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Diario pop

Lo raro y lo espeluznante

Reflexión a la luz de un suceso y de una exposición

En unas semanas, el Festival Internacional de Cine de Gijón nos traerá la exposición fotográfica "Small Stories" firmada por David Lynch, pequeñas historias que abundan en el siniestro universo del director de "Twin Peaks" o "Carretera perdida". Lynch es siempre una invitación a conocernos, a indagar nuestra psique, como un Freud que encuentra en la imagen respuestas que abocan a nuevas preguntas en una lógica que es, sencillamente, otra lógica distinta a la habitual.

En su cine y sus fotografías siempre hay un pasaje para descubrir ese asunto tan freudiano que trata de abordar la oscura realidad de lo siniestro. En "Lo raro y lo espeluznante" (Ed. Alpha Decay), nos dice el filósofo Mark Fisher poco antes de que se suicidara, que lo raro es aquello que no debería estar allí. "Lo raro trae al dominio de lo familiar algo que, por lo general, está más alejado de esos dominios y que no se puede reconciliar con lo doméstico". Raras son las fotografías de Lynch, una especie de collage, de unión de dos o más cosas que no deberían estar juntas y, sin embargo, guardan una siniestra coherencia, una extraña conexión.

La vida cotidiana nos trae esta percepción de lo siniestro que se nos aparece como un desgarrón. Pienso en la madre que asesinó a su hijo hace unas semanas en el barrio de Nuevo Roces y se comportó como si la rutina familiar de una joven pareja, con sus anhelos y esperanzas, continuara como tal, con una aparente coherencia superficial hasta que, veinte días más tarde, ella era detenida por la policía.

En el barrio, en el vecindario, en el contenedor de la basura había algo que tampoco debería estar allí. En sus palabras, en su vida sentimental, en su relación familiar, en su conducta a través de las redes sociales también había algo que no debería estar allí. Nada estaba en su sitio pero nada había perdido su sentido domestico y rutinario hasta que lo espeluznante se hizo ver, primero en el contenedor de la basura y en su autoinculpación, después.

Ciertamente, lo espeluznante se predica de espacios parcialmente desprovistos de lo humano: un bebe muerto arrojado a un contenedor, una autopsia que verifica un crimen y una confesión criminal que lo certifica. Todo nos hace pensar que una pesadilla se ha cruzado con la realidad o, peor aún, se ha incrustado en ella. La siniestra ilusión de un no-embarazo fingido más allá del crimen que sólo es reconocido tras la detención, la idea de que uno puede ser otro, el otro, la posibilidad de que el infierno sean los otros, se presenta como un agujero negro, un espacio lynchiano en el relato, que no tiene congruencia alguna y, sin embargo, si intentamos que la tenga sólo nos conduce a un mayor fracaso.

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