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Arte

La experiencia surfista de Torices en un cuadro de cuatro metros

La importancia de que en la pintura paisajística el motivo tenga más de pretexto que de texto

"Cantábrico", obra de Javier Torices.

En una muy interesante crítica reciente, Elena Vozmediano se refería al paisaje como género pictórico comentando que el paisaje, llamémosle convencional, sobreabunda en el segmento del mercado artístico más conservador, pero no tanto en las galerías punteras, los museos y los centros de arte, y tengo la impresión de que, en este segundo segmento, el paisaje es más un pretexto que un texto", y pone como ejemplo entre otros a Peter Doig, Luc Tuymas o, pienso que paradigmáticamente, a Gerhard Richter, tan grande, se manifieste como abstracto o como figurativo.

Aunque es difícil decirlo mejor, quien siga habitualmente esta sección sabrá que aquí se plantea a menudo la necesidad de que sea devuelto a la pintura con todos sus derechos, el paisaje como motivo y como género, sin consentir que sea descalificado a priori por quienes, con ignorante prepotencia, consideran a la pintura paisajística como género pasado de moda, sin vigencia en la pintura contemporánea. Lo que diferencia a los artistas es la calidad de su arte, que en la pintura pasa por dar prioridad a los valores formales, plásticos, sobre los meramente representativos, aunque estos también se mantengan.

Escribo ahora con motivo de la exposición de Javier Torices (Madrid, 1968); un artista bien conocido, y reconocido porque la lista de sus primeros premios en certámenes por toda España es interminable. Esto quiere decir que gusta, que sabe pintar con buen oficio, enfrentándose además sobre todo al mar como motivo, que es causante de los mayores fracasos porque es un modelo que nunca está quieto y cambia cada vez que lo miras. Es peligroso pintar el mar y da fácil acceso a la pintura "convencional", y más si te llaman hiperrealista, que en realidad es otra cosa, ni siquiera propiamente realismo sino un género extraño; solo cuando implica creación incorporando texturas, matices, efectos y toque de intimidad en el detalle que le hacen mezcla de pop, minimalismo, precisionismo, con sensaciones de surrealidad.

Javier Torices presenta un cuadro de cuatro metros de ancho y uno ochenta de alto que yo creo que le ha apartado de la convencionalidad. Viéndolo de cerca y con detalle pensé en un pintor surfista que hubiera sido arrollado por la gran ola y ya nunca volverá a ver el mar de la misma manera y me hizo recordar también una frase de Francesc Torres: "No hay pintura más abstracta que la figurativa, porque pasar un fragmento de realidad tridimensional a dos dimensiones ya es una proeza de abstracción de mucho calibre". El caso es que esta ola tendinosa, ominosa, correosa, trenzada de pintura y tan sólida como líquida, habla más que de la inmensidad del océano de la intensidad de la pintura. Y entonces creo a Torices cuando declaró: "Cuando pones la silla en la arena tienes enfrente una introspección de ti y afloran sentimientos, eso es lo que quiero transmitir con mis obras al espectador". Mejor o peor dicho ese sería el camino. Antes el texto que el pretexto. Y me alegraría de que la experiencia surfista resultase provechosa a la larga en este sentido.

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