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NACHO DEAN | Primer español en dar la vuelta al mundo a pie, ponente en el congreso Glackma

"He visto regiones muy castigadas en el sudeste asiático; allí en época de monzones ya no llueve"

"Animo a luchar por los sueños; el mío es realizar expediciones a lugares remotos para lograr una humanidad feliz en armonía con la naturaleza"

"He visto regiones muy castigadas en el sudeste asiático; allí en época de monzones ya no llueve"

Nacho Dean (Málaga, 1980) es el primer español y la quinta persona en la historia en dar la vuelta al mundo caminando. Hijo de marino y acostumbrado a cambiar de ciudad constantemente, ya desde muy pequeño comenzó a viajar. Ha practicado escalada, surf, snowboard, y ciclismo de montaña, siempre al aire libre, en contacto con la naturaleza. Ahora está inmerso en otra gran aventura, la "expedición Nemo", que le convertirá en el primer español en unir a nado los cinco continentes. El próximo fin de semana estará en el congreso Glackma en Gijón.

- ¿Cómo fue la experiencia de la vuelta al mundo a pie?

-Siempre me ha gustado viajar, el deporte, la aventura. Soy hijo de marino, por lo que he vivido en muchos sitios y desde muy pequeño tuve el hábito de cambiar de residencia. Había realizado otras rutas a pie, como la Transpirenaica; había estado en el Polo Norte, en el desierto del Sahara; había realizado diferentes variantes del Camino de Santiago, y creo que, fruto de todas esas circunstancias vitales y mi pasión por caminar y la naturaleza, un día surgió la idea. Sin embargo, una cosa es tenerla y otra tomar la decisión y llevarla a la práctica. Me llevó más o menos un año y medio porque es una decisión que te obliga a ir al 200%. Es un viaje muy largo y complicado, además de romántico. Tienes que dejarlo todo: tu casa, el trabajo, la familia, los amigos... y no es fácil, pero creo que es un milagro estar vivo. Quise dedicar esta marcha mundial a documentar el cambio climático y lanzar un mensaje de conservación de la naturaleza.

-¿Qué ha visto sobre el cambio climático en su recorrido por el planeta?

-Fueron cuatro continentes, 31 países, atravesé zonas desérticas como Atacama, regiones de selva y jungla en Ecuador, Nepal e India, y también muchas ciudades, y he comprobado que vivimos en un hermoso planeta que merece la pena cuidar. Vi regiones muy castigadas también por la acción humana y, por supuesto, deforestación, incendios y regiones donde en épocas de monzones no llueve.

-De todos los lugares que ha visitado, ¿cuál le impactó más?

-El sudeste asiático, toda la zona de Malasia e Indonesia, me impactó mucho que era época de monzones y no llovía. Son regiones en las que están acostumbrados a las lluvias abundantes y no han construido presas ni pantanos. Al no llover se ven obligados a cortar el suministro de agua en las ciudades. Además de eso hay incendios. También he estado en Alaska, donde habitan los inuits con una economía de supervivencia que depende de la caza y que haga frío en invierno para que el mar se congele y puedan salir. Pero cada vez sus inviernos son más cortos, hay menos hielo y el período que tienen para la caza es menor. En definitiva, he constatado que el cambio climático es cierto y se está manifestando en todo el planeta.

- ¿Qué lo más positivo de su vuelta al mundo?

-Me quedo con la naturaleza salvaje, con esas regiones donde no hay cobertura ni wifi, donde desapareces del mapa y aflora el espíritu de supervivencia. Al llegar a Australia me decían que tuviera cuidado, que en el corazón del país no hay nada y muere gente todos los años, no hay agua y hay especies venenosas pero fue apasionante. También puedo hablar muy bien de los Andes o de los cielos estrellados del desierto de Atacama. O la selva de Ecuador, cuando abría la puerta de la tienda de campaña por la noche y veía todo iluminado por luciérnagas. Es un privilegio ver los espectáculos que la naturaleza ofrece al mundo, como las auroras boreales próximas al Círculo Polar Ártico.

- ¿Cómo lleva la soledad?

-Bien. Convivo bien conmigo mismo, me gusta hablar solo, cantar, escribir, hacer fotografías, disfrutar del paisaje, observar las nubes, fundirte con el entorno en el que estás. Otra cosa es poner tu vida en juego pero la gracia de la vida también está en compartir y una vez de vuelta me he volcado en compartirlo todo.

- ¿Ha vivido en algún momento las consecuencias de poner su cuerpo al límite?

-A mí me gusta ponerme a prueba y ver de lo que soy capaz, aguantando oscilaciones térmicas que van de 50 grados durante el día a 25 bajo cero o larguísimas jornadas atravesando poblaciones sin agua y sin comida. Eso me gusta, encuentro un aliciente en ello pero es cierto que caminar es el medio de transporte más lento y expuesto que hay. A veces afrontas situaciones delicadas por la fauna, o la naturaleza. Lo más peligroso son países donde la vida no vale nada por la delincuencia y el crimen como Honduras, El Salvador o algunos estados de México. Ahí sufrí varios intentos de asalto con machete.

- Deme una razón para dar la vuelta al mundo.

-Yo animo a las personas a luchar por sus sueños. Cada persona es un mundo: el sueño de uno es hacer una carrera, el de otro montar una empresa, el de otro formar una familia o dar la vuelta al mundo. Para mí haber regresado con éxito de esta expedición ha sido un regalo de la vida que no se aprende en ninguna Universidad. Haber recorrido tantas culturas diferentes: hindúes, musulmanes, cristianos, budistas... comer con la gente de cada lugar, ver tantísimos ecosistemas que estaba en libros, películas y documentales y aquí lo ves con tus propios ojos a la velocidad del caminar es algo difícil de describir, un privilegio.

- ¿Se ve fuera de la vida nómada?

-Si no me queda otra opción... pero me considero una persona afortunada porque he descubierto mi propósito en la vida: inspirar a las personas y mostrarles la belleza del mundo en que vivimos, además de realizar expediciones a los rincones más remotos del planeta para lograr una humanidad feliz y en armonía con la naturaleza. Es lo que me apasiona.

- Ahora está tratando unir los cinco continentes a nado, ¿por qué ese reto?

-Vivimos en un planeta donde más del 70 por ciento de la superficie es agua así que me quedaba una deuda pendiente con los océanos. No era nadador y me embarcaba en una aventura en la que no sabía si iba a ser capaz pero me gusta buscar mis límites. Todos los días escuchamos noticias sobre la subida del nivel del mar, la pérdida de biodiversidad por sobreexplotación pesquera y la contaminación por plásticos y creo que también era un mensaje por el que hay que trabajar. Comencé en junio con el cruce del Estrecho de Gibaltrar, en julio nadé de Grecia a Turquía, uniendo Europa con Asia; en septiembre uní Asia con América, con el agua a tres grados de temperatura y en noviembre cruzaba entre Asia y Oceanía. Me queda la quinta y última travesía, a finales de febrero, en el mar Rojo: 25 kilómetros entre Jordania y Egipto, uniendo África con Asia.

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