta de la segunda mitad del siglo XX que, además, continuó con su carrera hasta el último momento: el francés Georges Prêtre.
Convertido ya en una leyenda de la historia de la música, con unas varias grabaciones de referencia que han quedado ya para el disfrute de todos, Prêtre es uno de los nombres imprescindibles de la música, aunque sólo sea por el estreno de obras como La voix humaine de Francis Poulenc, compositor que se apoyó en el maestro para otras creaciones suyas y a quien tenía en máxima consideración. No fue el único. Su relación con la soprano Maria Callas también quedó como otro de los hitos de una carrera que ha tenido en la ópera uno de sus principales puntales.
Prêtre ha sido uno de los grandes nombres de la dirección orquestal que dirigieron en Oviedo, en los primeros compases del Auditorio Príncipe Felipe. Conviene recordarlo porque su presencia ya quedará para siempre en la historia musical de nuestra ciudad en la que dejó un concierto inolvidable. Tuve la suerte de tener con el maestro una larga y provechosa conversación en la que contó interesantísimas vivencias tanto de su trabajo con Poulenc como con otros grandes compositores y mostrar su visión optimista del futuro de la música clásica, frente a los agoreros que siempre profetizan desastres y calamidades. Fue una auténtica lección. Además, se interesó por el peso de la música en la ciudad y se admiró del vigor de la misma, tan sostenido en el tiempo. Años después asistí a otro concierto suyo en Valencia y se acordaba con todo detalle del de Oviedo, del auditorio y del programa que aquella noche se interpretó. Una memoria prodigiosa la suya.
Nacido en Waziers en 1924, y trompetista en primera instancia comenzó a destacar, desde muy joven, en la dirección orquestal. Se formó en el Conservatorio de París, comenzando a ejercer su carrera, bajo pseudónimo, en el mundo de la opereta. En el final de la década de los cuarenta del siglo XX transita por las óperas de Marsella, Lille e incluso Casablanca, antes de tener su primera gran responsabilidad al frente de uno de los teatros históricos franceses, el Capitole de Tolouse y su entrada en la capital a través de la Ópera Comique. Los años cincuenta y sesenta serán los de su consagración internacional con apariciones en la Scala de Milán, el Covent Garden de Londres, las óperas de Chicago y Viena o el Metropolitan de Nueva York. O lo que es lo mismo, la élite absoluta de los teatros de ópera. Ahí comienza también su relación con una de las más importantes formaciones orquestales inglesas, la Royal Philharmonic Orchestra, su paso no muy feliz como responsable musical de la Ópera de París -en la que dimitió tras un año de estancia- y su larguísima y fecunda relación, que llegó hasta su muerte, con la Orquesta Sinfónica de Viena y con la propia capital austriaca -dos veces dirigió el Concierto de Año Nuevo, la primera con ¡83 años!-. Director exquisito, elegante y con un gran despliegue de energía sobre el podio, el pasado mes de octubre ofreció en Viena junto a su Sinfónica, un maravilloso concierto cerrado con el cancán de "Orfeo en los infiernos". Sin duda un guiño premeditado a los inicios de su carrera en la opereta. Las imágenes del público, del músico y los maestros, tan emotivas, en la gran sala dorada del Musiverein son toda una invitación a la vida, una fiesta de la cultura con mayúsculas que en la que la emoción también tiene protagonismo clave.
Nos ha dejado, además, unas interesantes memorias realizadas junto a su hija la filósofa Isabelle Prêtre, y más de cien discos -entre ellos, dos óperas con la Callas: Tosca y Carmen, además de algún recital-. ¡Magnífico legado, Maestro!
