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El alma triple de Covadonga

En el entorno del real sitio confluyen un paraje natural de gran belleza, un santuario mariano que se convirtió en centro de peregrinación y un enclave capital en la historia de España

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¿Qué es Covadonga?

El primer destino de todo coche en Asturias es Covadonga. No hay datos estadísticos que lo respalden, pero pocos son los que, tras comprar un automóvil, no acuden al emblemático enclave a bendecir el vehículo. Es una costumbre que no es necesariamente religiosa: la superstición y la tradición se mezclan en este caso con la fe. Algo también muy propio de Covadonga, terreno fronterizo donde confluyen la historia y la leyenda, la celebración de los sentidos y la fe.

Covadonga tiene alma, y es indisociable de la esencia asturiana. Definir esa alma, clarificar qué es Covadonga, es una cuestión compleja. Vidal de la Madrid, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo y coordinador del volumen "El santuario de Nuestra Señora de Covadonga", distingue tres aspectos que confluyen en la materialización de la esencia del real sitio: un paisaje natural de gran belleza, un santuario mariano que se convirtió en centro de peregrinación y un enclave capital de la historia de España.

El primer pilar de esa esencia es el paisaje, algo que no resulta extraño en virtud de la importancia que tiene para los asturianos su relación con la tierra. El territorio regional ha sido objeto de admiración continua para oriundos y foráneos, frecuentemente asociado a esa idea edénica, a esa visión de Asturias como paraíso natural, que pese a sus resonancias recientes ya se acuñó en los primeros esbozos de una política turística, en pleno siglo XIX.

El paisaje asturiano ha enamorado a fotógrafos y cineastas, maravillados por esa "luz asturiana" que dignifica planos y corrige exposiciones. También ha sido glosado por escritores y poetas, adquiriendo además unas resonancias míticas a partir del "Surdimientu", que exploró el vínculo entre ese entorno admirable y las propias vivencias personales de la infancia. En los versos de esos autores anida un sentimiento de pérdida que recoge, de algún modo, el que experimentaban los emigrantes al dejar la "tierrina" para ir a hacer mundo. Porque el paisaje no es inmutable, aunque en el caso de Covadonga podría parecer que sí lo es.

"El paisaje es el punto de partida de Covadonga. Es un paisaje muy singular que muestra la ladera de un monte con una gruta y un río que parece manar de la roca. Esa apariencia, probablemente, haya llamado la atención desde muy antiguo y probablemente el motivo de ocupaciones precristianas", explica Vidal de la Madrid. El actual "landscape" de Covadonga arranca en "El Repelao" del Rey Pelayo y llega hasta la explanada en la que se asienta la centenaria basílica, un entorno siempre bullicioso, siempre lleno.

Mas el real sitio goza también de otras vistas menos masificadas, como la que ofrece Priena, una vez se alcanza la cima con su cruz. Desde allí, el horizonte montañoso reta y conmueve al hombre que, si tiene la fortuna de llegar a esas alturas en un día despejado, descubrirá Covadonga con otros ojos. Apoyado contra la cruz entre las montañas, en inédita fusión de dos cuadros de Caspar David Friedrich, el caminante ve primero la icónica basílica presidida por las torres de ascendencia germana. En torno suyo, se despereza la explanada, punteada con las edificaciones modernas, que empuja la mirada hacia la cueva. Por la carretera que serpentea desde Cangas de Onís, los numerosos coches que ascienden, día sí día también, hacia los Lagos reflejan el sol a cada curva, como luciérnagas de metal que dotan de vida a este fresco romántico. Pero lo que impresiona al caminante es el paisaje abrumador, salvaje, que abraza Covadonga, que la arropa como una madre furiosa que protege a su niño, dormido en la cuna. El paisaje protege el real sitio, y lo enseñorea.

Este entorno, decíamos, no es inmutable, aunque a nuestros ojos efímeros lo parece. Las crónicas medievales hablaban de miles de hombres, los cristianos acaudillados por Pelayo y los musulmanes, prestos a la batalla en el paraje que rodea la cueva. Sin embargo, esos textos han sido magnificados para convertir en singular contienda lo que no debió de pasar de escaramuza, pues donde hoy se sitúa la explanada frente a la basílica se encontraban laderas de montes, vegetación y bosques incapaces de albergar semejante enfrentamiento.

Aún hoy, las dudas sobre qué fue lo que pasó realmente en Covadonga, entre 718 y 722, es motivo de controversia. La propia figura de Pelayo desborda el carácter histórico, adquiriendo una dimensión legendaria o semilegendaria, próxima a la de aquel mítico rey Arturo que gobernó Inglaterra desde Camelot, en un fenómeno que Jacques Le Goff identifica como plenamente medieval y asociado al concepto de "preux", sustantivo derivado de "proeza" que identificaba en el siglo XII a un intrépido guerrero, a un valiente, a un buen caballero.

No cabe duda de que, fuera lo que fuera, fue algo relevante. "Los hechos del siglo VIII tienen una gran importancia para la historia de España. Covadonga no sólo es el gran santuario de Asturias, sino también un lugar de una gran trascendencia para la historia de España. Porque esa victoria es considerada el inicio de la restauración del reino cristiano perdido tras la invasión musulmana. El punto de partida de la monarquía hispánica, que siempre tendrá en Covadonga un recurso de legitimación histórica", sostiene Vidal de la Madrid.

Como consecuencia de este hecho histórico, el escenario de la contienda se convirtió desde entonces en un lugar de culto y peregrinación. "Después de la batalla que enfrentó a las huestes cristianas contra los invasores musulmanes, el lugar se convirtió en un santuario mariano dado que se atribuyó a la Virgen la victoria. Pero la cueva se convirtió en el espacio de la revelación, y eso es lo que causó el culto y las peregrinaciones desde antiguo, desde la Edad Media", relata Vidal de la Madrid.

La oquedad en la pared rocosa del monte Auseva que alberga hoy en día la imagen de la Santina y su camarín debía de ser en el siglo VIII una iglesia rupestre dedicada a la Virgen. Un refugió natural en el que, según las crónicas, se atrincheró el caudillo cristiano Pelayo con sus huestes en los momentos previos a la batalla. Así fue que la "Coua Domnica" fue llamada "Cuna de la Reconquista".

Cuenta la leyenda que allí le fue entregada a Pelayo una cruz de madera con la cual se alzaría con la victoria sobre los invasores musulmanes gracias a la intervención divina. Tras el crucial acontecimiento, esa cruz habría sido custodiada con celo por los descendientes de Pelayo, primero en la iglesia de Santa Cruz de Cangas de Onís y más tarde en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo, y habría llegado hasta nuestros días guarnecida por el revestimiento de oro y piedras preciosas con el que la dotaron el último monarca asturiano, Alfonso III, y su esposa, Jimena, en el año 908. Esta "Cruz de la Victoria" se convirtió en el signo protector de los reyes asturianos, y hoy en día su silueta de brazos trilobulados, recortada sobre fondo azul, es bandera y emblema de Asturias.

Sobre aquel santuario medieval, de madera y engarzado en la roca, se cimentó la leyenda de Covadonga, también su ascendiente sobre los asturianos. Por ello, no es extraña la controversia que, sobre su naturaleza, se abrió tras el devastador incendio que, en la madrugada del 17 de octubre de 1777, arrasó el santuario y, también todas las imágenes y objetos custodiados en su interior.

Para proceder a la reconstrucción del santuario se encargó un proyecto a Ventura Rodríguez, probablemente por inspiración del conde de Campomanes. Y el gran arquitecto ilustrado diseñó para el real sitio un nuevo santuario en el que, precisamente, se materializaba la esencia de Covadonga, atendiendo a esa triple confluencia de paisaje, historia y religión.

"El proyecto de Ventura Rodríguez era un proyecto absolutamente revolucionario para su época, a medio camino entre la tradición barroca y la arquitectura moderna, ilustrada, de inspiración francesa. Su construcción no pudo lograrse por varios motivos, entre ellos los problemas económicos, porque era muy caro hacer ese edificio, con esa ambición, en ese lugar. Pero también la posición del cabildo, que probablemente lo interpretara más como un monumento a la corona. Para mí, de hecho, es más un monumento a la corona que un santuario tradicional", explica Vidal de la Madrid.

El historiador del Arte argumenta que el diseño presentado por Ventura Rodríguez dignifica la figura de Pelayo, al que se le otorga una dimensión extraordinaria: "La estructura se puede concebir como un recorrido iniciático. El peregrino partía del basamento, donde se encauzaba el río, y entraba en el mausoleo de Pelayo. En el camino a la cripta ganaba protagonismo la oscuridad, referencia a la muerte, para después volver a salir a la luz del valle y, de nuevo, entrar en el edificio religioso, desde el que se permitía contemplar la imagen de la Virgen en la cueva a través de un ventanal. Así, toda la cueva se convertía en un gran relicario para el peregrino. Y en ese recorrido hay mucha simbología monárquica, mientras que las imágenes religiosas están ausentes hasta que se entra en la iglesia, que por su parte no contiene la imagen virginal".

Este planteamiento, pese a esa reflexión sobre la naturaleza de Covadonga, resultó ser demasiado revolucionario para su época y para un cabildo conservador: "Ellos no estaban de acuerdo, especialmente, porque el proyecto se alejaba de la imagen tradicional de Covadonga, que siempre se había identificado como un templo suspendido en el aire. Incluso sugieren algunas soluciones arquitectónicas. Creían que si el peregrino no encontraba en Covadonga la imagen tradicional del templo del milagro, se podría producir un daño devocional. Por eso consideraban que el proyecto de Ventura Rodríguez no era adecuado, y llegaron a decir que hundía los cimientos sobre el suelo al que llegaron los musulmanes y no sobre el lugar santo de la cueva", relata Vidal de la Madrid.

Nunca se sabrá si realmente ese proyecto habría derivado en una pérdida de peregrinos o de la atracción natural que ejerce Covadonga sobre los asturianos, pero es difícil de creer. La potencia de este enclave es tal que incluso ha superado la instrumentalización de los símbolos históricos de España, y en concreto de la Reconquista, ejercida por el franquismo, algo muy inusual. Una resistencia que quizá se debe al carácter fronterizo de Covadonga, ese enclave abrazado por la naturaleza que se sitúa entre la historia y el mito, entre la superstición y la fe.

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