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Un plan de usos para proteger el singular espacio local

La realeza verde de Gijón

Las aves y el arbolado dan vida a un parque de Isabel la Católica que también ejerce de museo al aire libre y de seña de identidad de la ciudad

Un rincón del parque junto al parador. ÁNGEL GONZÁLEZ

No es el más grande, ni el más céntrico, ni el mejor equipado. Gijón ha ido sumando con el paso de los años cientos y cientos de metros cuadrados de zonas verdes y parques... pero ninguno como el parque de Isabel la Católica. Su singularidad, su íntima relación con la historia y la identidad de la ciudad y sus bondades como parque urbano con mayor biodiversidad de toda la cornisa cantábrica le han colocado desde siempre en el corazón de los gijoneses y, desde hace un tiempo, en el centro de las preocupaciones de la Corporación. Tanto que en el Pleno de la semana pasada, y a instancias de una iniciativa de Ciudadanos secundada de manera mayoritaria por gobierno y oposición, se ordenó desarrollar un plan de uso y gestión del parque de Isabel la Católica donde la defensa de sus valores naturales, históricos y culturales estén por encima de multitudinarios eventos puntuales que puedan generar más trastornos que alegrías a ese hábitat.

Los libros de historia que hablan del parque -entre ellos "Natural de Gijón" que hace un compendio de todos los parques, jardines y espacios verdes municipales de la ciudad o "El parque de Isabel la Católica. Un parque para las cuatro estaciones" de Javier Granda- responsabilizan al doctor y munícipe Avelino González de bautizar ese parque con el nombre de Isabel la Católica. Aunque la gran zona verde de la margen izquierda del río Piles no se abrió hasta junio de 1947 ya se habían dado movimientos para generar un parque en ese ámbito desde el año 1915 a partir de un proyecto de encauzamiento del río. Todo resultó baldío. El movimiento bueno fue el que arrancó en la primavera de 1941 a propuesta de los ediles Julio Paquet, Rufino Menéndez y Avelino González. Fueron años de saneamiento de las charcas, de plantaciones de arbolado, de compra de terrenos adyacentes y de hacer realidad un diseño que seguía el modelo clásico de la jardinería francesa con una gran avenida desembocando en un lago. En 1946 el jardinero Manuel Marco daba forma a la popular rosaleda. Un sello propio.

Hubo que esperar a principios de los años cincuenta para ver una zona de juegos infantiles, con cocodrilo oscilante y tiovivo de bicicleta incluidos, y algunos elementos de mobiliario urbano que han destacado del resto por su valor artístico como los bancos con la firma de Miguel García de la Cruz y Avelino Díaz Fernández Omaña, el reloj ornamental de columna trasladado desde la plazuela de San Miguel o la fuente con templete de trazas modernistas y fabricación escocesa. Y, por supuesto, el palomar y las pajareras.

No hay que olvidar que las aves son uno de los distintivos de este parque desde siempre. Hay registrado un centenar de especies de aves diferentes con presencia habitual en el parque de Isabel la Católica. Aquellas que vienen a pasar en Gijón los meses de invierno y las que ya viven en el parque y se han convertido en su símbolo. Que niño gijonés no se dio un paseo de las mano de sus padres o abuelos para asombrase con la exhibición de plumas de un pavo real. El anunciado plan de usos busca dar protección a esas aves de incidentes que van más allá de los ataques mortales de las nutrias en los últimos meses o la competencia con el invasor cangrejo rojo. Aunque por ese parque también se pudieron ver, en otras épocas, gamos, ciervos, muflones y venados. En los años sesenta se hablaba de la "zona de los bambis".

Fue también en esa década cuando se decidió cruzar el río para sumar 20.000 metros cuadrados en lo que se llamó el Parque Inglés, por ser ese el estilo de su diseño. Ahora es el parque de los Hermanos Castro en recuerdo a los populares futbolistas y como un guiño más a la relación de la zona con el sportinguismo como vecinos de El Molinón. En el vecindario también está el recinto ferial. Otro clásico gijonés.

El arbolado es otro de los grandes valores del parque. Hay especies comunes de Asturias y otras exóticas llegadas de medio mundo. Incluso árboles singulares con historia propia como el sauce llorón plantado frente a la rosaleda y que en 1959 pasó a ser el sauce de Jovellanos, hasta que un temporal acabó con él. Y es que las propias condiciones naturales de la zona no dan para alegrías en cuanto al desarrollo de las formaciones vegetales. Contra el sustrato y los vientos han tenido que luchar todos los jardineros mayores del Ayuntamiento. El actual, Juan Carlos Martínez, inició en los años noventa un ambicioso programa de restauración a desarrollar en varias fases. Igual que con los años se han tenido que volver a restaurar mobiliario, juegos... El trabajo para mantener un parque de más de 150.000 metros cuadrados no tiene fin. Ahora mismo, el Ayuntamiento tiene en marcha un plan de limpieza de los estanques.

El parque de Isabel la Católica es tan importante que desde enero está, en condición de jardín histórico, en el inventario del Patrimonio Cultural y hay una propuesta de elevar su nivel de protección a Bien de Interés Cultural. Algo tiene que ver en todo ello que también sea un museo al aire libre lleno de esculturas. Algunas tan simbólicas como la dedicada a Fleming, la primera erigida en todo el mundo en honor del descubridor de la penicilina y a la que hoy llegarán, como marca la tradición, los vecinos de Cimadevilla en procesión. Para ellos, como para todos los gijoneses, el parque de Isabel la Católica es mucho más que un parque.

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