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Cazar trolls es un juego de niños

Guillermo del Toro prueba suerte con una animación entretenida pero de escasa originalidad

Cazar trolls es un juego de niños

"Una vida de casi es una vida de nunca". La frase se las trae. Viniendo de animación en la que tiene mucho que ver la mano de Guillermo del Toro no debe extrañar a nadie. Al cineasta mexicano le gusta embestir de vez en cuando las simplezas de las series de animación con reflexiones de enjundia. Pero no es lo habitual en Trollhunters, una producción de 26 episodios de la imparable Netflix demasiado roma en ataque y que juega excesivamente a la defensiva para no desentonar en el catálogo de la productora Dreamworks. Lo mejor que tiene es su manera abrupta de sacar fuera los miedos infantiles o preadolescentes. Por ejemplo, ese dentista que da dentera con sus métodos expeditivos: el terror muerde. O ese director de colegio siniestro aunque aparente lo contrario, y que representa el lado oscuro de la fuerza educativa. Claro que lo suyo no es cuestión de temperamento o falta de vocación sino pura y dura maldad con secretos inconfesables.

La serie de Del Toro no ahorra lunares comunes muy del gusto del Hollywood convencional que no quiere meterse en camisas de once varas. No falta el típico matón al que debemos odiar desde el primer plano porque tiene todo lo que hay tener para ser un tipejo chulesco, agresivo y tontorrón. Musculitos con neuronas gripadas. Hay una chica guapa por la que bebe los vientos el protagonista, el quinceañero Jim Lake Jr., y al guión no se le ocurre otra idea mejor para iniciar el ronroneo del cortejo que proponer una función colegial donde él pueda hacer de galán brillante y ella de dama a la espera. ¿Qué obra viene como anillo al dedo para esos menesteres? Tic, tac, tic, tac? ¡Claro, Romeo y Julieta! Como seguimos en apacibles territorios muy transitados por los discípulos de Spielberg no puede faltar, y no falta, un amigo con sobrepeso y ortodoncia, Toby, por supuesto muy gracioso él, con un corazón enorme y con cierta tendencia a dejarse llevar por la torpeza en sus acciones. Ah, y la madre del protagonista es una esforzada, valiente pero triste mujer que enfrenta su maternidad desde la soledad. Cómo suena a ET, ¿verdad? Lo cierto es que en la serie la cuota femenina es más bien limitada y tiene escasa consistencia: chicos al poder. Incluso alguna presencia secundaria hace las veces de objeto del deseo sin moverse del sitio, solo por su atractivo inerte: hablamos de esa muñeca astronauta de la que se enamora perdidamente un gnomo de tendencias gruñonas que solo se ablanda cuando convive en una casa de muñecas con la chica de su vida, aunque ni le hable ni le mire. Perdida en su órbita de plástico.

Mezclando sin prejuicios las leyendas artúricas con armaduras cegadoras, espadones pesados que se hunden en piedras esperando a su libertador, amuletos de Merlín y civilizaciones escondidas de colores rabiosos, Trollhunters, cuyo punto de partida recuerda inevitablemente a Cronos, ópera prima de Del Toro, se beneficia de una imaginativa música de Alexandre Desplat y de los diseños de algunos seres de otros mundos (con alguna reminiscencia mitológica mexicana) que compensan la terrible simpleza con la que se dibuja a los seres humanos (prescindiendo casi siempre de ellos, por cierto, en las calles, auténticos desiertos por los que no pasa nadie para que las escenas de acción no ponga en peligro vidas inocentes). No abusa del humor fácil y tiene personajes ciertamente graciosos, como ese troll pacifista que tiene una excusa perfecta para que peleen otros por él. Sin ser una serie memorable, ni mucho menos arriesgada, proporciona unos momentos de diversión amable y a ratos electrizante, y va mejorando a medida que cumple episodios. Tratándose de Guillermo del Toro, en cualquier caso, se podía esperar una mejor faena, la verdad sea dicha.

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