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El limbo verde

La degradación de los parques históricos de Gijón obliga a iniciar con urgencia un plan de rehabilitación

El limbo verde

En 2017 se cumplieron 70 años de la apertura al público del parque de Isabel la Católica, momento en el que el recinto estaba en un estado de absoluta decadencia a lo que se sumó un total desinterés institucional por la efeméride. Sólo el Ateneo Obrero realizó un acto conmemorativo reivindicando el valor histórico, natural y artístico de este espacio urbano.

Las esculturas cubiertas de suciedad y pintadas y carentes de la adecuada identificación -al igual que el resto de piezas singulares que convierten a ese recinto en un museo al aire libre-, la rosaleda reducida a su estructura metálica, los estanques convertidos en jaulas debido a su cercado electrificado o su fauna más llamativa, los pavos reales, en proceso de desaparición -consumada definitivamente en 2019-, ofrecían un panorama desolador que hoy sigue siendo prácticamente el mismo. La pregunta que cabe hacerse a día de hoy es: ¿Llegará el parque a su 75º. aniversario en 2022 sumido en esta degradación?

La casualidad quiso que en ese mismo año de 2017 otro de los espacios verdes históricos de Gijón, la plazuela de San Miguel, también estuviese de aniversario. En su caso se cumplieron 150 años de su nacimiento oficial, recogido en el proyecto de ensanche de la ciudad sobre el arenal de San Lorenzo, y el panorama fue idéntico: el deterioro como contexto y la indiferencia por parte del equipo de gobierno de entonces. Hace tres años faltaba una cuarta parte -siete de veintiocho- de los tilos ubicados en las dos líneas más externas que bordean el paseo central, se había talado uno de los castaños de indias más próximo a la calle Celestino Junquera y reducido a la mitad uno de los cuatro grupos de ciruelos rojos. Tal cual como sigue todo hoy en día. Replantar siete tilos, dos ciruelos y un castaño debería ser una anécdota para un ayuntamiento como el nuestro y, sin embargo, para un pequeño parque como este supone una devaluación notable.

El próximo mes de agosto los jardines de la Reina cumplirán 120 años y lo harán casi de chiripa tras un intento de reforma abortado el año pasado por obviar la normativa urbanística vigente, hazaña en la que fueron copartícipes, nada más ni nada menos, que servicios técnicos municipales y la Autoridad Portuaria. Con un mantenimiento de mínimos desde hace décadas incompatible con su valor como jardín histórico, por carecer este espacio hasta carece de un rótulo con su nombre oficial.

En estos tres casos no hablamos de cualquier parque ni de cualquier jardín, son los únicos públicos que aún conservan la traza de su diseño original, cada uno con su personalidad propia y su valor desde el punto de vista estético y urbanístico, de ahí su protección.

Y hay que tener en cuenta que este panorama no solo atañe a estos tres parques y jardines, basta atender a que otros elementos vegetales singulares como las centenarias palmeras de la plaza de Europa sufren un proceso de inclinación progresiva y evidente sin que se tome ninguna medida para evitar un desplome que cada vez parece más cercano.

En lo relativo a la gestión de estos espacios verdes históricos, curiosamente, durante este decenio sólo se han visto novedades de calado en una cuestión: su comercialización. Un intento de convertir el parque de Isabel la Católica en un recinto de eventos -por fortuna finalmente frustrado-, la instalación en la plazuela de una terraza hostelera desproporcionada para el espacio disponible entorno al antiguo quiosco de prensa al que está vinculada, mientras que junto a los jardines del muelle ha surgido el mamotreto que ya comienza a ser conocido como la "terrazona" cuya concesión "temporal" es -de momento- para una década.

Este es uno de tantos asuntos que ilustran lo que ha sido, recurriendo a un fácil juego de palabras pero también atendiendo a la realidad, una década decadente en lo que respecta a la obra pública municipal y al mantenimiento urbano. Un periodo iniciado a partir de 2011 que se ha visto definido por el abandono, los parches, la indiferencia y diversos anuncios de inversiones que han quedado en nada o reducidas a la mínima expresión. El resultado es hoy desolador.

Teniendo en cuenta que hablamos de parques protegidos y de titularidad pública, es reprobable que sean las propias administraciones las que obvien sus obligaciones y las que pongan en riesgo su futuro, convirtiendo estos espacios singulares en auténticos limbos verdes en los que la incuria acaba por devaluar su potencial como lugares de convivencia y disfrute.

La pregunta pertinente es: ¿Y ahora qué? Queda por ver si verdaderamente hay voluntad de reconducir esta situación y si además se tendrá en cuenta que no vale cualquier apaño ni solución "creativa" fuera de lo que determina la propia normativa urbanística vigente. Esto no es otra cosa que abordar su restauración y rehabilitación integral, teniendo presente que de poco sirve su protección si no lleva implícita en la práctica su mantenimiento y conservación.

A comienzos de este año se anunciaba por parte del nuevo equipo de gobierno un plan de intervención para el parque de Isabel la Católica, algo que ya es un avance pero supone reconocer sólo una parte del problema. El planteamiento no debería quedarse sólo en el parque, debería de contemplar también un proyecto para la recuperación de la plazuela y ver la manera de acordar con la Autoridad Portuaria una solución para los jardines de la Reina, siendo probablemente lo más pertinente negociar su cesión al municipio.

Resulta perentorio pasar página y con ello comenzar otra etapa que aporte opciones de futuro y mayor compromiso con la ciudad y su patrimonio público. Esperemos que la llamada "nueva normalidad" haga honor a su nombre y no sea, realmente, la continuación de las anormalidades vigentes antes del pasado mes de marzo. Gijón no lo merece.

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