Un disparo rompió la calma del palacio real de Bangkok la mañana de junio de 1946 en que un país llamado Siam cambió para siempre. El rey de 20 años, Ananda, yacía muerto con una bala en la cabeza. Hoy, décadas más tarde, todavía no está claro si fue un accidente, un suicidio o un asesinato: todo ello pertenece al misterio más insondable. La pistola todavía humeaba cuando el hermano del fallecido, Bhumibol Adulyadej, dos años menor, subió al trono bajo el nombre de Rama IX. Entonces nadie sabía si aquel adolescente desgarbado y de gafas, nacido en Massachusetts, Estados Unidos, podría sobrevivir a las intrigas. En el sudeste asiático las monarquías se extinguían. Los reyes y príncipes habían sido despojados del poder, ejecutados o enviados al exilio. Sin embargo, el joven Bhumibol creció superando los innumerables escollos hasta convertirse en el monarca más longevo del planeta y en una deidad para su pueblo, que ha dirigido sus miradas hacia él en los momentos difíciles.

Cuando Tailandia se sumió en el caos con las revueltas estudiantiles de 1973, el golpe de 1981 o las protestas antimilitares de 1992 -en las que murieron decenas de personas- el rey se levantó de su trono e intercedió para devolver la estabilidad al reino. Ahora son muchos los que se preguntan por qué no alza la voz para poner fin a los enfrentamientos entre el Gobierno y los «camisas rojas», que han causado 88 muertos y 2.000 heridos. Los manifestantes ocuparon en marzo el centro de Bangkok para exigir la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones. Sostienen que el primer ministro, Abhisit Vejjajiva, llegó al poder de forma ilegítima, tras el golpe militar que impidió gobernar a Thaksin Shinawatra, vencedor de las elecciones en 2006, multimillonario, ex propietario del Manchester City y también conocido como el «Berlusconi amarillo». Ante una situación tan grave -el país se encuentra bajo estado de excepción- el silencio de Bhumibol resulta ensordecedor.

Esta vez el monarca, con 82 años, no ha exhibido su «autoridad moral», salvo en un discurso aséptico en televisión y para dirigirse a un grupo de jueces recién nombrado y exigirles que cumplan honradamente con su deber en un momento en que otros no lo hacen. Los tailandeses interpretaron este gesto como una crítica a la Policía y los militares por no haber sabido mantener el orden, pero hay quienes sostienen que si el rey no interviene es porque ya no está en condiciones de asumir un papel decisivo en la crisis. En cualquier caso, «los camisas amarillas» (empresarios y clase media) y «los camisas rojas» (campesinos, obreros, intelectuales y estudiantes) han clamado por una mediación en el conflicto que puede llevar a desangrarse al país, de 65 millones de habitantes y con una de las economías más prósperas de la región. Los primeros aseguran que los segundos quieren acabar con la Monarquía, y éstos lo han negado más de una vez para no tener que enfrentarse a la veneración que suscita Bhumibol.

Veneración, ¿qué hay de ello? Los tailandeses vuelven sus ojos una y otra vez hacia la figura real para que les resuelva los problemas. Sin embargo, las mediaciones del monarca no han sido siempre tan providenciales para su pueblo. En sesenta años de reinado Bhumibol ha asistido y algunas veces asentido a veinte golpes de Estado. Nada más llegar al trono, promulgó docenas de leyes para proteger a los campesinos, pero su sensibilidad social forma parte en buena medida de una mentira cuidadosamente estudiada. Rama IX no sólo es el jefe de Estado con más años en el cargo, sino también el aristócrata más rico del mundo, según la revista «Forbes». A pesar de cultivar una imagen austera y caritativa, al monarca se le calcula una fortuna de 35.000 millones de dólares (25.000 millones de euros), un 50 por ciento más que el jeque de Abu Dhabi, el rey de Arabia o el sultán de Brunei. Un tercera parte del distrito financiero de Bangkok (14 kilómetros cuadrados) pertenece a Bhumibol. La oficina patrimonial de la Corona gestiona nada menos que 36.000 propiedades, la mayor parte de ellas en alquiler. Tras la crisis de 1997 sus precios fueron actualizados y desde entonces se han construido centros comerciales en lugares anteriormente ocupados por viviendas baratas. La Corona posee también participaciones en múltiples sociedades, entre las que destacan un tercio del capital de la cementera Siam, segunda empresa del país; el 25 por ciento de participación en la primera entidad bancaria y una posición mayoritaria en la cadena de hoteles Kempinski. Y un dato curioso: probablemente no hay muchos soberanos en el mundo que hayan registrado patentes a su nombre. Bhumibol lo ha hecho, al menos, con una depuradora de aguas residuales.

Este patrimonio no está sujeto a fiscalización por parte del pueblo, ya que una ley de lesa majestad condena con penas de cárcel cualquier tipo de crítica a la Monarquía. Durante su largo reinado Bhumibol ha visto más de 16 constituciones y 27 cambios de primeros ministros. También ha usado su influencia para poner en marcha y parar golpes militares, incluidos los intentos de 1981 y 1985, pero acusarlo de interferir en política puede significar la eliminación o la cárcel.

La difamación está castigada en Tailandia con condenas entre tres y quince años, y también cualquier cosa que se entienda como una desconsideración a la realeza. Sólo en 2007, fue tramitado un centenar de casos de lesa majestad y los acusados acabaron a la sombra. Son conocidos los del ciudadano francés que en un vuelo de las líneas aéreas nacionales, en el que coincidía con dos princesas tailandesas, se negó a apagar la luz de la lectura. A su vuelta a Bangkok lo encerraron y sólo obtuvo la libertad después de disculparse ante el propio Bhumibol. O en 2009, el de la activista opositora condenada a 18 años de prisión por insultar al rey y la reina, Sirikit, durante una protesta política. La manifestante, Daranee Chanrchoensilapakul, conocida por «Da Torpedo» y perteneciente a la plataforma política del ex primer ministro tailandés Shinawatra, no aludió a los monarcas en su discurso, que criticaba, entre otras cosas, a la clase dominante. Sin embargo, el tribunal dictaminó que la fiscalía había aportado suficientes pruebas para poder interpretar a quiénes iban dirigidas las críticas.

Nadie en el viejo Siam duda de a quién o quiénes se refiere uno cuando habla de clase dominante. Al lado del monarca encarnado en un Buda viviente siempre está Sirikit. Mientras terminaba sus estudios en Suiza, Bhumibol visitó París con frecuencia. Fue allí donde conoció a Rajawongse Sirikit Kitiyakara, hija del embajador tailandés en Francia. Él tenía 21 años y ella 15. Bhumibol acabó casándose con la actual reina, que hace años ocupó páginas de las principales revistas del corazón por su exótica belleza y su afición al lujo. Para los occidentales hubo un tiempo en que ambos parecían sacados de la opereta musical de Rodgers y Hammerstein «El rey yo». Dentro de Tailandia la realidad era distinta.

Con Sirikit el rey ha tenido cuatro hijos: uno de ellos, el príncipe heredero Maha Vajiralongkorn, que probablemente jamás gozará, si es que algún día llega al trono, del ascendiente de su padre sobre los súbditos. Cincuentón y aburrido de esperar su oportunidad, hay rumores de una vida privada inmoral, el abuso y maltrato de sus subordinados, lo que ha calado en el pueblo. La conspiración política también forma parte de su juego.

El monarca que llevó la democracia a Tailandia y durante sesenta y cuatro años se ha dedicado a vigilar los destinos del país es un hombre emprendedor, polifacético y de extravagantes horarios. Antes de sufrir la embolia que lo mantiene desde hace más de un año retirado de la vida pública, solía dormir por el día y despachar los asuntos del reino de noche. Son conocidas sus facetas de pintor, fotógrafo, traductor y escritor. Su libro «Phra Mahachanok» se basa en un texto tradicional de la escritura budista. En lo que más ha destacado, sin embargo, es en la música. Bhumibol es un compositor de canciones de cierto éxito y ha acompañado en sesiones de jazz a legendarios instrumentistas: Benny Goodman, Jack Teagarden, Lionel Hampton y Maynard Ferguson, entre otros.

El 4 de octubre de 1948, en la carretera de Ginebra a Lausana, estrelló el Fiat Topolino que conducía contra la parte trasera de un camión. Se hizo cortes en la cara que le costaron la visión de su ojo derecho. Acabo usando una prótesis ocular que le imprime cierta frialdad en la mirada, acorde con la distancia que ahora ha decidido tomar con respecto a su pueblo y los problemas que le afectan, después de décadas de intervencionismo en la política. Posiblemente sea el resultado de su facultad discrecional y del desapego a la sórdida realidad. La mística del amado Bhumibol, «el Grandioso», se desvanece, quizás en busca de la indiferencia que inspiran otros reyes, y mientras Tailandia camina hacia el precipicio.