Oviedo,

E. FUENTES

La guerra, y muy en particular la de Afganistán, marcó ayer en Oslo el discurso con el que el presidente de EE UU, Barack Obama, aceptó la concesión del premio Nobel de la Paz. Un galardón que, desde su atribución el pasado octubre, no ha dejado de ser criticado por quienes sostienen que es más lo que aún se espera de Obama que lo realizado en sus once meses de mandato.

Obama es el tercer presidente de EE UU en ejercicio que recibe el Nobel de la Paz, después de Theodore Roosevelt (1906) y Woodrow Wilson (1919). El demócrata Jimmy Carter lo recibió en 2002 en reconocimiento a la labor mediadora que, tras dejar la Casa Blanca, desempeña la fundación que preside.

Consciente de la polémica generada, Obama la aceptó desde los primeros compases de su alocución y la atribuyó a estar en los inicios de su mandato. «Comparados con los de los gigantes de la historia que han recibido este premio - Schweitzer y King; Marshall y Mandela - mis logros son escasos», admitió, según la transcripción de su discurso en inglés difundida ayer.

Fue la primera de las seis menciones a Martin Luther King, premio Nobel de la Paz en 1964 y mártir de la lucha negra por los derechos civiles en EE UU. Luther King fue ayer la sombra tutelar de su discurso: «Soy una consecuencia directa de su trabajo y un vivo testimonio de la fuerza moral de la no violencia».

Obama tampoco eludió que la entrega del Nobel llega días después de anunciar el envío de 30.000 soldados más a Afganistán. «Soy el comandante en jefe de una nación envuelta en dos guerras» y «soy responsable del envío de miles de jóvenes americanos a combatir en una tierra distante. Algunos matarán. Otros serán matados», dijo, internándose así en la defensa de la «guerra justa».

El premiado recordó que el concepto de «guerra justa» nace del intento de regular «el poder destructivo» de las acciones bélicas. Según este concepto, «la guerra sólo está justificada cuando cumple ciertas condiciones»: ser el último recurso o un acto de autodefensa, conllevar el uso proporcional de la fuerza y, «cuando es posible, preservar a los civiles de la violencia». Condición, resaltó, casi nunca respetada.

En la cruenta II Guerra Mundial, que acabó con 60 millones de vidas, el número de muertos civiles superó al de militares, recordó el galardonado, quien destacó que, gracias a los mecanismos colectivos puestos en pie en 1945, «no hubo una III Guerra Mundial». Sin embargo, añadió, la llegada del siglo XXI ha traído nuevas amenazas, entre ellas, el terrorismo, la proliferación nuclear y los conflictos étnicos o sectarios.

Tras admitir no tener «soluciones definitivas» a la guerra, Obama se propuso repensar las nociones de «guerra justa» y los imperativos de una «paz justa», sin olvidar su condición de comandante en jefe de la «única superpotencia militar», la cual, dijo, «no evadirá nunca su compromiso con la seguridad global».

«No nos equivoquemos», apeló Obama. «El mal existe. Un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejércitos de Hitler. El diálogo no puede convencer a los líderes de Al Qaeda de deponer las armas. Decir que la fuerza es necesaria a veces no es un llamamiento al cinismo, es reconocer la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón», añadió un Obama que también concedió que «por muy justificada que esté, la guerra siempre promete una tragedia».

Obama arremetió ahí contra el rechazo indiscriminado de la violencia y recordó el papel militar de su país en las seis últimas décadas en defensa de la democracia. Sin embargo, defendió la necesidad de hacer la guerra con reglas y recordó que ha prohibido la tortura y ordenado el cierre del campo de internamiento de Guantánamo. También alabó las virtudes del diálogo, «aunque carezca», dijo, «de la pureza satisfactoria de la indignación».

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«Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamamiento al cinismo, es reconocer la Historia»

«Un movimiento no violento no podría haber detenido a los ejércitos de Hitler; el diálogo no puede convencer a Al Qaeda de deponer las armas»

«EE UU es la única superpotencia militar y no evadirá nunca su compromiso con la seguridad global»

«Por muy justificada que esté, la guerra siempre promete una tragedia»