Advirtamos de entrada que soy madridista y, a diferencia de los conversos, creyente desde hace años en que sólo Mourinho podía embridar al colectivo de jugadores más enviciados desde la pandilla de Frank Sinatra. A partir de ahí, me desvío de la manada para consignar que Preciado le pega al entrenador portugués. No en el sentido de agredirle físicamente -de momento-, sino en la perfecta armonía estilística entre ambos. El técnico del Sporting ha sido el primer español que ha sabido contrarrestar la tensión dialéctica generada por Mourinho, obsesionado en que pase desapercibido el juego de sus hombres.

La corriente futbolísticamente correcta establece que Preciado se excedió al calificar de «canalla» a Mourinho. El rasgado farisaico de vestiduras supone que, ante la negación de la mínima ética profesional -regalar un partido-, hay que responder al agresor con denuestos como «pillín» o, a lo sumo, «tarambana». En realidad, estos términos descafeinados hubieran afrentado al pendenciero madridista, que merecía un improperio a su altura olímpica. Además, se olvida culposamente que el técnico sportinguista es el débil de esta historia, según se ha demostrado cuando los cañones de la prensa madridista y las instituciones políticas de ese mismo color han disparado contra él. «David» Preciado golpea a «Goliat» Mourinho con lo primero que encuentra a mano.

Dada la proliferación de insultos en la vida pública, hay que cultivar la etiqueta de tan exigente arte. Guardiola no debe responder a Mourinho con un triste «canalla», ha de aliñar su réplica con algún verso de Salvador Espriu. En cambio, Preciado tiene derecho a elegir sus armas ante las amenazas del bravucón. Las divisiones del imperio madridista reclaman juego limpio, con la misma hipocresía que Napoleón -cuán oportuna metáfora para el portugués- si se quejara de que los guerrilleros le atacaban de madrugada, por la espalda y con trabucos. La limitación expresiva de Preciado ha sido una bendición para el fútbol, y solo estuvo a un gol en el minuto 82 de que su «canalla» le saliera redondo.