La cartería rural le dio a Carmen su soñada independencia

Carmen Díaz fue de las primeras mujeres de Correos dedicadas al reparto en Gijón

Carmen Díaz, delante de Correos, en Gijón.

Carmen Díaz, delante de Correos, en Gijón. / Ángel González

A. Rubiera

A. Rubiera

Con 21 años, Carmen Díaz Rubiera entró en Correos. Y no salió de allí hasta hace poco más de cuatro años, cumpliéndose a sí misma la promesa de que "si llegaba a los 60 aún en activo, me acogería a la posibilidad que tienen los funcionarios con más de 30 años de trabajo y me jubilaría. Fue una meta y la cumplí", dice esta gijonesa que siguió la estela de su padre como empleada del servicio público postal y, a la vez, siguió su propio instinto de mujer decidida a trabajar fuera del ámbito doméstico "en cualquier cosa que me permitiera relacionarme con la gente".

Natural de la parroquia rural de Deva (Gijón), Carmen Díaz no le tiene ningún apego a las tareas domésticas. Desde siempre. "Siendo adolescente iba con mi abuela a Quintueles y allí mi tía tenía una peluquería. Y ya lo ví claro. Yo tenía que salir y buscarme la vida. Si no hubiera aterrizado en Correos habría acabado en otra cosa, pero en casa seguro que no", sostiene. Y eso, en los años de finales de los 70, ya era una distinción "porque realmente la tradición familiar, o lo que hicieron muchas amigas y conocidas, era quedar en casa, aprender a coser, atender la huerta... Y todo eso es muy respetable, por supuesto, pero no era para mí. Yo no me resigné".

A ella el cuerpo le pedía trabajar fuera de casa ganando "dinerín, que es importante", y sintiendo cómo lograba además su independencia. "Siempre tuve el concepto de que es muy importante el trabajo. Realmente, creo que te sientes mejor", sostiene. Y se alegra de que le tocara vivir una época en la que "en Gijón había muchos ‘trabajinos’ posibles para los que no hicimos estudios medios".

En su caso, cuando llegó a Corros en 1980 "en la ventanilla o en oficinas ya había muchas mujeres". Pero en cartería, el que fue su sitio durante décadas "porque la calle era lo que más me gustaba", había pocas. "Igual una o dos como mucho". A Carmen le asignaron el reparto de Castiello, Bernueces, Santurio, Cabueñes y Deva, todas las parroquias rurales gijonesas que mejor conocía. Se movía en coche, otra relativa novedad para su época, y otra muestra de que en la lógica de Carmen Díaz no hay género que suponga un lastre. "Viviendo donde yo vivía, o te movías en autobús –y para eso había que caminar varios kilómetros– o nada. Así que con 18 años ya lo saqué", relata.

Al reparto no le escatimaba dedicación, como nunca se lo escatimó en general a nada. Y "en una época en la que ni se fichaba; había una la responsabilidad personal y laboral grande", reflexiona. Eran tiempos de cartería "sin buzones, ni timbres, ni fincas cerradas a cal y canto"; unos años en los que "el trato con la gente era muy familiar, yo me sabía sus vidas y ellos la mía. Cuando me casé, cuando tuve a los hijos... todo". Crió a sus hijos sin dejar de trabajar, "y sin que hubiera teléfonos móviles, ni reducción de jornada", recalca. Eso sí, convencida de que su empleo nunca debería impedirle atender a sus hijos plenamente, y eso suponía trabajar en jornada continua de mañana y pasar la tarde pendiente de ellos. "La conciliación yo la pude hacer, y muchas más que yo. Creo que se puede, pero la generación de ahora me da a mí que no es tan sacrificada", reflexiona.

No recuerda vivir ninguna afrenta laboral por ser mujer pero sí que sabe, por experiencia, que pese a las muchas mujeres que había en Correos, "hasta hace pocos años había muy pocas jefas. Los puestos un poco altos siempre eran hombres; en los últimos años tuve una jefa de equipo", aclara. Habrá que esperar a otras pioneras.

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