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El análisis de la llegada de Pachuca al Oviedo: "Un cambio necesario"

La gestión de Carso tras casi diez años: sobresaliente en lo económico, suspenso en lo deportivo

Carlos Slim, Jesús Martínez y Arturo Elías

Lo que empezó en una broma radiofónica en noviembre de 2012 acabó, 3.524 días después, en un medido comunicado en el que Carso anuncia, cuidando los términos para que no parezca un portazo ("oferta de asociación", "compartir el control"), que vende la mayoría del Oviedo al Grupo Pachuca, pendiente, como todas estas operaciones, del Consejo Superior de Deportes.

Carso se va y deja una sensación de algo que pudo haber sido grande y no lo fue. Es difícil, y seguramente injusto, ponerle peros a quien te agarró en el precipicio, te salvó de la ruina, te levantó del barro y te devolvió al fútbol profesional en un contexto de crisis económica brutal. Entonces, 2012, nadie quería oír hablar de meterse en un club de fútbol, como sucede hoy. Y menos en España.

Quizá Carso tampoco nunca quiso de verdad. O sí. El caso es que la temperatura al fútbol se la da siempre el presente. Y el presente dibuja una fotografía de desgaste aquí y hastío allí que se percibe desde hace meses, quizá años, y que hacen necesario un cambio de rumbo en la gestión, fundamental para darle un impulso al club en un momento en el que crece la exigencia y aparece competencia preparada y también rica.

Digerida y agradecida siempre la gran obra de Carso, sanear al club y reducirle la deuda de 15 millones a cero en seis años, el foco lleva centrado tiempo en lo que realmente le importa a un aficionado al fútbol: que su club gane y avance. Que haya un proyecto serio y estable para dar pasos hacia adelante. Jugar un play-off. Ascender. Y la realidad es que el Oviedo, al que en pleno subidón inicial le llegaron ver en Champions en cinco años ("no saben de lo que es capaz mi jefe"), lleva años estancado en Segunda: ninguna promoción en siete temporadas.

En casi diez años de Carso ha habido momentos de felicidad deportiva, ninguno como el ascenso en Cádiz, pocos como los últimos dos meses de la pasada temporada con Ziganda. Pero eran eso, momentos puntuales y oxigenantes agarrados a un entrenador, a la victoria de rigor en el derbi, al fichaje de turno, a la ilusión de una nueva temporada. No hubo nunca una línea ascendente sostenida, una apuesta real en lo deportivo, un ensanchamiento del club en lo social. Conseguido el objetivo de la deuda cero, el club caminó siempre con el freno de mano echado, lastimado por una estructura barata diseñada para sobrevivir y tirar con lo justo; por reveses difíciles de digerir, como la pérdida de Arnau, y por la condescendencia extrema de un entorno alérgico a cualquier tipo de crítica.

Hace dos años que en los mentideros futbolísticos se comenta que el Oviedo estaba en venta. Hoy Carso se aparta y son mayoría los que aceptan de buen grado este paso a un lado. Hace falta renovar energías, implementar nuevas dinámicas, convertir la apuesta definitivamente en una realidad. Ver hechos. El traspaso de poderes, además, es inteligente en un momento en el que otros grupos millonarios centrados únicamente en deporte entran con todo en otros clubes y te obligan a acelerar.

El Grupo Pachuca tiene un reto difícil y apasionante. El oviedismo les espera.

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