Eloy MÉNDEZ

Dice Fernando Iglesias que pasarse una mañana entera entre fogones para servir algo caliente a casi 200 comensales que apenas tienen que llevarse a la boca «es poca cosa, pero es algo». Sin embargo, en la Cocina Económica están encantados con el dueño del restaurante «El Restallu», que ayer cumplió con su tradición anual de preparar el menú para todos los usuarios de este centro de beneficencia en una fecha señalada. «Esta vez elegí el día del Padre porque es una jornada emotiva», explicaba ayer el cocinero mientras doraba los lomos de merluza que sirvieron de segundo plato. Mientras, en el exterior del edificio que regentan las Hijas de la Caridad, un nutrido grupo hacía cola para probar el trabajo del chef.

Iglesias decidió hace once años que quería echar una mano a los más necesitados. Fue poco después de la apertura de su restaurante, en la calle Prendes Pando. «Es un acto de ayuda social que sólo lo hago por el gusto de hacerlo y porque, así, a lo mejor se animan otros cocineros», señalaba a media mañana, embutido de lleno en su trabajo entre los chorizos y las morcillas que acompañarían a la fabada. Por el momento, nadie más le ha copiado, aunque confía en «que no tarde demasiado» en cundir el ejemplo.

Los productos con los que el cocinero elabora todos los años el menú llegan directamente desde su negocio. «Este año he tenido que hacer un esfuerzo mayor porque, debido a la crisis, hay mucha más gente», señalaba ayer, tras indicar que habitualmente «daba de comer a ochenta personas y ahora son dos centenares». Pero independientemente del número, él siempre pone el mismo empeño. «No es como cocinar para un restaurante, porque aquí las cantidades son casi al por mayor, pero me esmero igual que si fuera para una boda», sostiene.

El menú de Iglesias estaba rematado, tras la fabada y la merluza a la romana con ensalada, por una tarta de San Marcos. «Un postre para un día de celebración», explicaba sonriente junto a María Sela Cueto, directora de la Cocina Económica. «Éste es un gesto bondadoso más de los tantos que vivimos a diario en este lugar, pero que importa igual que todos», decía la religiosa que se sentó también a la mesa para disfrutar de una comida distinta en un día distinto. «La festividad de San José se merece algo así», comentó antes de hincar el diente.