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Mirada penetrante

Intensamente azules, un monólogo de Juan Mayorga

Hay un señor al que se le rompen las gafas y sustituye su poca vista por unas gafas de nadar graduadas. Bajo las aguas, pues, el señor que no ve, ve mejor que nunca. Es el protagonista de Intensamente azules, la última publicación de Juan Mayorga (Madrid, 1965), dramaturgo de campanillas, director de escena y doctor en Filosofía. Y es que todas estas cosas que son Mayorga cobran principal importancia en las páginas de este cuento de hadas, pero sin hadas, que también es un soliloquio y un escaparate desconocido de un mundo con un único escaparate. O sea, Mayorga naturaliza hasta el extremo del mundo traidor, el cristal y los colores borrosos, que diría Campoamor.

Cuenta el dramaturgo madrileño -el otro día, en el teatro Palacio Valdés de Avilés, le dijeron "Cristiano Ronaldo del teatro", cosa que rechazó porque es de natural prudente: "Mejor Isco", bromeó- que trabaja intensamente en llevar a escena este cuento expresionista de génesis rápida -esta pasada Semana Santa- y asunto profundo: la verdad más redonda de todas, la que se ve con los ojos escondidos tras los cristales graduados de unas gafas de nadar. La puesta en escena la prepara con el actor César Sarachu, que es uno de los coprotagonistas de Reikiavik, la comedia que estrenó en Avilés hace dos años y pico y que permitió a su autor elevar sobre las tablas una tesis que defiende desde antiguo: que somos un cuento que nos contamos a nosotros mismos. El cuento de Hamelin, de El chico de la última fila y, ahora también, de Intensamente azules, un monólogo que es como un cuento de hadas, una especie de Mago de Oz en el País de las Maravillas, pero sin bruja, ni Reina de Corazones, ni nada.

Dice Mayorga que el mundo se hace mientras los días corren, que es como el reverso tenebroso de aquello otro que defendía María Iribarne en El túnel: vivimos para recordar que hemos vivido. La historia de Intensamente azules comienza en la realidad, un amanecer y, al poco, esa realidad se reconstruye como un cohete que apunta a la Luna. El hombre al que se le rompieron las gafas de ver, comienza a ver un mundo de sorpresa continuada que Mayorga describe como si él mismo fuera un sujeto de mentira, un número imaginario, la verdad de El mundo como voluntad y representación, la biblia del pesimismo de Arthur Schopenhauer que termina siendo película de dibujos en un espacio paralelo en el que amenaza el diluvio.

Intensamente azules es una fábula loca que, cuando finaliza, permite que cobre sentido el mundo que debería haberlo tenido sin necesidad del cuento. Y es que la verdad es cuando los ojos la miran. Una verdad evidente que ilustra Daniel Montero Galán con los únicos trazos posibles para dar forma al sueño de soñar que la verdad no es tan sencilla como la pintan. Se lo digo yo.

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