Esta semana he visto las películas "CODA" (ganadora del Oscar a la mejor película 2022) y "El método William" (con premio de Smith al mejor actor 2022), ambas me han hecho reflexionar sobre la autoestima y el significado de la palabra “quererse”.

En la película de Will he visto a un padre que conjuga el amor incondicional a sus hijas (quererlas aunque fracasen) con proporcionarles la fortaleza para alcanzar lo que él considera “éxito”. Podríamos debatir acerca de si eso es tener éxito, o si su labor es correcta o no (cada vez me cuesta más atreverme a juzgar, más aún sin conocer el trasfondo de esa historia). Lo que está claro es que quererse cuando uno se siente en la cima del mundo es sencillo. Quererse cuando se es joven, cuando se tiene éxito, salud y la vida parece una fiesta con fuegos artificiales y muchísimos colores. Quererse entonces parece algo que ocurre de manera natural y, aun así, nos cuesta horrores.

Pero quererte cuando has caído en lo más profundo y oscuro de un pozo, quererte cuando tu vida se desmorona y lo que antes tenías (juventud, salud, éxito, …) se va desvaneciendo es lo más complicado, eso sí es quererse de verdad. El otro modo superficial de querer simplemente se trataba de una ilusión temporal, una autoestima de mentira, tan vulnerable que el más leve viento puede hacerla desaparecer por completo, arrasarla por completo. Conseguir que tus hijos se quieran por lo que son y no por lo que consiguen, conseguir que se “oigan” a sí mismos y sean capaces de realizar conductas que sean acordes con sus pensamientos y con su manera de entender el mundo, no es una hazaña sencilla.

En la peli de "CODA", Ruby nace en una familia en la que todos son sordos menos ella. A sus padres les cuesta comprender que la percepción de ella sobre la vida sea diferente. Ruby inicialmente cree que el camino que ella desea tomar no puede ser “escuchado” por ellos, pero ellos sí pueden aprender a escuchar (incluso aunque no puedan oír). Y es que mostrarles a los hijos que les queremos porque hacen aquello que nosotros consideramos correcto, porque son buenos estudiantes, responsables o destacan en el deporte, no es quererles en absoluto. Demostrarles que les queremos por el simple hecho de haber nacido, aunque se equivoquen, aunque tomen caminos que nosotros nunca habríamos elegido, eso sí es quererles profundamente.

Y sobre quererse a uno mismo: quererse también cuando uno mete la pata, cuando se equivoca estrepitosamente, cuando hace el ridículo o se expone a mostrarse vulnerable. Quizá este es uno de los aspectos más difíciles del querer y, probablemente, sea esta dificultad la razón por la cual la mayoría aparentamos tanto, ocultamos tanto y sentimos tanta vergüenza, intentando mostrar a los demás solamente nuestra cara más luminosa. Este auto-quererse se inicia en la infancia, cuando primeramente son los padres los que nos trasmiten este amor incondicional, ese amor que hace que, aun cuando ellos ya no están, siga dentro de nuestro corazón.

Quererse viendo la realidad de lo que somos (seres imperfectamente incompletos) es el mayor acto de amor y compasión hacia uno mismo que existe. Quererse sin creerse más, ni tampoco menos. Quererse con los errores, con las imperfecciones, con los miedos, con todo el “pack”. Quererse reconociendo que a veces uno siente terror, otras envidia, otras odio, aceptando que las sombras propias son tas oscuras como las de los demás.

Para quererse profundamente hay que atreverse a mirarse sin filtros (algo especialmente difícil en los tiempos que corren donde casi todo nos incita a querer aparentar), pasar por el dolor de verse a uno mismo de cerca, con las fisuras, las cicatrices y las imperfecciones.

Y esto mismo que aplicamos al auto-querer, es aplicable también al amor a los demás. El amor verdadero es querer a alguien sabiendo lo que es, sabiendo que no está por encima de ningún otro ser humano y tampoco por debajo, quererle porque sí, no porque sea exitoso, gracioso o inteligente, simplemente quererle porque ES y porque ESTÁ. 

Algunos consejos para aprender a quererte un poco más:

  • Escucha tu discurso interno y plantéate si estas siendo compasivo contigo mismo. Pon en tela de juicio tus propios pensamientos y comienza a hablarte como hablarías a una persona a la que aprecias.
  • Trabaja en la aceptación de tus fisuras e imperfecciones, bien sea solo o con ayuda.
  • Practica el crecimiento de tu interior, cuidándote por dentro, alimentándote correctamente, practicando deporte, durmiendo lo suficiente, meditando…
  • Utiliza tus errores no como pesadas piedras con las que debas cargar toda tu vida, sino como trampolines hacia una mejor versión de ti mismo, una versión más sabia. Aceptar el error es requisito imprescindible para descubrir la valiosa lección que esconde, y son precisamente los errores más oscuros, cuando son aceptados plenamente, los que a la larga mayor afianzamiento de nuestra autoestima reportan.
  • Rodéate de personas que te hagan sentir querido y aceptado, que conozcan tus sombras y aun así te aprecien, con las que no tengas que fingir ser mejor persona, simplemente ser.
  • Escucharte a ti mismo, aceptando tus propios valores y tus propias necesidades, para después encontrar la manera de vivir acorde a ellos.
  • Quítate la máscara, se auténticamente imperfecto: prueba a ser tú mismo, muéstrate tal como eres aunque eso signifique exponerse a la crítica y al rechazo. Muchos sabrán apreciar tu autenticidad.

Aprender a quererse de verdad lleva tiempo, lo importante es que tenemos toda una vida para conseguirlo, lo bonito es que el proceso en sí mismo ya significa quererse, comenzar a plantearte que necesitas (o quieres) quererte más ya es quererte un poco.

Termino este texto recomendando ambas películas, reflexionando sobre el hecho de que quizás, como ocurre en las dos, todos los padres son un poco “sordos” en algunos aspectos y, es en esa sordera tan difícil de identificar donde radica el origen de muchos de los problemas entre padres e hijos.

Artículo dedicado a quienes están encontrando el camino para quererse profunda y auténticamente.