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La popular tienda de regalos "Fausto" baja la persiana tras 34 años

El comercio de la calle Libertad, conocido por su burro a la puerta, cierra por jubilación tras muchas anécdotas: “Nos llevamos muy buena energía”

Lidia Castillo y Emilio González, junto a uno de los burros icónicos de la tienda. Ángel González

A principios del mes que viene hará 34 años que Emilio González y Lidia Castillo se pusieron al frente de la tienda de regalos y artesanía “Fausto”, un referente en el comercio gijonés de atención personalizada al máximo y mimo en el servicio. Con más de tres décadas de labor a sus espaldas, echarán el cierre en cuanto acaben de liquidar la mercancía de su tienda de la calle Libertad, una de las más vetustas de la ciudad y en la que han estado desde el principio, por la que han pasado “miles de clientes, muchos de ellos muy fieles, nos han dado la vida en todo este tiempo”. Ahora “nos jubilamos, no tenemos a quién pasar el negocio y hemos decidido que era el momento de dejarlo”, explican.

Lidia Castillo y Emilio González, junto a uno de los burros icónicos de la tienda. | Ángel González

De su negocio cuelga un gran cartel anunciando el fin de “Fausto”, abierto en 1987 “cuando éramos novios, y ahora ya somos abuelos”, bromea Emilio González, consciente de que “no ha sido una decisión fácil, pero las circunstancias económicas y el hecho de que ha estoy en edad de jubilar nos han hecho dar el paso”. Lo hacen “con mucho dolor de corazón porque ha sido toda una vida”, y con “una respuesta increíble de la gente: desde que anunciamos que cerrábamos hace dos fines de semana, esto ha sido una avalancha de clientes que han venido a comprar los productos que liquidamos, parecía una Navidad de las de antes”, desvelan.

“Fausto” baja la persiana

Aunque la pareja empezó con otro local en la calle Jovellanos, ha sido en “Fausto” donde han creado una tienda con sello distintivo, donde siempre se han vendido “productos artesanos, detrás de los que había una persona”, y que ha tenido el envoltorio y el adorno como marca de la casa. “desde que abrimos hemos aplicado una política de no discriminación”, asegura Lidia Castillo. Así, “cada paquete ha sido importante, da igual si la venta era de dos euros o de cien; siempre nos hemos esmerado en que la presentación fuera perfecta”. Y de esta forma, sus regalos salen por la puerta envueltos en lazos, celofanes, plumas, brillantes y detalles que hacen que “la emoción sea doble”. No en vano, Emilio González es decorador y se ha aplicado a ello en eventos, fiestas y celebraciones que ahora también están de capa caída. “Dimos muchos cursos de envoltorio de regalos y de atención al cliente, aquí y por toda España”, recuerdan.

Cuando echen la persiana, Gijón dirá adiós a una cueva del tesoro, a “una especie de bazar oriental, como lo describía la escritora Luisa Balanzat”, una tienda de las de siempre por las que han pasado “generaciones enteras; venían los padres a comprar regalos para sus novias y ahora vienen con los nietos”. Un local que se ha hecho famoso también por su peculiar escenografía, con el burro “Néstor” a la puerta desde 1999. “Él fue el primero en ponerse la mascarilla”, recuerdan con humor. La escultura del pollino ya ha sido vendida a una clienta que “vino corriendo a por él cuando supo que él también estaba en liquidación. Ahora está en su jardín”, revelan. Otro de sus burros de atrezzo sigue en la tienda, pero también ha sido vendido.

Lidia Castillo y Emilio González preparando un paquete. Ángel González

“Néstor” fue durante muchos años la mascota oficial de la zona. “Los niños se subían en él y se paraban a saludarlo. Una vez, a punto de cerrar por la noche, se nos presentó un abuelo con una niña en pijama y una buena perreta porque pensaba que se había ido el burro. Tuvo que entrar a saludarlo para quedarse tranquila. Y en Navidad, cuando poníamos a los duendes y el reno, teníamos que colgar un cartel contando que “Néstor” se había ido a recoger los Reyes al pueblo y por eso no estaba en la calle”, relatan. Otra vez vieron con asombro cómo una señora, después de hacer cola pacientemente entre lámparas, relojes, espejos, jarrones, fulares y bisutería les pidió “que le pusiéramos 200 gramos de jamón de York; a saber, en qué estaba pensando”, recuerdan entre carcajadas.

Se llevan “muy buena energía” de los clientes, reconocen, con gente que “venía expresamente de Madrid a comprar”, con años en los que la artesanía se vendía muy bien y con la sensación de muchos de sus fieles de que “éramos como el Elogio, siempre íbamos a estar aquí”. “Fausto” desaparecerá, pero “mucha gente tendrá un recuerdo nuestro en su casa”. Y a ellos les queda la enorme satisfacción de que “podemos contar con los dedos de las manos las veces que alguien vino a devolver algo”. Todo un hito para toda una vida de atención a los demás. Entre lazos y papel de colores, como ellos bien saben hacer.

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