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El año en que octubre se tiñó de rojo

Chaves Nogales, Josep Pla y José Díaz, tres visiones periodísticas de la revolución minera en Asturias

El año en que octubre se tiñó de rojo

Manuel Chaves Nogales era un periodista de una pieza, dicen que el mejor reportero de su tiempo. Culto, conciso, analítico, desprendido de casticismo, había extraído la conclusión de que la utópica revolución asturiana no tenía nada que envidiar en violencia y crueldad a la bolchevique. Pero, fiel a su deseo de imparcialidad, prefería poner las cosas en su sitio. Lo escribió desde Oviedo después de visitar los lugares, hablar con los protagonistas y recoger de los supervivientes el testimonio de la tragedia emprendida aquel 5 de octubre de 1934. Cuenta, por ejemplo, que no es verdad que en Sama los revolucionarios se comieran a un cura guisado con fabes, ni que en Ciaño despanzurraran a la mujer de un guardia civil y le hundiesen un tricornio en las entrañas, o que el cadáver de un capitán de la Guardia Civil fuese expuesto en el escaparate de una carnicería con el letrero de "se vende carne de cerdo". Pero inmediatamente sostiene que sí es verdad, en cambio, que mataron a un sacerdote en Sama; y que en Ciaño cayó víctima de las balas la mujer de un guardia, del mismo modo que también es cierto que fue asesinado un capitán de ese cuerpo y varios oficiales más. Chaves era consciente de que los detalles de la barbarie positivamente falsos provocarían una reacción favorable a los revolucionarios. Él mismo recogía la indignación en los pueblos, tanto entre la derecha y en la izquierda, por la exagerada ferocidad de los crímenes que se le atribuían a los vecinos.

En los primeros días de octubre de 1934, cuando apenas habían transcurrido tres años y medio de la proclamación de la República, un movimiento subversivo patrocinado por la izquierda radical recorrió España. Los socialistas, que habían abandonado el poder no hacía mucho, rompieron su alianza con los republicanos, y se embarcaron en una revolución a la manera del soviet ruso y de la mano de las Alianzas Obreras. Los monárquicos habían ganado las últimas elecciones y ocupaban una mayoría de los escaños en las nuevas Cortes. A medio plazo -la idea estaba más que extendida- se proponían acabar con las reformas de la Asamblea Constituyente. La respuesta a esta amenaza involucionista fue un frente único proletario y una sublevación erróneamente descentralizada que acabó fracasando en el País Vasco, Madrid y Cataluña, los puntos de fricción, y dejando un baño de sangre en Asturias, donde los mineros animados por las expectativas revolucionarias vanas en el resto de España se levantaron contra las autoridades y tomaron el control de ayuntamientos, cuarteles de la Guardia Civil y de Asalto. Las dos semanas que duró el "octubre rojo asturiano" se saldaron con bastante más de un millar de muertos , 2.000 heridos y cerca de 3.000 prisioneros. La represión fue atroz y aún persiste en la memoria. Oviedo, donde se produjeron los más duros enfrentamientos, quedó prácticamente destruida. Destrozados el Teatro Campoamor, la Universidad y decenas de edificios incendiados, manzanas enteras sólo conservaron las paredes exteriores. La Catedral se salvó milagrosamente. La capital era el escenario que preludiaba los esqueletos urbanos de otras ciudades tras la guerra en Europa.

Josep Pla y Manuel Chaves Nogales, corresponsales de "La Veu de Catalunya" y de "Ahora", fueron los dos primeros periodistas que pudieron entrar en Asturias una vez sofocada la rebelión. En las crónicas, que ahora publica Libros del Asteroide, contaron lo que había acontecido y también lo que estaba sucediendo en esos momentos. En su enfoque, Pla aporta además de su visión la de su periódico, próximo a los planteamientos de la Lliga Regionalista. Chaves Nogales, con su reporterismo antirretórico, tampoco se escapa de la linea, rigurosa en favor de la tolerancia y en contra de los extremismos, del diario que ya entonces dirigía. Tres periodistas en la revolución de Asturias, el libro que ve la luz estos días coincidiendo con un nuevo octubre de infarto para España, se completa con el testimonio que José Díaz Fernández publicó en "Diario de Madrid" bajo el título Octubre rojo en Asturias. Díaz Fernández, periodista y diputado de izquierdas, vinculado a Asturias, narra de manera dramática la huida hacia adelante de los revolucionarios, de los mineros desesperados, incapaces de entender que la única salida es abandonar la lucha armada después haberla emprendido con la promesa de que la victoria supondría el fin de sus miserias. Cómo se muestran decididos a seguir adelante, a morir matando y a volar Oviedo cuando los que se hallan al frente de los comités abandonan, o en el momento crítico en que Belarmino Tomás se dirige a ellos para explicarles que, con el ejército de África en camino, todo está acabado. A su vez, Josep Pla, con ironía de payés, se refiere en una de sus crónicas a la desolación de los asturianos porque precisamente el Día de la Raza sean los moros los que tengan que entrar en la tierra de Pelayo para solucionar los problemas del país.

Tres periodistas en la revolución de Asturias es un relato estremecedor de lo que ocurrió entonces. Díaz se pone en la piel de un revolucionario para narrar las secuencias más desoladoras de aquella breve guerra civil: una sublevación de mineros que apenas pudieron controlar las organizaciones obreras, que en poblaciones como Gijón y Avilés tuvo una leve repercusión, y trajo la destrucción a las Cuencas y Oviedo. Del desconcierto inicial al caos, pasando por la furia, los diálogos sirven para potenciar el dramatismo. Chaves Nogales y Pla, que llegaron después, trenzan el tempo del drama con el análisis de la situación, las causas y los efectos, situándolo en el contexto nacional. El primero de ellos mide la destrucción en las toneladas de dinamita de los mineros: "Si toda ella la hubiesen utilizado, no habría quedado en Oviedo piedra sobre piedra. Quince días después de la revolución, los valles de Asturias siguen retumbando pavorosamente por las explosiones de los depósitos que los artilleros inutilizan".

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