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Los mayordomos asturianos de la Casa Blanca

Alfonso Díaz, de Onís, y Darío Santos, de Gijón, trabajan desde hace 10 años en la Blair House, donde el presidente de EE UU aloja a los mandatarios que le visitan: "Ves a todos como realmente son", afirman

No todos pueden contar que han dormido bajo el mismo techo que Bush, que Obama o que Trump. No todos pueden contar que han servido café y galletas al Papa Benedico XVI en la sala vacía de un aeropuerto, compartido confidencias con Merkel o Sarkozy o departido en una biblioteca, a solas, con Hillary Clinton. No todos saben apreciar el lado "más gracioso" de Berlusconi ni tienen la responsabilidad de probar y elegir el vino para que sea del gusto de Putin. No todos pueden presumir de que el presidente de Estados Unidos les llaman por el nombre ni de que han servido al Rey Juan Carlos, a la reina de Inglaterra, a Rajoy y a decenas de mandatarios más. Ellos sí. Ellos conocen de cerca la otra cara de quienes mueven el mundo, una cantidad enorme de jefes de Estado de todo el planeta. Saben qué comen, qué manías tienen, qué les gusta hacer cuando nadie los ve. Los han tratado en la intimidad, en esos momentos en los que no hay corbatas, ni atriles, ni cámaras de televisión. Esas veces en que el poder se hace a un lado, asoma la cotidianidad y el personaje se vuelve persona para celebrar el gol de su equipo, darle un cachete a su hijo o posar los pies en el sofá.

Ellos se llaman Alfonso Díaz-González y Darío Santos, son asturianos y son mayordomos en la Blair House, una histórica vivienda frente a la Casa Blanca (Washington) de 6.500 metros cuadrados, cuatro plantas y 14 habitaciones que usa el presidente de Estados Unidos para quedarse con su familia la noche anterior a la toma de posesión y después para alojar a los mandatarios que lo visitan en Washington durante su mandato. El último fue Mariano Rajoy, el pasado lunes. Alfonso es de Onís y tiene a su madre y a sus hermanas en Cabrales. Darío es de Gijón, donde hoy residen sus padres y sus dos hermanos. Los dos llevan una década en nómina del Gobierno de Estados Unidos, en el departamento de Protocolo, que da apoyo al presidente y al secretario de Estado. Han palpado el poder de cerca. Lo han visto, lo han observado, lo han sentido. No están físicamente en la Casa Blanca, sino a 30 metros, pero acceden cuando se les requiere y dependen de ella. Son los dos españoles más cercanos al presidente americano, al que tratan con relativa asiduidad. Los únicos asturianos -dicen- en la Administración estadounidense. Ojos astures en el corazón de Washington, allí donde se decide (casi) todo.

Han trabajado con Bush, con Obama y ahora con Trump. Saben tantas cosas íntimas de tanta gente importante que no sorprende su excesiva discreción. Tienen obligaciones de confidencialidad y su prudencia llega al límite. Ni usan sus propias redes sociales para vacilar de las fotos que nadie tiene, ni van anunciando por ahí dónde trabajan ni quiénes son. Acceden a contar a LA NUEVA ESPAÑA pinceladas de sus vivencias bajo una infranqueable condición: "Por razones de la naturaleza de nuestro trabajo hay límites que no se pueden contar", advierten por e-mail antes de descolgar el teléfono al otro lado del charco. La conversación, amena y repleta de diminutivos asturianos que marcan tierrina, se produce a las 00.00 horas del viernes (seis de la tarde en Washington). En la charla hay silencios atronadoramente cautelosos y frases que se quedan a medias. Detalles, los justos. Pero también asoman anécdotas divertidas y titulares que rescatar.

-¿Cómo es Trump en las distancias cortas?

-Es lo que se ve en la televisión, bastante activo, algo nervioso, le gustan las cosas rápidas. Pero es muy atento y si tiene que pararse a hablar contigo, se para.

-¿Y Obama?

-Venía y no te daba la mano, te daba el puño. Te pegaba en el hombro y te decía: "Ey, ¿cómo estamos?". Era amigón con todos.

-¿Y Bush?

-Marcaba más las distancias, pero una vez llegabas a él era muy natural.

Contesta convencido Darío, gijonés de 51 años, divorciado de su primera mujer (tres hijos) y ahora casado con Ida, brasileña "enamorada" de España. "Se trabaja muy bien con ellos, no están con el látigo como puede parecer", bromea.

-¿Y cómo es Melania Trump?

-Una madre que está encima de sus hijos, que se toma mucho tiempo para educarlos. Les enseña mucho el protocolo, que es lo complicado. Está muy encima para que lo hagan lo mejor posible.

-¿Y Michelle Obama?

-Espléndida. Una vez estaba en la peluquería de la casa que atendemos. Pasé por allí y necesitaba un bolígrafo. Yo sólo llevaba uno de marca conocida. Se lo ofrezco y me contesta así: "No puedo coger ese bolígrafo, que es tuyo y es caro". No lo quería coger por si pasaba algo, por si, por ejemplo, me lo perdía. Son detalles que te quedan. Yo le insistí, lo cogió y me dijo que me lo dejaba en un cajón. Y me lo dejó el cajón acordado. Si te dicen algo, lo cumplen. En general, son todos gente abierta, normal. Que recuerdan tu nombre y te llaman por él. Y si se tienen que levantar a por el café y coger un plato y llevarlo a la cocina, lo hacen.

Alfonso y Darío llevan desde 2005 y 2006 (respectivamente) sirviendo al presidente americano, sus familias y sus invitados (todos jefes de Estado) en una vivienda, la Blair House, que está situada frente al ala oeste de la Casa Blanca y tiene, entre otras cosas, una floristería, un gimnasio y una biblioteca. La compró el Gobierno estadounidense en 1942 a un famoso editor de periódicos (Francis Preston Blair) y allí se han alojado las más grandes personalidades políticas, de Charles de Gaulle a Gandhi pasando por Margaret Thatcher. "Hacemos un poco de todo: montar mesas, servir, cuidar las antiguedades, preparar las ruedas de prensa. Probamos también el vino que nos piden las delegaciones", dice Darío. "Cada visita, cada personalidad, es diferente. Les vemos como realmente son y no como salen en la tele", añade Alfonso. Tienen tarjetas de visita y su dirección de correo electrónico acaba en State.gov, la oficial. Son los responsables directos, por ejemplo, de las vajillas donde comen los dirigentes, casi todas de la marca Lenox, que guardan bajo llave. También tienen alguna de la prestigiosa firma Tiffany. Un pastizal.

Alfonso y Darío. Ésta es la historia de cómo dos asturianos que salieron de Onís y de Gijón hace 30 años para probar suerte en EE UU acabaron trabajando para los presidentes más poderosos de la tierra y codeándose con las personas que mueven los hilos del mundo.

Alfonso, que fue el que primero en llegar, nació hace 54 años en Talaveru (Onís), una pequeña localidad en la que viven hoy 61 personas. Allí creció hasta que se fue a hacer la mili a Gerona y a Lérida. Cuando la terminó, volvió a Asturias y aprovechó que tenía un tío en Washington para ir a aprender inglés y buscar trabajo. Era el año 1985. Iba para un verano, pero se quedó. "Nunca imaginé que iba a estar tanto tiempo", dice Alfonso, hoy asentado en EE UU, divorciado y con un hijo de 24 años (americano de nacimiento) que ya trabaja para el Ministerio de Justicia.

Cuando Alfonso llegó a Washington, el presidente americano era Ronald Reagan y todavía aguantaba en pie el Muro de Berlín. Él logró entrar a trabajar en la Embajada de España y de ahí pasó a la mexicana, donde estuvo diez años.Entonces descubrió el mundo del protocolo y, acabado su periplo con el organismo azteca, se puso por libre a ofrecer organización de eventos. Fue en esta etapa donde conoció al mayordomo de la Blair House, entonces un "paisano" de Valencia con el que realizaba trabajos esporádicos. Hicieron buena amistad y, un día de 2006, salió una plaza, se la ofrecieron y aceptó. Así entró Alfonso de mayordomo de la Blair House y en la nóminca de la administración americana. Poco tiempo después, el "paisano" de Valencia se retiró y le ofrecieron lo que es hoy: jefe de los mayordomos.

La historia de Darío es más o menos similar. Nacido hace 51 otoños en Wuppertal (Alemania) se fue con 3 años a Asturias, de donde son sus padres, originarios de Tarna. Se instalaron en Gijón. Allí creció. Estudió en el Instituto Politécnico gijonés y después hizo un año de Ingeniería de Automoción.

Como también tenía familiares en Washington, se fue a probar el verano de 1987. Nada más llegar al aeropuerto coincidió con Alfonso, que estaba allí buscando a un familiar. Darío iba para un verano y, como Alfonso, allí se quedó. Resultó que unos primos suyos tenían un resturante español en la ciudad, llamado Churrería Madrid, de comida espñola. Trabajó con ellos hasta que se jubilaron y asumió su gestión. En esa época, se casó y tuvo tres hjos. Al divorciarse, para evitar problemas con su exmujer, vendió el negocio (todavía sigue abierto) y se metió de lleno en el sector de organización de eventos. Luego una cosa llevó a la otra y, con Alfonso ya en la Blair House, salió otra plaza. Alfonso se lo propuso y Darío no lo dudó. Era el año 2007. Los dos se juntaban dentro de la Administración americana.

A partir de entonces, empezó la rutina, que es, por lo general, de lunes a viernes de ocho de la mañana a cinco de la tarde, para ellos dos y para los otras once personas que trabajan en la misma casa. Empezaron también a acumularse vivencias. Está el día en que Obama los llevó al aeropuerto a recibir al Papa Benedicto XVI. "Nos metieron en una sala con él. Le preparamos galletas y café. Es una experiencia única. Presidentes hay muchos, pero Papa uno", dice Darío. Está el día en que apareció Obama, se sentó a su lado y, solos en el cuarto, les dijo: "Chicos, quítense la chaqueta y la corbata, vamos a relajarnos". O el día en que se encontraron con Bush, ya de expresidente, y les dijo que estaba muy feliz en su casa de Texas pintando cuadros. "Te llegas a acostumbrar a estar con ellos, es gente normal, no te intimida, no comen a nadie",explica Darío con naturalidad.

- ¿El invitado más especial?

-Cada uno es diferente. Berlusconi, por ejemplo, era muy chistoso. Por el acento, siempre tienes más cercanía a los mandatarios de Centroamérica. La delegación irlandesa, por ejemplo, suele venir el día de San Patricio. Y ta te conocen. De la Reina de Inglaterra nos sorprendió su capacidad de combinar la rigidez del protocolo con la relajación de la intimidad. Todos tienen los suyo.

- ¿Lo más raro que les hayan pedido?

-Un tipo de té (no concretan para quién). También hay presidentes con dietas estrictas que vienen con cocineros.

Alfonso y Darío, que tienen doble nacionalidad, palpan el poder en horario laboral y extrañan fuera de él a Asturias, de cuya actualidad se informan a través de la web de LA NUEVA ESPAÑA. Tratan de visitar la región una vez al año. Los dos viven en Washington. Alfonso sale en bicicleta en su tiempo libre y va al monte a plantar fabes ("no me sale ninguna buena") y a segar una huerta comunal. Participa en torneos de técnicas de segar y ya ha salido en "The New Yord Times". A Darío le gusta la bicicleta, de vez en cuando degusta sidra que compra en una tienda y se lamenta de no poder trabajar en Asturias: "¿Quién me va a dar el trabajo que tengo aquí. Y no digo en lo económico sino en lo profesional". El que tiene allí nadie. Eso seguro.

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