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Las críticas de un sindicalista

El anarquista Ángel Pestaña y su visión del mundo soviético

En la historia reciente de España seguramente hay pocas figuras tan interesantes y al mismo tiempo tan desdibujadas como la del dirigente anarcosindicalista Ángel Pestaña (Santo Tomás de las Ollas, Ponferrada, 1886 - Barcelona, 1937). Huérfano de madre en la tierna infancia, durante la niñez sigue a su padre de ciudad en ciudad en busca de trabajo, lo que le impide adquirir una educación sólida, algo que lamentará en sus memorias, que tituló Lo que aprendí en la vida. A los catorce años, muerto también el padre, se verá obligado a ganarse la vida por sí mismo y empezará a interesarse por los movimientos sociales. Pasará por la cárcel, vivirá unos años en Argel y aprenderá el oficio de relojero, pero será en Barcelona durante los años de la Primera Guerra Mundial donde comience a destacar como anarquista. Secretario general de la CNT en 1929 y entre 1930 y 1932, Pestaña, partidario de la línea sindicalista más moderada y alejado de las posturas pistoleras de los Durruti, García Oliver o Ascaso, firmó en agosto de 1931, con Juan Peiró y otros, el Manifiesto de los Treinta, documento que se oponía a la línea más extremista representada por los integrantes de la FAI. En 1934 terminaría por dar un paso adelante abandonando el histórico apoliticismo cenetista para fundar el Partido Sindicalista. Enfermo, murió en 1937, en plena Guerra Civil. El recuerdo de quien lo había sido todo en la CNT, el sindicato mayoritario antes de la guerra, se fue diluyendo, como el de tantos otros compañeros, a favor de las gestas algo peliculeras de personajes como Durruti.

Antes de todo eso, durante el verano de 1920, Pestaña viajó a Rusia para presentar la adhesión de la CNT a la Tercera Internacional o Internacional Comunista, impulsada en Rusia por los líderes de la Revolución de Octubre de 1917. De aquel viaje, de sus andanzas y reflexiones, saldrán dos libros, publicados originalmente en 1924 y 1929, con los títulos de Setenta días en Rusia. Lo que yo vi, el primero; y Setenta días en Rusia. Lo que yo pienso, el segundo. Es el primero de esos libros el que nos ocupa. En él, la visión de Ángel Pestaña sobre la reciente revolución y las enormes dificultades de un país que aún permanecía inmerso en una dura guerra civil, es poco favorable, fundamentalmente porque la estatalización de la economía y el exceso de burocratización chocan con su ideario libertario.

Se adentra en el país por San Petersburgo y se dirige después a Moscú -en el tren coincide y se entrevista con Grigori Zinóviev-. Allí tendrá ocasión de pasear por las calles y mercados y observar a los trabajadores, de preguntar por el funcionamiento y organización de la industria, de la agricultura, del transporte ferroviario o del poco edificante control de la Checa; también de visitar al anciano Piotr Kropotkin y de entrevistarse con el mismísimo Lenin, ante quien puede mostrar sin ambages su desencanto con los delegados del congreso al que asiste: "¿Cómo se ha de creer en el altruismo de esos delegados, que llevan a comer al hotel a infelices muchachas hambrientas a cambio de que se acuesten con ellos, o hacen regalos a las mujeres que nos sirven para abusar de ellas?", le pregunta al líder de la Revolución.

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