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Libros

Todas las voces, todas

Los bolsillos de Bach, la literatura pura de Pepe Monteserín

Hace cuatro años que Pepe Monteserín (Pravia, 1952) había entrado en la hoy tan de moda prosa de no ficción ( Me levanté herido), pero solo unos meses desde que profundizase en la misma línea con los objetos queridos en infancia y adolescencia mediante Memorias de andar por casa. Ahora, nos presenta un punto de inflexión en su tan larga como variada producción literaria. Nos entrega literatura pura formada por todas las literaturas que ha vivido y leído. Es cierto: no pocas veces encontramos en la bibliografía de los escritores un cambio de sentido o un punto de cambio (pienso en Juan Benet con En el estado o en el Faulkner de Santuario), un descanso para mayores empresas o una empresa enorme (literatura como caja donde todo lo bueno cabe) como descanso. Y no veo contradicción en lo dicho, pues este "Desconcierto y concierto de una coral polifónica" (como se subtitula) me invita a hacerlo: es solo una obra de teatro si se leen nada más que los diálogos; es solo novela si los saltásemos y corriésemos de narración a descripción. Ambas formas de lectura son hasta aconsejables. Veamos. La masa coral de la empresa Hidrogás (no poco desconcertada, en los dos sentidos de la palabra) ensaya el "Magnificat" de J. S. Bach para el concierto que dará en Leipzig, ciudad donde reposan los restos del compositor, ante el papa Benedicto XVI. Lo que ocurre a sus peculiares miembros y patrocinadores y adjuntos antes, durante y en un breve después de tan solemne actuación constituye el cuerpo de la trama. Ahí están, presentados al principio bajo la convención teatral de "Dramatis personae" (y aquí bajo la convención de un plural: forman un coro), sopranos que son también pitonisas, arquitectos barítonos y científicos bajos, estudiantes arteras, una candidata a asesinada o realmente asesinada, el asesino o candidato a tal, varones amantes, conserjes, presidentes de empresa y vicepresidentes siniestros, maîtres que son bajos profundos, parados, limpiadoras y hasta un "tenor, perito, escritor tardío". El lector encontrará también desde una magnífica explicación musical del "Magnificat" (disculpen la medio homonimia) hasta mil bromas y guiños, gravedad y una reunión de Tuppersex, pasando por el proyecto de una central nuclear, por el (bastante) reconocible río Gris, por un personaje que se apellida Olivenza ("por mi padre, que era vasco") y Errotaberrigorribehekoetxea ("por mi madre, extremeña"), repollos, poemas, gente que antepone el ruido a la música ("La turbina ilumina una ciudad, Bach a cuatro pelagatos"), párrafos de un solo aliento para una descripción: pág. 114)? y pasando, incluso, por un narrador del narrador, en exceso autocrítico: "Aquí, quién sabe por qué minusvalías, le cuesta al narrador elevar el listón, no se lo lleva el cuerpo, esta paupérrima historia impone su ley". Como es marca del autor, hay gracia en el decir: "Una depresión recidivante lo hacía sentirse culpable hasta de sus logros". Sale una hija de quien su padre se lamenta: "Es traductora en la ONU, pero nos entendemos mal". Vemos que a un bien llamado Primitivo "le habían prescrito barbitúricos para la autoestima y para que en su tiempo libre, las 24 horas del día, respetase los derechos humanos, los de su mujer en especial". Y, para los amantes de buscar correspondencias en las novelas en clave, un Ricardo que "tardó en hacerse escritor, tardó digamos en equivocar su apuesta; nunca imaginó qué difícil es crear mundos, y venderlos" (oportunísima la coma). El mismo hombre que confiesa: "Cambié las casas por la intemperie", y define el oficio de escritor: "Creo mundos, aldeas completas, personas valientes a las que pongo a prueba, invento sueños e invento cortapisas para dificultar que esos sueños se hagan realidad, agrupo a gente y la meto en conflictos?".

Punto de inflexión, novela teatralizada, teatro novelado. Todo lo que toca Pepe Monteserín lo convierte en literatura, cada vez más reconocible por la sorpresa que siempre aguarda en el remate de una frase, en la conclusión surrealista de la etopeya más realista. Aunque en este regalo de música concertada entre personajes desconcertados hablen y canten todas las voces, todas (ay, Mercedes Sosa), los animo a escuchar "solamente, entre las voces, una" (como el Machado bueno hacía): la de la literatura plenamente atemperada. Ahí está.

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