De la visita al Museo Arqueológico se pueden extraer múltiples conclusiones. La primera, que en ningún momento de esos 300.000 años que nos contemplan dejó de haber movimiento, relación e hibridación cultural entre poblaciones (hoy se sabe que en el Paleolítico, por ejemplo, las comunidades cantábricas tenían conexión con grupos del Pirineo). La segunda, que el hombre siempre hubo de luchar a brazo partido por su supervivencia. De ahí sus recursos (es difícil imaginar la técnica manual de quienes hace 15.000 años eran capaces de fabricar agujas de hueso con precisión de maquinaria contemporánea). La tercera, que siempre miramos a los cielos, dioses de una naturaleza que fue despensa y a la que el ser humano acomodó primorosamente sus habilidades (los picos asturienses diseñados para el marisqueo son un ejemplo definitivo).

El inmenso valor de lo expuesto en el Arqueológico no hace olvidar lo que no está y debería estar. Por ejemplo, alguna pieza original de las excavaciones del Sidrón, un hito en la investigación mundial sobre las poblaciones neardentales. Nos quedamos en reproducciones... por el momento. La famosa Diadema de Moñes es también una reproducción. Apareció en Piloña allá por el siglo XIX, pero sus piezas troceadas están repartidas entre el Museo Arqueológico Nacional, la Fundación Instituto de Valencia de Don Juan, en Madrid, y el Museo-Saint-Germain-en-Laye, cerca de París. Y sin mencionar el expolio del arte sacro, fenómeno no sólo asturiano sino nacional.

El Sidrón tiene espacio propio, pero quizá mereciera más. Al fin y al cabo es «nuestro». Lo mismo se puede decir del espacio reservado a la cultura asturiense. Sin olvidar que el Arqueológico es un museo para todos los públicos, hay quien echa en falta más información, sobre todo en algunas piezas clave de la muestra permanente. Las maquetas que jalonan el recorrido generan división de opiniones. Las maquetas son información, no un juguete, pero aún así sorprende tanto espíritu espartano. Y puestos a defender lo local, quizás el azabache, cuya presencia se deja notar en distintos momentos de nuestra historia, podría tener vitrina aparte. En pleno universo castreño -siglo VIII (a. C.)- ya había producción industrial de azabache en esto que hoy es Asturias.

El claustro está casi desnudo, por indicación del Ministerio de Cultura. Hay quien echa de menos un mejor aprovechamiento de ese espacio singular, al que le crece la hierba por un lado y no por el opuesto (la altura del edificio anexo moderno le quita horas de sol, y la naturaleza lo nota). Al menos no le han instalado cristaleras, como se barajó en algún momento. A pesar de todo no hay rincón que no transpire belleza. Y está al lado. Y, por el momento, es gratis.

La pieza más antigua

Este canto trabajado de cuarcita es el objeto de mayor antigüedad entre los expuestos en el Museo y la pieza más antigua de las rescatadas en excavaciones en Asturias. Fue encontrado en el Cabo Busto (Valdés) y presenta varios levantamientos. Parece un núcleo para la extracción de lascas y fue trabajado hace unos 300.000 años.

bautizos durante siglos

«Juan y María mandaron hacer esta obra en la era 1152» (año 1114). Es la inscripción que se lee en esta inmensa pila bautismal, de más de un metro de altura, que cumplió sus funciones durante siglos en el monasterio de San Pedro de Villanueva (Cangas de Onís). Es románica y de piedra arenisca. Estaba en Arqueológico Nacional.

la quintaesencia paleolítica

La famosa cabeza de cabra encontrada en la cueva de Tito Bustillo (Ribadesella) es uno de los símbolos del arte mueble del Paleolítico (Magdaleniense superior). Tallada sobre hueso, es una de las joyas de una vitrina que no tiene desperdicio. Fue trabajada alrededor de hace unos 12.000 años.

elefante de 5 metros de alto

Este fémur de elefante tiene una antigüedad superior a los 50.000 años y una longitud de alrededor de un metro. Fue encontrado en la cueva de La Silluca, en Llanes, y pertenecía a un ejemplar que rondaría los cinco metros de alzado. Un animal inmenso, de la especie Elephas Antiquus. Conoció un clima cálido y un paisaje forestado.

herramientas «asturianas»

El Asturiense es la principal aportación de lo que hoy es Asturias al mundo Paleolítico. Los utensilios de la foto superior son picos asturienses, herramientas con empuñadura adaptada a la mano, usadas en un espacio de tiempo entre los 8.000 y los 6.000 años (a. C.) , inmediatamente antes de la llegada del Neolítico.

un ajuar para la otra vida

El esqueleto de la cueva de Los Azules (Cangas de Onís) es el primer enterramiento que se conoce en Asturias. Interesan los huesos, pero también el ajuar: astas de ciervo, un arpón, material de sílex y cantos pintados de ocre, color de vida. Era un varón, de unos 50 años y con una altura que se supone inusual para la época (11.000 años): 1,70 metros.

arpones, tumbas y puñales

A la izquierda, un arpón del Magdaleniense, contemporáneo a la época dorada del arte rupestre. En el centro, estela decorada de la Tumba del Castillín, en Allande. Simbología religiosa en pizarra. A la derecha, puñal ceremonial de bronce y hierro (s. VIII a. C.). El hierro era importado.

signo para vencer al enemigo

Pieza de arenisca que formó parte de la fortaleza ovetense de Alfonso III y que data del siglo IX. Contiene la famosa inscripción, en latín, de la monarquía astur: «Con este signo se defiende el piadoso, con este signo se vence al enemigo...». En medio, la cruz, alfa y omega de la epigrafía local de la época.

la perfección del metal

En los dos últimos milenios (a. C.) las piezas ya eran producto de aleaciones metálicas. Se trabaja estaño y cobre para formar el bronce. Hacía ya mucho tiempo que había fascinación por el oro, cuyas piezas asturianas más antiguas datan de hace 4.000 años. Piedra y metal van a convivir durante miles de años.

un bisonte en el cachalote

Es un colmillo de cachalote, y la pieza en sí misma ya merecería estar en una de las vitrinas del Arqueológico. Pero además fue trabajada en el Solutrense para grabar el perfil de un magnífico bisonte, y perforada en uno de sus extremos para convertirla en un objeto de adorno.

azabache en el neolítico

Esta cuenta de collar de azabache fue encontrada en el dolmen número 15 del monte Areo, entre Carreño y Gijón. Es una joya de valor fantástico, que data de hace unos 5.000 años y entronca con el Neolítico, una época de economía productiva de carácter ganadero en las tierras que hoy son Asturias. Tiempo de desforestación y de colonización de extensos territorios en altura, destinados a pastos.

nicer murió muy anciano

La estela de Nicer, lápida de cuarcita hallada en La Corredoria (Vegadeo), es una puerta abierta al pasado. En ella leemos que Nicer era hijo de Clutoso, el príncipe de los Albiones -gentilicio de la zona occidental asturiana-. Nicer murió muy anciano, nada menos que a los 75 años. «Aquí yace», se lee en la estela tallada en la segunda mitad del siglo I (d. C.)