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Libros

Al revés

Monsieur Venus, la novela que provocó escándalo y admiración a finales del XIX

En 1875, una jovencita de 15 años llamada Marguerite Eymery, en una sesión de espiritismo, dice hablar por boca de un tal Rachilde, antiguo caballero sueco del siglo XVI. Como médium de ese fantasma, podrá dar rienda suelta a sus fantasías: una coartada. Nace así el nombre literario ( Rachilde, homme de lettres) que mantendrá el resto de su vida. Como otras escritoras en el París de finales del siglo XIX, adoptará vestimenta y actitudes masculinas. Este comportamiento transgresor ha de enmarcarse en el decadentismo finisecular como actitud vital (rechazo al mundo contemporáneo y a la moral burguesa, rebeldía contra las limitaciones sociales impuestas a su sexo) que comporta una desorganización deliberada del orden establecido: todo se imagina al revés. Será, no obstante, la publicación de Monsieur Venus (1884) la que provoque tanto el escándalo como la admiración ( Maurice Barrès la llamará "Mademoiselle Baudelaire"; el poeta J ean Lorrain dirá que tiene en su cerebro una alcoba donde hace fornicar a la señorita Safo con el señor Ganimedes; años después, Rubén Darío la considerará "satánica flor de decadencia picantemente perfumada, misteriosa y hechicera"). Rachilde iniciará así una fecunda y polémica actividad literaria (novelista, crítica literaria, fundadora y animadora junto a su marido Alfred Vallete de la influyente revista "Mercure de France"), dilatada hasta su muerte en 1953.

Inversión. En Monsieur Venus -un oxímoron inquietante que remite ya de entrada a un ser ambiguo-, Raoule de Vénérande (joven aristócrata, huérfana, que vive con una tía beata) conoce casualmente a Jacques Silvert (un aprendiz y pintor en ciernes). Fascinada por su belleza entre infantil y femenina (un adonis, nuevo Antinoo) seducirá al joven efebo e iniciará una extraña relación con inversión de los roles al uso. Lo instala en un taller de artista y lo obligará desde ese momento a observar todas las restricciones que ella le ordene; a cambio, recibirá las atenciones propias de "un mantenido". Apariencia y lenguaje son invertidos. Mientras ella acentúa sus rasgos masculinos, lo somete a él a un acelerado proceso de feminización: artificios sobre el cuerpo, máscaras. Espejo que invierte la imagen, el estereotipo: una mujer se viste de hombre, usurpa su papel, domina la relación amorosa (prohíbe, paga, exige, maltrata). El producto resultante de la transformación: una criatura dependiente y sumisa, un ser mutilado; un juguete en poder de esta femme fatale que lo vampiriza.

En el artefacto femenino en que Raoule ha convertido a Jacques, la pulsión sexual impostada, no satisfecha, buscará su realización fuera del matrimonio (traición, adulterio: topos de la literatura finisecular). Jacques se entrega al libertino barón de Raittolbe, el tercero en discordia. La farsa deriva en tragedia. Una vuelta de tuerca final en que los ideales, deseos y sueños ceden espacio a lo siniestro, tan del gusto decadentista.

Perversión. Como el experimento con un cuerpo de carne y hueso fracasa, Raoule de Vénérande creará un artefacto material: un maniquí modelado con una mezcla grotesca de cera y de partes anatómicas extraídas del cadáver de Jacques; un monstruo que puede ser maniobrado y manipulado por un resorte (otro topos de la literatura fin de siècle, como sus coetáneas A contrapelo de Joris-Karl Huysmans o La Eva del futuro de Villiers de L´Isle-Adam: en la estela de Mary Shelley). La habitación en que se halla el ídolo se convierte en el santuario donde, por las noches, se adora al objeto de culto y donde se realizan los diferentes ritos de la perversión sexual, de la práctica necrófila.

Presencia del mito y otras huellas. Los protagonistas de la novela encarnan una particular recreación del mito de Ovidio: el joven e inexperto aprendiz (mármol, Galatea en potencia) es la materia que ella (la nueva Pigmalión) ha de moldear. El objetivo es hacer de Jacques un ideal de belleza corporal -un objeto a su imagen y semejanza- que ella someterá a sus deseos. Él es la criatura que ella diseña y modela y que enamora a su creadora. Además, esta historia recuerda a Fausto (explícitamente en el capítulo V): ella se entrega al demonio de la voluptuosidad a fin de conocer "todos los placeres malditos". Jacques entrega su cuerpo (recuérdese que es una novela materialista) a su particular Mefistófeles.

Se trataría, en suma, de la elaboración de un ideal (mito y obsesión del decadentismo): un extraño amor a la vez asexuado y libidinoso, pero que procure todas las voluptuosidades (el andrógino, aquí; la ginandro, en otro de sus títulos bien explícito: Madame Adonis). Monsieur Venus es, claro está, Jacques (ella lo invoca: "Belleza, solo tú existes"), pero también ella misma (artífice de la nueva concepción del amor, de la relación al revés) y, finalmente, alude al producto de la unión de ambos seres ("dos sexos distintos en un único monstruo", que bailan fusionados en el capítulo XII).

Si bien Rachilde se declaraba antifeminista, cabe una lectura feminista avant la lettre. Raoule de Vénérande sería una joven resuelta que se libera sucesivamente del yugo familiar (huérfana, hace literalmente lo que le viene en gana); del yugo social (su matrimonio con Jacques -un obrero, ella una aristócrata-: una provocación, un escándalo) y, finalmente, liberación del yugo sexual que, en la sociedad patriarcal, impone el desempeño de roles convencionales.

La presente edición. La primera edición de Monsieur Venus (Bruselas, 1884) provocó el escándalo y fue prohibida por atentar contra la moral y las buenas costumbres. Cinco años después, aparece en París una segunda edición con prólogo de Maurice Barrès, pero con alteraciones: suprime el capítulo VII -un auténtico manifiesto fin de siècle sobre las relaciones entre sexos- y omite la alusión necrófila de la penúltima frase de la novela.

Esta edición en KRK -traducción, esclarecedora introducción y oportunas notas a pie de página de Rodrigo Guijarro-, tiene el mérito de ser la primera versión en español del texto original de la edición prínceps, pero incluye, acertadamente, el prólogo de Maurice Barrès de la edición parisina.

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