Sevilla, Pablo GALLEGO, enviado especial de LA NUEVA ESPAÑA

En julio de 2000 José Luis Rodríguez Zapatero se alzó a la secretaría general del PSOE. Del millar de votos posibles obtuvo 441, más del 43,2 por ciento, a pesar de ser un político casi desconocido en comparación con el principal favorito, José Bono. En aquellos días, como ahora sucede en Sevilla, los apoyos que cada candidato aseguraba tener -además de Zapatero y Bono competían por el puesto Matilde Fernández y Rosa Díez- hacían que las cuentas no cuadrasen.

Al final, un amplio sector de los llamados «guerristas» se negaron a permitir que Bono fuera el nuevo líder y decantaron la balanza a favor de Zapatero. Los delegados asturianos fueron determinantes a la hora de elegir a Zapatero, y ayer contribuyeron a que tuviese una despedida dulce, votando a favor de la gestión de la Ejecutiva saliente.

El secretario general de la FSA, Javier Fernández, fue quien expuso ante el plenario que hoy elige entre Carme Chacón y Alfredo Pérez Rubalcaba el sentir mayoritario del PSOE asturiano. Destacó la necesidad de que, frente a la división de estos días, el congreso sirva para «renovar las ideas, el liderazgo y el partido», después de que el Gobierno de Zapatero pagase la factura de una crisis que tachó de «mutante».

«Tardamos en nombrarla, pero no la anticipó nadie», sentenció el líder de los socialistas asturianos, después de que Zapatero reconociese que habían tardado en llamar a la crisis por su nombre. Para mejorar el partido, Fernández pidió huir de un liderazgo «más personalista y menos participativo», y llamó a los delegados a apoyar «todas las enmiendas» encaminadas a hacer del PSOE una organización «más eficaz y transparente». Si el jueves, y ayer mismo, Marcelino Iglesias y José Antonio Griñán defendían que en Sevilla estaba «el corazón» del socialismo, Fernández reivindicó que en Asturias quizá no residiera el «cerebro del PSOE, porque ese debe estar repartido», pero sí «el alma del partido».

La tensión entre los partidarios de Rubalcaba y de Chacón está al límite ante la votación de hoy. Mientras los de la ex ministra daban por hecho su triunfo, el equipo del ex vicepresidente aseguraba tener un «margen suficiente» para que Rubalcaba salga elegido. Una margen que, según fuentes de la candidatura, no sólo no se acortó sino que fue en aumento. «Quienes dicen que muchos de los delegados están cambiando de criterio confunden sus deseos con la realidad», apostillaba.

Más que grandes movimientos, el trabajo de las últimas horas buscaba pelear cada voto y rascar hasta el último apoyo posible. Más allá de disciplinas, el presidente del Congreso instó a cada delegado a votar de forma «libre». En el recuento final de las papeletas tendrá un papel importante el secretario de organización de la FSA, Jesús Gutiérrez, como miembro de la comisión electoral.

Al mediodía, la delegación asturiana se concentró en una de las salas del hotel. Mientras, los delegados, invitados y trabajadores del congreso se afanaban por buscar un hueco en el que aliviar el calor causado por la calefacción, y comer algo. La «austeridad» del cónclave contrastaba con lo que los invitados y periodistas hubieron de pagar en el hotel por un bocadillo (10 euros), un café (2 euros en una máquina último modelo o 2,80 en el bar) o el menú de 35 euros degustado por muchos dirigentes.

Chacón almorzó con los ex ministros Francisco Caamaño y Miguel Ángel Moratinos, dos de sus principales valedores en su escalada hacia la secretaría general. Rubalcaba, con un grupo de jóvenes.

Aunque en el plenario se sentaron juntos, en sus lugares de siempre dentro de la ejecutiva, por la mañana Chacón y Rubalcaba entraron al hotel por puertas distintas. La ex ministra fue la primera, y dentro del edificion se movió escoltada por Pajín y Zerolo. Rubalcaba llegó con su «número dos» durante la pasada campaña electoral, Elena Valenciano. En la puerta, donde dijo sentirse «satisfecho» por su campaña, lo esperaban entre otros Javier Fernández, Jesús Gutiérrez y la ex ministra Trinidad Jiménez. Fernández fue el primer secretario general que, de forma expresa, mostró su apoyo a Rubalcaba como sucesor de Zapatero en el PSOE. El ex vicepresidente abrazó al líder socialista asturiano antes de entrar al hotel. A los cinco minutos, de modo discreto, casi desapercibido, aparecía Zapatero.