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Víctor Rivera

En el tiempo añadido

Víctor Rivera

Nos creíamos preparados para lo peor

Faltaron cosas, pero ante el Espanyol se vio a un Sporting sólido, serio y armado, un equipo para seguir confiando

Con la humildad aprendida en las últimas décadas y cierto complejo de inferioridad, encaramos (otros muchos y yo) la visita al todopoderoso Espanyol con absoluta resignación. Habíamos ponderado su potencial (un abuso en el fútbol de plata), su gran plantilla (tiene para hacer los dos mejores equipos de la categoría), el nivel top de Raúl de Tomás (un delantero de primer orden al que sólo le falla la tontería del anagrama), el desborde de Embarba, la solidez de su defensa y otras muchas cuestiones. Tampoco, no nos vamos a engañar, el Sporting llegaba en su mejor momento. Los resultados han perdido lustre, la plantilla es corta y anda mermada por las lesiones y el cansancio y encima no teníamos a Pedro, y eso es poco tener. Así las cosas, nos creíamos preparados para lo peor, pero no lo estábamos.

Quizá subestimamos, lo reconozco, la capacidad del equipo de David Gallego para neutralizar todos los argumentos espanyolistas, hasta llegar a vulgarizar a los periquitos que no crearon apenas peligro. Tampoco nosotros, es cierto. Era un partido claro de empate a cero. No tuvo nada que ver con la exuberancia rojiblanca de Mallorca, donde una igualada ante el otro gran favorito nos dejó cierto amargor. El punto de Cornellà tenía un sabor mucho más dulce. Y cuando ya lo teníamos en el bolso pasó todo aquello para lo que no estábamos preparados. Si a cualquier central de mundo se le dejase elegir el balón soñado para despejar: diría un balón frontal desde el portero rival. Si cualquier central del mundo pudiera elegir un rival para la disputa elegiría un delantero bajito, dinámico, un poco jugón… lejos del típico tanque. Pero el fútbol es fútbol y Wu Lei le ganó ese salto a Babin contra todo pronóstico. Tenía el de Martinica tanta ventaja, que Borja tampoco se ocupó en guardar la espalda ante una posible prolongación. Y esa fue, señores, la jugada clave del partido. Ahí se fue el punto. Todo lo que vino después es ruido y un poco de bochorno.

Babin reclama enfurecido un penalti que no nos pareció nada hasta que vimos la sangre fruto de un arañazo fortuito. Demasiado poco parece para un castigo tan fuerte. Y luego viene la explosión, la furia incontrolable. Qué pena un poco de ese carácter en el salto anterior con Wu Lei. Esa imagen, que gusta a muchos por su supuesto sentimiento, no es buena y nunca ayuda porque deja deudas pendientes con un colectivo con el que es más inteligente llevarse bien.

Para lo que sí que nunca estuvimos preparados fue para la última jugada. De entrada, la estadística demuestra que las subidas de los porteros al remate acercan más al infierno que a la gloria. Lo que es ridículo, si se asume el riesgo por parte del banquillo, es sacar de esquina en corto. No merece más comentario.

Esos cuatro minutos finales de desastres encadenados no restan un ápice de mérito al enorme trabajo de los rojiblancos y al planteamiento de David Gallego, que supo igualar la partida con peores condiciones de trabajo. Faltaron cosas, claro está, pero se vio un equipo sólido, serio y bien armado. Un equipo en el que seguir confiando. Para eso sí que estamos preparados.

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