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Maribel Lugilde

Grado y medio

Ecovandalismo y límites de la transgresión por desesperación

En el Museo del Prado, entre la maja desnuda y la vestida de Francisco de Goya, los activistas pintaron "1,5 º C" en referencia al umbral de incremento de temperatura que 195 países consensuaron que la tierra no sobrepasase en el denominado Acuerdo de París. La acción en la que, además de la pintada, dos jóvenes pegaron sus manos a los marcos de ambas obras, es la última de una serie de lo que para unos es una performance reivindicativa y para otros un acto de incomprensible “ecovandalismo”, tal y como ha sido bautizado en Francia.

Cuesta creer que quienes son sensibles con el sufrimiento del mundo natural no lo sean con el del patrimonio artístico universal. Aunque cabe señalar que en la mayoría de los casos las obras no se han visto afectadas; sí su entorno. En otras ocasiones, los activistas lanzaron directamente productos sólo sobre aquellas que estaban protegidas por un cristal, a sabiendas de que no alcanzarían el lienzo.

Por otro lado, las consecuencias legales de un atentado de tal calibre serían importantes así que, a pesar de la grandilocuencia del gesto, estos jóvenes procuran que la lesión a la obra sea prácticamente inexistente. Se busca, por tanto, gran impacto con un daño controlado pero ¿es lo que realmente consiguen acciones tan arriesgadas?

Me lo vengo preguntando desde que el fenómeno ha brotado, junto con otros relacionados, como la denominada “Rebelión científica”, un llamamiento a la desobediencia civil de la comunidad científica, después de que medio siglo de estudios y artículos alertando del calentamiento global no haya derivado en decisiones políticas eficaces frente a la evidente crisis climática. Ahora, dicen, al borde del colapso, es imperativa una “transición rápida”. El manifiesto, en varias lenguas, es accesible en internet también en asturiano.

Un grupo de científicos españoles pertenecientes a este movimiento fueron detenidos días atrás en Alemania después de verter pintura y pegar carteles sobre varios coches en la sede de BMW en Múnich. Algunos ya lo habían sido anteriormente por arrojar pintura sobre la fachada del Congreso de los Diputados. “No somos gente de naturaleza vandálica”, dijeron entonces. Simplemente, explicaron, se sienten impelidos a actuar.

Querría persuadir a estos jóvenes de no violentar estos espacios. Nuestro sentimiento cívico se resiente viéndoles transgredir. Pero he de admitir dos hechos que brindo a la reflexión de ustedes. Uno: están justamente indignados por el mundo que les hemos legado. Dos: tras condenar enérgicamente sus acciones, nos obligan a reparar en ello.

Se calcula que el calentamiento global es de 1,1 grados. A este ritmo, los 1,5 grados, considerados punto de no retorno, se alcanzarán antes de 2040. En 2100, serán 2,7. No estaremos para entonces, lo sufrirán nuestros descendientes, pero la responsabilidad es nuestra.

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