Hay un banco en un recodo del Botánico de Gijón, en el corazón del jardín, soleado todo el año y recogido de las miradas. Un espacio que el arquitecto Juan González Moriyón gustaba de frecuentar junto a su esposa, Ana Hernández Cabezudo, en cualquier época del año. “Veníamos y nos sentábamos aquí, en este mismo banco, los domingos, en verano, en primavera y también en invierno. A veces hasta nos tumbábamos a tomar el sol. A Juan le gustaba tanto que un día me dijo que le gustaría que le dedicaran el banco cuando falleciera. De aquella ni siquiera había enfermado, y aquí estamos hoy”. A Ana Hernández se le quebró un momento la voz a mediodía de ayer, porque hubiera preferido no estar cumpliendo un deseo póstumo, pero “él estará muy contento de vernos a todos aquí”.
El arquitecto, uno de los mayores y mejores profesionales del panorama local y regional, uno de los padres del primer Plan General de Ordenación, partícipe de la regeneración de Cimadevilla e impulsor de la reforma del puerto deportivo y Fomento, de Puerta la Villa, la plaza de Europa, el barrio de Montevil o la remodelación del teatro Jovellanos, falleció el año pasado con una espina clavada: finalmente no pudo construir el invernadero del Bioma Boreal en el Botánico. Fue “un disgusto”, reconocía su viuda ayer, porque “era de las que más ilusión le hacían”, pero el acto que congregó a parte de su familia y a sus más queridos amigos estaba llamado a ser entrañable: el nombre de Juan permanece desde ayer para la posteridad en uno de sus rincones favoritos del Botánico, aquel donde se dejaba acariciar por los rayos del sol.
“Los homenajes se deben hacer a las personas buenas, como era Juan”, destacó la alcaldesa, Ana González, tras descubrir la familia la sencilla placa metálica que perpetúa el nombre del arquitecto en su banco de madera y que está diseñada por su hija Paula, también arquitecta y desplazada desde Niza, donde reside habitualmente, para rendir homenaje a la figura de su padre. Y como Juan González Moriyón tenía una legión de amigos fieles, la alegría pudo más que la pena del recuerdo de quien se fue prematuramente. “Sois las personas que más quería en el mundo, las que más admiraba, sois como de la familia, así que estará feliz de veros aquí”, indicó la viuda a los presentes, antes de recordar lo mucho que su marido trabajó “por la arquitectura y por la ciudad”.
Al homenaje asistieron arquitectos como Vicente Díaz Faixat, Fernando Nanclares y Nieves Ruiz, José Luis Rodríguez, Javier Felgueroso, José Ramón Fernández Molina, Norberto Tellado, Esther Roldán y Víctor Longo, así como el fotógrafo Marcos Morilla y la exalcaldesa Paz Fernández Felgueroso. Porque “Juan era un tipo espléndido, una persona que jamás se enfadaba, al que solo vi cabreado de verdad cuando no se pudo ejecutar el invernadero”, apuntaba José Ramón Fernández Molina. Una persona que dejó huella por donde pasó con su buen hacer y su sencillez.
La misma que ha hecho que, siendo un gigante de la arquitectura y el urbanismo, su recuerdo vaya para siempre parejo a un sencillo banco de madera bañado por el sol.