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El centro de lo que somos

Desde la perspectiva de la neurociencia o de la historia evolutiva, el conocimiento del cerebro es una de las puntas de lanza de la ciencia y un continuo reclamo editorial

El centro de lo que somos

En la base del genio está la repetición. Rutina y disciplina trazan los senderos cerebrales, las conexiones que permiten que alguien bata un récord de natación con movimientos precisos en los que no cabe el error o que ejecute una pieza de piano de una forma tan impecable que sorprendería a su propio autor. Esos logros son triunfos de la voluntad, de la capacidad de postergar la recompensa y de una desarrollada visión de futuro que impide dejar a un lado el entrenamiento o el ensayo para conformarse con gratificaciones más inmediatas que la excelencia venidera. Descrito así, las destrezas que nos maravillan quedan reducidas a un conjunto de pautas descifrables, no hay misterio en lo sublime. Eso es lo que hace la neurociencia al atar en corto todo aquello que nos parece excepcional para vincularlo con unos procesos complejos pero ya cognoscibles o en camino de serlo.

El estudio del cerebro es una de las puntas de lanza de la vanguardia científica y, como tal, generador de un intenso movimiento editorial que va desde libros de autoayuda camuflados como extrapolación de la ciencia neurológica hasta actualizaciones rigurosas del estado del conocimiento en ese ámbito. Dos títulos, recientes e idénticos, abundan, desde perspectivas distintas, en la estrecha relación entre esa masa gelatinosa de kilo y medio de peso y nuestra singularidad, en lo personal y como especie. En El cerebro (Nuestra historia) el neurocientífico David Eagleman actualiza de forma accesible lo que ahora sabemos sobre ese entramado de 86.000 millones de neuronas, cada una de las cuales puede establecer hasta 10.000 conexiones, que sustenta nuestra realidad, construida sobre tantos falsos supuestos, y lo que somos.Eagleman, investigador y buen narrador de su ciencia, mantiene un vínculo intelectual con Francis Crick, al que identifica como su "mentor", codescubridor de la estructura del ADN y un hombre de ciencia tan singular como revela el hecho de que la labor de sus últimos años estuviera orientada a un ámbito distante del que lo encubró: el intento de descifrar el salto que se produce entre la estructura de nuestro cerebro y todo eso, que está más allá de la biología, llamamos el "yo". La gran frontera, en definitiva, que trata de alcanzar la neurociencia, en ocasiones desde perspectivas reduccionistas que encogen lo que somos hasta intentar confinarlo en ese órgano que absorbe la mayor de nuestra energía pero que, en la práctica, opera con un consumo eléctrico equivalente al de una bombilla de 60 watios.

En Incógnito, su anterior libro publicado en España, Eaglemann marcaba distancias con quienes ponen el cerebro en el centro de todo, hasta propiciar una proliferación de nuevas pseudoespecialidades que van desde la neuroeducación hasta el neuromarketing. Refuta esas visiones deterministas cuando advierte que "la inmensa complejidad del cerebro significa que, en realidad, no hay nada predecible". Pero resulta difícil hablar de ese centro primordial de lo que somos sin bordear lo que parece ciencia ficción, como la posibilidad de que algún día podamos conseguir un cerebro con autonomía total que opere en un soporte distinto del cuerpo humano. Por ahora hemos de conformarnos con lo que estrictamente sabemos de ese órgano entronizado."Nuestra experiencia de la realidad es la construcción suprema del cerebro.

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