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Ocho días en la Cordillera

El esfuerzo en solitario de cruzar Asturias de Este a Oeste ascendiendo a las cumbres de más de 2.000 metros y la recompensa de momentos únicos

El Negrón; al fondo, Peña Ubiña a. c. b.

Desde que era guaje, piso mucho monte. Pocos son los fines de semana en que no lo he hecho, sea para caminar, escalar o correr. Por cercanía, la cordillera Cantábrica es mi radio de acción y aunque tengo muchos "espacios en blanco" en mi particular mapa, me considero un conocedor del entorno. Ese conocimiento, juntos con las herramientas de orientación, forma física adecuada, motivación y suerte, son los elementos imprescindibles para afrontar el reto que relato a continuación.

Cada año intento satisfacer la necesidad personal de ponerme a prueba en la montaña. Así he logrado ser campeón de Asturias de escalada y ganar varios maratones de escalada en los años 90, escalar determinados itinerarios repartidos por las principales zonas de escalada de Europa, ascender las cuatro caras del Picu Urriellu en el día subiendo y bajando desde Pandébano, ascender todos los 2.600 de los Urrieles en el día... y desde hace años, combinándolo con la práctica de la escalada, largos recorridos, algunos de ellos de más de 100 km con más de 11.000 metros de desnivel en menos de 24 horas, bien acompañado o en solitario. Todo ello hace que en ocasiones, en una cumbre, en un punto medio de un recorrido, y aunque la vista no llegue a abarcar ni el comienzo ni el fin, en mi interior, hay una esperanza de que lo que proyecto lo puedo conseguir.

Este año me propuse cruzar Asturias y norte de León, comenzar por el "2.000" más alto del oriente de Asturias, la Morra de Lechugales, y terminar en su homólogo del occidente de Asturias, el Cueto de Arbas, subiendo a su vez las cumbres más altas y representativas de la cordillera Cantábrica, siempre que la montaña se encuentre en Asturias o sea límite geográfico de ella. En principio, era un proyecto con compañía. Una semana antes, por dificultades de agenda, se convierte en un plan en solitario, salvo una etapa. Además, llevo una furgoneta que tengo que ir moviendo cuando acabo la jornada o a mitad de ella. Eso hace que mi equipo de día sea mínimo y adecuado a la etapa, pero la logística se complica y en ocasiones necesito a una persona para que me recoja en un sitio determinado, o me lleve al comienzo de la etapa. Otras veces soluciono este aspecto haciendo "dedo" o utilizando, como me pasó en tres ocasiones, los servicios de un taxi.

Durante un año preparo el proyecto meticulosamente: estudiar los mapas, hacer por partes algunas etapas del recorrido, disponer la logística... Hasta tres días antes de comenzar, entreno por los espacios por los que voy a pasar y que considero los más complejos: buscando puntos de referencia, imaginando el peor escenario de los posibles (niebla, tormenta...), estudiar potenciales escapes... A mediados de julio la nieve ha desaparecido prácticamente de los Picos, aspecto fundamental para reducir el material e ir más rápido. Desde el día 15 de julio miro de forma compulsiva las páginas web del tiempo, calculo ocho o nueve días para realizar el proyecto, busco tres días seguidos de tiempo estable y más o menos una previsión favorable para seis días.

Comienzo el proyecto el jueves 23 de julio, a las 16.15 horas, tras finalizar mis obligaciones laborales y coger una semana de vacaciones.

Primer día: la libertad total

Aparco en Sotres. Subo unos metros por la extrañamente transitada carretera de Tresviso, que debido a la Vuelta Ciclista a España están arreglando; en una parada de vehículos pregunto si me pueden subir hasta el Jitu Escarandi, acceden, la suerte está conmigo. Comienzo la actividad en este punto. Trotando paso por el Casetón de Andara, asciendo los Grajales, la Pica del Jierru, desciendo y tras una pequeña trepada recorro la crestería de los Picos del Jierru, bajada al collado y ascensión a la Morra de Lechugales.

Desde el refugio no me encuentro a nadie, toda la montaña en solitario, en una tarde despajada. La sensación de libertad es total. Presto atención en el destrepe, han retirado el cordino que había los últimos años. Tras bajar la pequeña chimenea, vertical y pulida, sigo por el camino, descendiendo rápido hasta el refugio, donde me tomo una cerveza con Enrique. Desciendo a Sotres por el Collado de Cima. A las 21.30 estoy cenando, al día siguiente hay que madrugar.

Segundo día: subir al Torrecerredo

4 horas: Suena el despertador. Vestirse, prepararse. A las 4.30 horas salgo de la "Curvona". A las 6.40 llego a Vega Urriellu, donde me tomo un té. Voy hacia el Torrecerredo, la cumbre que quiero subir. En la Brecha de los Cazadores me están esperando un buen número de rebecos. Paso la Horcada La Arenera y me dirijo hacia el Jou Cerredo. La soledad de este lugar, agreste donde lo haya, se ve interrumpida por un helicóptero de Bomberos de Asturias. Es primera hora del día y ya están a "destajo". Pienso que se trata de un simulacro hasta que me doy cuenta de que están rescatando a una persona bajo la Torre Bermeja. A las 8.40 estoy en la cumbre del Torrecerredo, una cumbre en la que siempre hay que prestar atención en su ascensión. Al menos, a primera hora del día, no corres peligro de que alguien te tire una piedra. El día no está totalmente despejado, sin embargo la visión tanto de Cabrones, del grupo del Llambrión, como del Cornión es espectacular. Tras unos minutos en la cumbre, me vuelvo a concentrar en la bajada. Desde la base me dirijo, ya trotando, al refugio de Cabrones, donde me cruzo con un par de familias francesas, con niños de corta edad pero todos perfectamente equipados y llevando pesos totalmente acordes con la edad. Tras un café en el refugio desciendo por el Trabe y Amuesa hasta Bulnes y por la Canal del Texu a Poncebos, donde llego a las 13 horas. Allí hago durante casi una hora "dedo" sin éxito, un taxi me permite llegar hasta la furgoneta.

Durante la tarde preparo la logística y descanso para la siguiente etapa. Dejo la furgoneta a las 22 horas en el Lago de la Ercina y me acercan hasta Poncebos.

Tercer día: el Requexón, la primera cumbre

Allí empiezo la tercera etapa a las 00.30 horas. El Cares, de noche, orbayando, trotando, kafkiano. Pero no soy el único. Antes de entrar a Trea me adelanta una pareja, que también tienen intención de subir la canal. Al poco tiempo nos separamos, van más rápido que yo, pero sólo tener una referencia en la subida, aunque cada vez se hace más lejana, es muy tranquilizador. Paso Ario, por un momento dudo, lo que en un principio es terreno fácil de repente se me vuelve confuso, la niebla, la noche... consigo salvar la situación y sin más contratiempos llego a La Ercina sobre las 5 horas. Me cambio, un pigazo y voy en la furgoneta hasta Pan de Carmen, donde desayuno, y sigue el día. Paso por Vegarredonda. Tengo claro que voy a subir al Requexón, mi primera cumbre de guaje en los Picos de Europa; también a Santa María de Enol, la cumbre más alta de Asturias en el Cornión. Pero me calcé unas zapatillas con buena adherencia porque me ronda en la cabeza hacer Los Argaos, cinco picos unidos por una estética crestería. Cuando comienzo, mi sombra en la niebla, rodeado de un espectro, hace de esos dos minutos un momento especial y único. Me decido a seguir, lo más técnico de todos estos días, pasos aislados de enorme dificultad. Hacerla con amigos unas semanas antes da la confianza necesaria para superar los problemas. Tras terminar, desciendo al collado, asciendo al Requexón, desciendo y me dirijo hacia Santa María de Enol. A pesar de ser sábado no hay nadie en este rincón de los Picos. Subo concentrado, aquí no se puede cometer ningún error, aunque la dificultad es totalmente asumible. En la cumbre, las vistas en 360 grados son impresionantes. A lo lejos, hacia el Oeste, Peña Ubiña al fondo. Me parece imposible estar aquí un martes. Tras unos minutos en la cumbre, toca bajar, aún hay que prestar más atención que en la subida. Cargo agua en fuente Prieta y paso por uno de los lugares más hermosos e impresionantes de Picos, el Jou Las Pozas. En Vega Huerta me cruzo con un grupo de personas y sigo mi descenso por la Canal del Perro, Cuesta Fría y Vegavaño. En el aparcamiento me están esperando, estoy totalmente agotado. Ir a Pan de Carmen, en coche, a por la furgoneta y fin de la jornada.

Cuarto día: Peña Ten y el puerto de Tarna

Cuarto día, sin madrugar. Comienzo en Pío de Sajambre, a las 10.30, por el bosque, y posteriormente por el valle. Llego muy tranquilamente a Arcenorio y asciendo al Pileñes, desciendo a la Collada Arriondas y asciendo a Peña Ten, desciendo por Valdosín, donde los buitres se están dando un festín con un ternero recientemente muerto ante la desesperación de su madre. Al llegar yo, los buitres marchan y la madre vuelve al ternero a lamerle la cara; al marchar, más de treinta buitres vuelven a la carga. Subo por el bosque hasta la collada, que, ya en descenso, me permite llegar a la carretera de Tarna, a la altura de Riosol. Puerto de Tarna, subo al Remelende. A cinco metros de la cumbre un par de víboras me están esperando en medio del sendero. Desde el Remelende, siguiendo el cordal, asciendo todas las cumbres que tengo a mi paso. Entre los corzos que voy viendo y el feedback que me produce el territorio, voy toda la tarde entretenido. Moneo, La Bardera, Las Cuerdas, Los Abedulosos, Valdebezón, Realcada van quedando atrás. Llego a la Rapaona, son las 18 horas, hago una llamada. La intención era llegar hasta Wamba, en la Rapaona, bajo hacia la Laguna Negra y desde allí, entre un buen cotoyal, por La Magdalena, en donde veo un grupo de venados hembras y machos. Llego a Isoba a las 19 horas, donde me están esperando para volver a por la furgoneta e ir a tomar unas cervezas y cenar. Durante la jornada sólo vi de lejos a una pareja, no me crucé con nadie en la montaña.

Quinto día: el Torres, el Toneo, Vegarada...

Tras dejar la furgoneta en Pajares y acercarme al puente de Wamba, subo al Pico Torres, bajo a La Raya. Luego subo el Toneo, desciendo al Puerto Vegarada por Riopinos. Asciendo a las Peñas del Faro, por la falda del cordal, por la vertiente leonesa y con niebla subo a Peña Laguna. Con niebla muy espesa llego a Piedrafita y desde este punto, navegando con brújula, altímetro y mapa, como se puede, y con mucha "chiripa", alcanzo la pista de La Carisa, por donde bajo a Pendilla, abandonando la idea de subir las tres cumbres más representativas de este sector. Casi llegando al cruce con Tonín me recogen y me llevan hasta Pajares.

Sexto día: Peña Ubiña

Sexto día. A las 6.30 horas dejamos una furgoneta en Torrebarrio, con otra nos volvemos a Pajares, desde la estación invernal, comenzamos Marco Rodríguez y yo la jornada. Subimos el Cueto Negro, El Negrón, descendemos a la Casa Mieres. Antes, bajo el Muñón, sale a nuestro encuentro un pastor de La Bañeza. Hablamos del lobo, de lo dura de su vida... nos acompaña un buen trecho hasta que, con pena, tenemos que seguir a nuestro ritmo. En La Casa Mieres cargamos agua y nos dirigimos a Peña Ubiña, aquí hay gente. En la cumbre estamos un buen tiempo, al fondo, al Este, se puede divisar el Cornión. Es emocionante saber que has estado allí hace 48 horas. Bajamos de Ubiña por la canal, dirección al Meicín, allí hablamos un tiempo con los refugieros Tania y Lionel y seguimos con lo nuestro. En Bachao cargamos agua y nos subimos a la Forqueta del Portillín. Por los Hoyos de Cueva Palacios subimos a lo que nuestras piernas nos permiten. Unos cúmulos de color oscuro y que nos juntamos los dos más temerosos de las tormentas de montaña, hacen que las pulsaciones se pongan a mil. Cuando llegamos a la cumbre de los Fontanes las nubes van aclarando y nos relajamos paulatinamente. Sólo nos queda descender hacia Torrebarrio; lo hacemos por el empinado pedrero que sale de la Horcada del Fontán, plagado de restos de latas de conserva, totalmente oxidadas, seguramente, el rancho de los combatientes que estaban atrincherados, por estos montes, en la Guerra Civil. Alcanzamos la pista que nos permite descender a Torrebarrio, cada uno a su ritmo: el mío, muy lento.

Séptimo día: Peña Orniz, el Cornón...

Salgo de San Emiliano y voy por la carretera hasta La Majua. Desde aquí me dirijo a Peña Orniz, primero por pista dirección a la Laguna de Congosto y después por buen camino hasta su cumbre. Desde su cumbre, intento descifrar el paisaje. La lectura, en más de una ocasión, del excelente libro de Víctor Orbayu "Somiedo: Entre osos, brañas y pastores" bien que ayuda. Desciendo hacia La Cueta, por el valle del Sil, y desde aquí me dirijo hasta Santa María del Puerto. Es mediodía, hago dedo, tengo suerte a la primera, puedo ir hasta San Emiliano y acercar la furgoneta hasta el Puerto. Desde este punto, ya de tarde y con un día de perros voy en dirección al Cornón. De vez en cuando clarea un poco y me deja orientarme; el resto del tiempo, intentar seguir las marcas e instinto. Cuando me quedan unos cien metros para llegar a la cumbre, retumba el cielo. Me siento en cuclillas, cuento un minuto, espero la evolución, me decido a continuar. En la cumbre una foto y salir de allí "pitando". Bajo por donde subí, rodeo la montaña una vez que llego a la base y me dirijo hacia el Collado del Miro, a partir de este momento la niebla no me permite ver más de diez metros a la redonda, el terreno es de lo más ignoto para mí. Con brújula, mapa y altímetro intento llegar a una pista, cuando la encuentro y veo que lleva la dirección acertada. Hasta canto de emoción. Llego a Orallo, aquí me vienen a buscar y me llevan hasta el Puerto.

Octavo día: el final

Aparco en la curva de la carretera de Leitariegos, en el cruce en donde sale el desvío hacia el Puerto de las Mayadinas. Día de lluvia y niebla, de todas las formas, lo prefiero así, mejor no ver el valle sin prácticamente actividad empresarial, pero con las heridas abiertas, y sin curar, de las explotaciones de cielo abierto. Antes de llegar al puerto me desvío por una pista que me introduce hacia un pinar por el que llego debajo de Leitariegos, por la ruta de las lagunas asciendo al Cueto de Arbas. La niebla no me permite ver prácticamente nada, sin embargo a unos metros de la cumbre puedo oír y posteriormente ver cómo una manada de rebecos me está esperando. Es un momento conmovedor, en unos minutos nadie se mueve, aplaudo, se marchan. Me siento en el punto geodésico, unas fotos, recuerdo momentos de muchos años en las mismas cumbres que esta semana volví a pisar. Desciendo de la cumbre. En el silencio absoluto, me doy cuenta de que llevo muchos días solo en el monte, muchas horas de soledad, sin ver a nadie por la montaña, sin embargo, con la sensación de estar siempre acompañado. Bajo por la carretera cansado, hasta que llego al vehículo.

Y ahora, cuando llego a una cumbre en la Cordillera miro al Este, después al Oeste, y me quedo unos minutos disfrutando de esos pequeños momentos de la vida, para nada efímeros, que nos hacen sentirnos vivos.

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