Se lo advierte David Trueba a Javier Cercas en una de las páginas de esta novela de no ficción (por adosarle una etiqueta orientativa) que a no pocos lectores retraerá o retraería si se anuncia o anunciara como otro libro más sobre la Guerra Civil: "Escribas lo que escribas, unos te acusarán de idealizar a los republicanos por no denunciar sus crímenes, y otros te acusarán de revisionista o de maquillar el franquismo por presentar a los franquistas como personas normales". Es decir, cúrate en salud, te va a ocurrir lo mismo que con Soldados de Salamina, mucha gente que lee está ya harta de historias sobre lo que ocurrió hará pronto un siglo, piensa bien a ver si emprendes ese proyecto. Pues bien, aunque relate con detalle no pocas batallas y miserias de la guerra de 1936, creo que Cercas lo que cuenta en definitiva es la historia de su pueblo, Ibahernando, que es contarse a sí mismo. No para juzgar, sino para "entender, a eso nos dedicamos los escritores", dice. A fin de cuentas, uno siempre es "de donde ha dado su primer beso y de donde ha visto su primer western", y nuestro autor es de Ibahernando, ni extremeño ni catalán. Sí, ahí están las batallas de Teruel o del Ebro, la interpretación de la guerra como la suma de barbaridades por ambos bandos (en el frente y sus retaguardias), pero sin olvidar que las tropas de Franco se rebelaron contra un gobierno democrático, imperfecto y tal, pero elegido. Sí, pero el meollo de la novela es Ibahernando, un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres que dio dos hijos particularmente notables, cuyos destinos no podían por menos que encontrarse: el propio escritor Javier Cercas y un tío abuelo paterno suyo, alférez provisional, llamado Manuel Mena. "En Ibahernando, Manuel Mena era un héroe", se dice. Un joven falangista que muere aún joven, casi adolescente, en las acciones guerreras cerca de Bot, en Tarragona, durante los atroces combates de 1938, cuando las tropas republicanas pasan el Ebro con destino a Gandesa en lo que acabaría por ser el canto del cisne del ejército de la República. Al entierro del joven héroe acudió todo Ibahernando. Su historia planeó siempre sobre la vida de Cercas, que no se decide a escribirla, y nos cuenta en largo el porqué. La familia de Cercas emigró a Gerona, pero siempre quedó anclada (léanse las anécdotas de la madre del autor) en Ibahernando, donde eran patricios (así se les llama) y no siervos. Sutil diferencia y base del malentendido histórico: en los 30 del XX, los Cercas eran siervos con tierra y poder que abrazaron la causa rebelde frente a los siervos que les servían, republicanos. Para Cercas hubo un error de base: ambos debían estar en el mismo bando, solo en contra de los auténticos dueños de la tierra, los que vivían en Madrid. Y hace que Manuel Mena, entusiasta romántico en sus inicios, desprecie la guerra al final, deteste volver al frente, al columbrar que sirve en un error descomunal que acabará por arrancarle la vida. Igual que ocurre en el Canto XI de la Odisea, cuando Ulises encuentra al joven Aquiles en la morada de los muertos y le admira por ser monarca de las sombras: pero el de los pies veloces desprecia ese supuesto honor que con gusto cambiaría por estar vivo, aun sirviendo a un siervo. Mena, los Cercas: Ibahernando, he ahí la novela. Contada con oficio machacón (frecuentes repeticiones, las polisíndeton habituales), con intercalados de descarga (la amistad con David Trueba, el paralelismo con El desierto de los tártaros, un relato de Danilo Ki-), con el vigor de quien escribe sabiendo que es justo y necesario y decisivo para él entender, no juzgar