Según datos del Instituto Nacional de Estadística, los suicidios siguen en aumento, especialmente entre los más jóvenes, siendo la primera causa de muerte no natural entre los jóvenes de 14 a 19 años. Según datos de Eduardo Fonseca, profesor de la Universidad de La Rioja, dos de cada diez jóvenes pensaron en el suicidio el año pasado, un 7% lo planificó y un 4,6% intentó quitarse la vida.

Algo estamos haciendo desastrosamente mal. Como psicóloga, aunque atiendo a personas de todas las edades, la terapia con jóvenes me enriquece especialmente, porque tienen una mente abierta, están llenos de ilusiones, de ganas de comerse el mundo... Ganas que muchas veces se ven limitadas o frustradas por los adultos, adultos que pretenden que esos chicos despiertos encajen en un molde, en el molde que la sociedad ha creado para ellos, en un molde obsoleto y cargado de valores propios. No quiero decir que todos los suicidios se deban a esta cuestión ni mucho menos, pero observo una sociedad reprimida e insatisfecha en incontables sentidos, que trata de compensar esa insatisfacción con placeres vacíos y hedónicos, donde prima la indefensión aprendida (el tirar la toalla antes de tiempo) y la resignación ante un mundo que no les gusta pero que tampoco se atreven a cambiar. Podemos echarle al COVID la culpa de las muertes, o podemos leer un poco más allá y comprender que no es el COVID en sí mismo sino (además de otras muchas cuestiones) el trasfondo que le rodea: la mala gestión que nuevamente hace indiscutible el dicho de ”es peor el remedio que la enfermedad”.

El pasado 10 de mayo el Ministerio de Sanidad creó la Línea de Atención a la Conducta Suicida 024, servicio gratuito gestionado por Cruz Roja.  En la página web del Gobierno de España dice que está atendido por “profesionales”, sin especificar de que tipo de profesionales estamos hablando. Esta información tan vaga e imprecisa me hace dudar, y más teniendo en cuenta que si apenas hay psicólogos en la Sanidad Pública, menos aún los habrá para atender este teléfono. Desconozco quien lo atiende y no puedo evitar desconfiar de su eficacia. Algunos dirán que al menos ya es algo y quizás tengan razón.

Aunque el suicidio es un tema muy complejo y las razones por las cuales una persona lo lleva a cabo no se pueden explicar en un artículo, observo claramente tres factores que nos protegen contra las ideas suicidas (que disminuyen la probabilidad de que una persona decida quitarse la vida) independientemente de la edad:

1.      Contar al menos con una persona que sienta un amor profundo e incondicional por nosotros, ya sea un padre, un hermano, un amigo… simplemente alguien para quien nosotros seamos importantes y valiosos tal cual somos, con nuestros defectos, aun conociendo nuestra parte más oscura. Y si esa persona además nos ayuda simplemente a sentir el dolor en lugar de forzarnos a reprimirlo, lo que se llama “validación emocional” (te permito sentir, te ayudo a sentir, no me incomoda tu dolor) la protección será mayor.

2.      Llevar la vida que uno quiere, vivir como uno quiere acorde a los valores propios y no a los impuestos por la sociedad o por el entorno familiar. Sentir que uno está eligiendo el camino, sentirse capaz de caminar hacia donde uno quiere. Pero antes de ese punto hay que aprender a escucharse a uno mismo, a comprenderse a uno mismo al margen del ruido de alrededor, y ese es un paso previo a caminar en una dirección valiosa. Y esto tiene mucho que ver con parecerse más al “yo real” que al “yo obligado”, es decir, ser y actuar como nuestros valores más profundos nos dictan y no como el entorno sociofamiliar espera.

3.      Gestionar adecuadamente el dolor emocional. El problema no es sentir un dolor intenso, el problema es no permitirse sentirlo, no ser capaz de convivir con él. La soledad, la tristeza y el vacío forman parte de la vida, pero cada vez más vivimos queriendo anestesiar las emociones, en lugar de “despertarlas” para poder asimilarlas y escuchar del mensaje que traen escondido.

Y aunque detrás del suicidio hay mucho más que estos tres factores y no quiero parecer reduccionista, si trabajamos en el punto 2 y 3, la persona irá desterrando la idea de su cabeza (comprobará que hay otras salidas) y, probablemente, sea más sencillo que el punto 1 pueda darse con más personas, o que incluso sin el 1 se sienta emocionalmente fuerte como para salir adelante.

Como decía un paciente mío hace algunos años: “Zara, al final he decidido que no me voy a suicidar, porque el suicidio es una solución permanente para problemas temporales”.

Su frase se me ha quedado grabada a fuego, la repito muchas veces y la utilizo en terapia. Mi respuesta cuando un paciente me dice que se quiere suicidar es:

“Vamos a probarlo todo antes de que lleves a cabo una solución definitiva, vamos a intentar todas las estrategias que estén en nuestra mano dejando esa última en la recámara”

Hasta ahora nadie ha llegado a elegir la “solución última”, con la terapia se abre un mundo de posibilidades.

No olvidemos que la persona con conducta suicida lo que quiere es dejar de sufrir, ayudémosle a poder comprender su dolor, como paso previo a que las ganas de vivir vayan brotando de su interior.

Y no, hablar del suicidio no aumenta los casos de suicidio. Poner tiritas a problemas profundos sí los aumenta. Dejemos de poner tiritas y comencemos a ocuparnos del problema en profundidad.