En el arranque de la calle de Villa de Arriba un edificio de tres plantas con diecinueve viviendas desocupadas informa de que la parte de la repoblación que debe resolverse a través de la oferta de vivienda va a tropezar aquí con algún obstáculo equiparable a los del resto del mundo en crisis. Los problemas financieros de la constructora, informa el Alcalde, han dejado el inmueble como se le ve hoy, vacío, con los pisos prácticamente terminados, las persianas bajadas y los potenciales ocupantes pendientes del banco para darle una vuelta al posible futuro residencial de este trazado muy rural de la capital de Villayón. Julián Díez, uno de los fundadores de lo que hoy es el almacén de piensos de la plaza de Villayón, sabe que «los pisos son aquí evidentemente más baratos que en Navia o La Caridad» y Mirta Rodríguez aprecia un porvenir agradable en la posibilidad de que un incremento de la oferta seduzca en plena crisis a «gente joven con futuro que trabaje en Navia, por ejemplo». Porque sólo son dieciséis kilómetros, se promociona, y ahora hay quien tiene su empleo aquí y va y viene todos los días a Oviedo.

De la plaza central hacia arriba, casi en la salida de Villayón por la carretera que lleva a Ponticiella, Valdedo y Boal, se ven, sin embargo, una grúa y media docena de obreros rematando la obra de lo que serán ocho viviendas sociales. Tienen quince solicitudes aun antes de llegar a cubrir los tejados de los edificios, celebra el Alcalde, y «si se hicieran más, seguro que también se ocuparían», apunta Mari Pérez mirando a las diez casas, también de protección, que ya llevan casi una década al lado de las nuevas. Hay aquí quien aprecia la demanda aun antes de que se complete la oferta, también de «gente mayor que está deseando salir de los pueblos» aunque ellos no fijen población, asume Ana Suárez, presidenta de la Asociación de Mujeres «Virgen de los Dolores», y vaya a resultar más provechoso dirigir la expectativa hacia esa población joven que puede encontrar «al doble de precio, tranquilamente», las casas en algunas grandes villas del entorno de ésta.

A los que se han quedado, de momento, les ha tocado la lotería, la de verdad, aquel quinto premio del último sorteo de Navidad que repartió el grupo municipal del PP en el Ayuntamiento y pagó mil euros por cada participación de diez -700.000 euros en total-. Para la otra lotería, la del futuro que, en palabras del Alcalde, pide «un cambio necesario y fabuloso para todos los que vivimos en Villayón», aquí se siguen comprando números. Se exploran todavía las alternativas que se abren a la salida del pasado casi exclusivamente ganadero de este concejo que lleva tres vacas de oro en el cuadrante inferior del escudo y tiene en el recuento de ahora «dos ganaderías de leche y una de carne», calcula Angelita Álvarez, pero tal vez más reses «que hace veinte años».

A Celina González también le cuesta, pero todavía «vivo de las vacas». El campo es duro, pero ya no tanto como era cuando no había cooperativas que ofreciesen un servicio de sustitución por seis euros la hora los días de diario y diez los fines de semana. Aun así, no ayuda la sujeción casi absoluta del trabajo agrario, su descrédito y la sensación de callejón sin salida que muchos comparten con Angelita Álvarez: «Es muy difícil si la leche no sube y se disparan los piensos, el gasoil...» Se busca un sustituto para que no vayan camino de la historia los tiempos en los que el saber popular definía Villayón como el sitio «donde todo lo ruin é bon» y la fama gastronómica y ganadera del concejo se respondía en la misma pregunta: «¿Quién fue a Villayón y no volvió fartón?».

Villayón vive bajo el «pico Villayón», va a la iglesia por la «calle la Iglesia» y a la ermita por la «calle la Ermita»; la zona alta es «Villa de Arriba» y la inferior, «Villa de Abajo». En este lugar sencillo, sin complicaciones, que llama a las cosas por sus nombres, se percibe un afán de defensa del pasado equiparable al de la subsistencia. La Asociación de Mujeres «Virgen de los Dolores», hoy unas ochenta componentes que llegaron a ser cien, confirma su presidenta, denomina «Po'la villa» a lo que quiere ser precisamente eso, un recorrido por la villa a través de sus oficios tradicionales resucitados. Sucede todos los diciembres desde hace cuatro y quiere ser «una reconstrucción de trabajos antiguos», precisa Ana Suárez, para que la nostalgia salga a las calles de la Villa de Arriba con «el cesteiro, la curandera, el filandón, el horno de pan o el chigre», donde se vuelve a servir «chirimaco», el vino caliente que siempre ha quitado el frío en esta zona.

De la vitalidad social del pueblo dice Ana Suárez que en ésta y las otras iniciativas del colectivo «la inmensa mayoría colabora, no hay queja». Por eso en su escala humilde funciona la vocación de que tampoco se pierda la «fiesta de los chóferes», la procesión de los coches engalanados con San Cristóbal, patrón de los conductores, viajando en la baca de uno de ellos todos los primeros domingos de agosto, ni las ferias ganaderas de Todos los Santos y San Martín, lo que queda del pasado pecuario, ni la peña bolística ni su batalla para evitar que se pierda la afición de este sitio al bolo celta.