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Pantallazos

La caja de Pandora y el intelectual errante

La notable cinta "Stefan Sweig: Adiós a Europa" narra la última etapa del gran escritor en el exilio

Cartel de la película

El primer plano engaña: hermosas flores que una mano enguantada recoloca con extremado cuidado. La luz inunda un salón donde se va a celebrar un almuerzo de homenaje a un escritor famoso. Y respetado: Stefan Sweig. Los camareros abren las puertas a mismo tiempo para que vayan entrando los invitados. Sincronización perfecta. Germana. Pero no estamos en Alemania sino en Brasil. Y el prestigioso escritor no está allí por placer. Le han obligado las bestias nazis. Su exilio es un mal menor comparado con los padecimientos que sufren muchos de sus compatriotas, judíos como él, o simplemente contrarios a las consignas hitlerianas. Stefan Sweig: Adiós a Europa, excelente película austriaca de Maria Schrader que no ha llegado a la cartelera asturiana, como tantas y tantas cintas de calidad apartadas a manotazos por la maquinaria hollywoodiense, no es un biopic al uso. Acompaña al escritor en sus diversas peripecias americanas. Y no son momentos espectaculares, ciertamente. Lo que muestra la cámara sin aspavientos (salvo algún detalle esteticista que sobra como cierta carrera de caballos a cámara lenta) es la angustia vital que se va formando como una capa de decepción y amargura sobre las palabras y obras de Sweig.

Largas secuencias en las que ordena y manda la palabra. Las reflexiones en voz alta, unas veces en la intimidad de una cocina neoyorquina y otras en presencia de periodistas en una rueda de prensa donde Sweig defiende con lucidez su postura de no atacar a Alemania aunque eso resulte incomprensible para muchas personas que le consideran un cobarde. La película no juzga y en los momentos más recogidos solo podemos imaginar lo que pasa por la cabeza del protagonista mientras observa la calle tras unos cristales helados o las llamas tras la ventanilla del coche o el paisaje luminoso tras una mirada indescifrable. Solo tenemos las respuestas que Sweig da cuando habla con su ex mujer (intensísima escena con Barbara Sukowa), con esos periodistas, con quienes le reprochan su pasividad. "Ser intelectual significa ser justo. Empiezo a aborrecer la política porque casi parece lo contrario a la justicia traicionando la palabra con el eslógan". Más: "Un artista puede crear una obra con dimensiones políticas pero no eslóganes para llamar a las armas a las masas". Más: "No escribo para atacar. Creo en una Europa libre. Pienso y confío en que las fronteras y pasaportes sean un día algo del pasado. Pero dudo que vivamos para verlo. Mi pesimismo hacia el futuro siempre ha estado justificado". Y una frase demoledora, tan oportuna en los tiempos de las redes sociales actuales: "Cada gesto de resistencia carente de riesgo o impacto no es más que un afán de protagonismo". Sin desdeñar algunos brotes de humor (esa banda de pueblo que destroza a Strauss), la película de Schrader es austera, adusta y por momentos hermética. No busca conmover, incluso rehusa a hacerlo cuando tiene oportunidad para ello, pero ¿cómo no sentir un escalofrío en esa prodigiosa escena final en la que el suicidio de Sweig se refleja en el espejo de una puerta en trágico vaivén, zanjando su vida por la convicción errónea de que las bestias dominarían el mundo? Sutilmente, Schrader hace que un personaje de piel negra cruce ante la cámara a modo de soterrada profecía y desenterrado homenaje a Sweig.

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