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Arquitectura personal | Jesús Bernal Valls, fiscal jubilado

“Me lleva los demonios la intolerancia que veo en la sociedad española; el radicalismo se ha exacerbado"

“Mi padre y mi abuelo fueron grandes referencias de mi niñez; mi padre murió cuando yo tenía 16 años y me dijo que debía cuidar a mi madre y a mi hermano”

Jesús Bernal Valls, en el salón de su casa de Oviedo. LUISMA MURIAS

La larga vida en forma de un profesional y progenitor jurídico

Jesús Bernal Valls (Salamanca, 1935) recibe en casa en Oviedo, donde vive con su mujer, Teresa, a la que conoció con 16 años. Está físicamente en forma: jugó al fútbol hasta los 50 años y después de esa edad aún mantuvo unos años el tenis.

Hizo en Asturias casi toda su carrera. Llegó en 1962, fue teniente fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Asturias, siendo fiscal jefe Rafael Valero Oltra y en 1999 marchó a Madrid como fiscal de sala del Tribunal Supremo, tras la jubilación de Jesús Vicente Chamorro. En ese puesto se jubiló.

Cuatro de sus cinco hijos son asturianos, cuatro se han quedado en Asturias y los tres varones, Jesús, Gabriel y Ángel, se dedican a carreras relacionadas con el Derecho. Sus hijas son Teresa, médica hematóloga en el HUCA, y Mercedes, pedagoga, vecina de Alcalá de Henares y profesora en Madrid. Tiene nueve nietos, uno de ellos nigeriano adoptado.

Fue uno de los fundadores de Justicia Democrática, dio clases de Derecho Penal en la Universidad de Oviedo, es académico de la Asturiana de Jurisprudencia y autor de varios libros y artículos, entre ellos uno dedicado a “El falso testimonio”.

Tiene buena memoria para las fechas, un rico repertorio de recuerdos bien razonados y se queja de que se le esfuman algunos nombres, pero por perfeccionismo más que porque el cerebro le juegue malas pasadas.

–Nací en Salamanca en 1935. Mi hermano, Gabriel, dos años más pequeño, fue catedrático de Anatomía. Crecí modestamente, como familia normalita, en el bajo de una casa antigua sin cuarto de baño ni calefacción en un barrio de las afueras, la Chinchibarra, que a 300 metros daba a un monte pelado donde jugábamos. Cuando empecé en la facultad cambiamos de casa, en el mismo barrio, y tuvimos cuarto de baño.

–¿Qué era su padre?

–Jesús Bernal Hernández era funcionario de Correos, telegrafista. Sacó la plaza y vivió en Oviedo, donde estudió Derecho, y en cuanto pudo regresó a Salamanca y se casó con mi madre. Fuera de la horario de telegrafista, que a veces era por la mañana; a veces, por la tarde y, en ocasiones, de noche, trabajaba con mi abuelo materno Manuel Valls, que había fundado una gestoría y tenía la representación de aceites para automóviles y maquinaria pesada de Campsa y Esso.

Jesús Bernal Luisma Murias

–¿Les afectó la Guerra Civil?

–Mi abuelo materno, Manuel Valls, de Ciudad Rodrigo, había sido ferroviario y secretario del Partido Socialista en Salamanca. Estuvo unos meses en la cárcel y fue represaliado. Un hijo suyo, dirigente de UGT, cumplió 6 u 8 años y otro tío mío estuvo un breve tiempo encarcelado por ser de las Juventudes Socialistas. Mi padre era del partido de Izquierda Republicana, de Azaña, y su jefe lo destinó a Fuentes de Oñoro por miedo a que lo pasearan.

–O sea que en su casa siempre estuvo presente la política.

–Recuerdo claramente cuando apareció por casa mi tío Luis, salido de la cárcel. La familia se reunía frecuentemente y, con 8 o 9 años, oía hablar en contra del sistema y sobre el avance de la Segunda Guerra Mundial. Me advirtieron de que había que andar con cuidado y no decir que se oía Radio España Independiente, controlada por el PC, aunque no había peceros en casa.

–¿Hablaban de la Guerra Civil?

–Sí, y empecé a entenderlo a los 8 años. Asistí al único colegio mixto de Salamanca, el “Ave María”, cuyo fundador era un maestro republicano. Allí la historia de España acababa en 1936. Buen colegio, del que salió Elías Díaz.

–¿Cómo era su padre?

–Algo más bajo que yo, un poco grueso, ágil, muy activo, muy cariñoso y muy exigente y recto. Mi abuelo también mostraba mucho cariño. Son los dos personajes más importantes de mi infancia: me enseñaron el valor del trabajo y de la honradez. Mi abuelo no tenía formación, pero sabía muchas cosas, era muy inteligente y tenía mas familiaridad conmigo que con sus hijos y me contaba cosas personales.

–Tuvo mucha relación con él.

–Empecé a ir a trabajar a la gestoría a los 12 años, en vacaciones, porque mi abuelo padecía del corazón y andaba muy despacio. Primero iba a buscar el correo, luego a hacer los encargos y, más tarde, gestiones en oficinas públicas.

–¿Cómo era su madre?

–Mercedes, era ama de casa, encantadora y muy cariñosa. Mi hermano y yo tuvimos la inmensa suerte de crecer en una casa en la que nos sentíamos queridos.

–¿Qué tal estudiante fue?

–No voy a presumir. Me era fácil estudiar. Fui abierto y normal. Jugábamos en la calle. Si llovía nos arrimábamos a un portal o recodo y decíamos que estábamos en “una brigada”. Leía tebeos alquilados, me regalaban cuentos de Calleja y de leyendas y, al final, libros de historia que traían los reyes, junto a juguetes y otros regalos. En casa había algunos libros y con 10 años empecé a leer una colección de Historia universal en 8 volúmenes.

–¿Había religión en su casa?

–Mi madre era religiosa y mi padre iba a misa los domingos, pero no eran excesivamente practicantes. Nosotros íbamos de pequeños. Dejé de ir a misa a los 15 o 16 años. No soy ateo, soy creyente pero no practicante.

Jesús Bernal Luisma Murias

–¿Qué adolescente fue?

–Interesado en la vida. Me gustaba saber las cosas, tener amigos, jugar al fútbol y estuve a punto de ser fichado por el Salamanca, cuando estaba en Tercera División. Mi madre dijo que no.

–¿De qué jugaba?

–De defensa. Entraba fuerte porque era un chico de la calle y participaba en algunas peleas y pedreas. Una piedra abrió una brecha a mi hermano al lado del ojo, pero eran peleas sanas.

–Salía con su hermano.

–Lo propiciaba mi padre. Teníamos amigos comunes. Hubo problemas cuando uno quería cortejar y el otro era pequeño.

–¿A qué edad?

–A los 15 o 16, cuando empecé a ir detrás de Teresa, que es mi mujer. Estudió conmigo en el colegio, un curso detrás.

–¿Por qué estudió Derecho?

–Para arreglar pronto mi vida y casarme. En casa me enseñaron que había que vivir del propio trabajo. En el examen de Estado, el catedrático de Filosofía, Alonso Zamora Vicente me llamó porque le había gustado mi ejercicio y se ofreció a lanzarme si estudiaba Letras, pero la mejor salida era una cátedra, un camino muy largo. Me atraían Medicina y Derecho. Quizá me inclinó que mi padre hiciera Derecho.

–¿Se lo indicó?

–No. Mi padre enfermó de un cáncer de pulmón cuando yo tenía 14 años y murió dos años después. A los 14 años perdí a mi abuelo.

–Sus dos referencias vitales le dejaron solo ante la adolescencia. ¿Cómo lo vivió?

–Mi padre me advirtió de que, como hijo mayor, debía cuidar de mi madre y de mi hermano.

–Las pensiones de viudedad no eran nada.

–No quedamos bien, pero la gestoría continuó y mi tío pagaba lo que cobraba mi padre cuando trabajaba allí y entre las dos cosas nos arreglábamos. Además, los telegrafistas de España habían hecho un negocio curioso: la hoja con los resultados de los partidos de fútbol que se llevaba a los bares para los jugadores de las quinielas. La de Salamanca la llevaba yo a unos 30 bares que pagaban una cuota. E hice la carrera con beca y con las matrículas de honor no pagaba.

–Su carrera en Salamanca

–Empecé en 1952. Tuve magníficos profesores. Enrique Tierno Galván, que daba Derecho Político desde una perspectiva rigurosamente marxista; Ignacio de la Concha, que luego fue profesor en Oviedo y Joaquín Ruiz-Giménez, de filosofía del Derecho. Los alumnos salimos en la huelga del 56 y Tierno hizo un seminario que fue germen del PSP, con Raúl Morodo, de mi curso, pero en general no había inquietud política. Acabé con 22 años.

–¿Cómo era ideológicamente?

–Nunca tuve una formación de centro-derecha. Había mamado en la familia y en la abierta biblioteca de la universidad leí a Marx y Kropotkin y “Las vidas en que Jesús y Buda se conocieron”, de Renard. El cura que llevaba la biblioteca me advirtió que estaba en el índice de libros prohibidos, pero dejó que lo sacara.

Nunca tuve una formación de centro-derecha. Había mamado en la familia y en la abierta biblioteca de la universidad leí a Marx y Kropotkin y “Las vidas en que Jesús y Buda se conocieron”, de Renard

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–¿Qué quería ser en Derecho?

–Mi maestro Antón Oneca me dio la opción de intentar una cátedra, pero se tardaba mucho. Decidí hacer una oposición que preparé durante año y medio: elegí las que tenían más plazas. Firmé tres: secretarios judiciales, jueces o fiscales y letrado del Ministerio de Justicia, que tardó en salir. Saqué las otras dos. Saqué el número 2 y elegí fiscal porque me permitía ir a una ciudad que tuviera facultad por si podía ser profesor.

–¿Hizo milicia universitaria?

–Sí. Fue interesante. Serví en un regimiento de montaña en Loyola, San Sebastián. Era la guerra de Ifni y me enteré de que el coronel Pérez Viñeta había ofrecido mi regimiento, el número 2, para ir voluntario. Durante dos meses nos preparó para la guerra de Ifni. Hice el campamento en Carrascal (Navarra).

–Al sacar la oposición común para juez o fiscal tenía que pasar por la Escuela Judicial.

–Dos cursos en Madrid, donde recibíamos la enseñanza práctica. No nos gustó nada. Me casé a los 25 años, después de nueve de novios. En Madrid nació nuestro primer hijo, Jesús. Había sacado la plaza de secretario judicial y con la excedencia voluntaria me pagaban la mitad del sueldo. Con eso y la beca en la Escuela Judicial vivimos muy modestamente. Al aprobar, elegías juez o fiscal. Optabas en función del número.

–¿Por qué eligió Asturias?

–Porque había Universidad. Podría haber ido a Sevilla, pero Oviedo estaba a cinco horas de Salamanca. Hice aquí la tesis doctoral, dirigido por Rodrigo Fabio Suárez Montes, una gran penalista.

–¿Qué le pareció la Universidad de Oviedo?

–Muy interesante. Conecté muy bien y asistí a un seminario que organizó Aurelio Menéndez sobre derecho privado con notarios, registradores y abogados.

Oviedo me pareció cuando llegué una ciudad asequible, paseable y agradable. Había jueces, fiscales y magistrados inmejorables de los que aprendí mucho: era un placer intervenir junto a Carlos Botas, que defendía muy bien, y a Abascal, la otra estrella.

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–¿Y Oviedo?

–Una ciudad pequeña, asequible, paseable y agradable. Me encontré muy a gusto y mi mujer, también. Había jueces, fiscales y magistrados inmejorables de los que aprendí mucho e hice buenos amigos en el colegio de abogados. Era un placer intervenir junto a Carlos Botas, que defendía muy bien, y a Abascal, la otra estrella.

–Tiene cinco hijos; cuatro de ellos son asturianos.

–Los tres varones están relacionados con el Derecho; la cuarta, María Teresa, es médico hematóloga en el HUCA y la quinta hizo Pedagogía en Salamanca y vive en Alcalá y trabaja en una escuela en Madrid. Salvo el mayor, están casados. Tengo nueve nietos. Mi hija Mercedes prohijó un niño etíope.

–¿Cuántos viven en Asturias?

–Cuatro. Jesús es profesor titular de Derecho Penal; el segundo, Gabriel, fiscal, estuvo en Santander y cuando quedó plaza pidió Oviedo; el tercero, Ángel, es abogado. La cuarta hizo el MIR y sacó la plaza aquí. Dos nietas médicas están en Madrid y también el que estudia ADE. Los otros son pequeños e irán donde encuentren.

–¿Fue un padre presente?

–Estuve muy al tanto de cómo evolucionaban y eran, pero no les presioné: intenté repetir el modelo de educación de ejemplo y cariño que recibí. Mi mujer fue una pieza básica porque tiene más sensibilidad y ve más cosas. Afortunadamente, no tuvimos que intervenir nada en sus elecciones, carreras ni amigos porque todo se desarrollaba bien. Los sábados y domingos hicimos excursiones juntos hasta que empezaron su vida propia.

–¿Militó en algún partido?

–No, porque no podía y también porque me formé sobre la base de Miguel de Unamuno y coincidía con él en no querer ser hombre de partido y tener mi propia libertad. Cuando estaba de fiscal aquí formé parte de Justicia Democrática: nos reuníamos para hacer informes sobre el estado de la justicia y tuve especial interés en enterarme de cómo se estaba formando la clase política del futuro.

–¿Con quién habló?

–Con el líder del Partido Comunista, Santiago Carrillo, en una cena que organizó en su casa el fotógrafo José Manuel Nebot. Por medio de Luis Vega Escandón, hablé con Adolfo Suárez, de Unión de Centro Democrático, que había estudiado en Salamanca y teníamos amigos comunes... En Justicia Democrática un grupo charlamos con el fundador de Alianza Popular Manuel Fraga, que era muy soberbio intelectualmente.

Quedé como "fiscal progresista y tolerante" y, por influencia de Unamuno, no me gustan las calificaciones; es difícil ser monolítico, salvo para los del PC

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–De usted decían que era un “fiscal progresista y tolerante”.

–No me gustan las clasificaciones por esa formación unamuniana. Es difícil ser monolítico, salvo para los del PC. Todos tenemos luces y sombras y la clasificación que se hace no es neutral. Debemos buscar una sociedad en la que se garantice la libertad, en la que haya igualdad –de raza, de sexo, de oportunidades– y cada uno asuma su propio destino y cumpla sus deberes y obligaciones.

–¿Cómo valora su carrera?

–Aceptable. Llegué a lo más que se puede llegar.

–¿Llegó a tiempo?

–Sí. Pude llegar antes, pero acerté en esperar un poco más. Entendí que mi vida era también familiar y mucho más que ser un triunfador en tu profesión. Así fue más compleja y más rica.

–¿Le gustó la enseñanza tanto como esperaba?

–Intenté dar como profesor lo mismo que había recibido como alumno. No me decepcionó en absoluto. Fueron ocho o doce años como profesor asociado de Derecho Penal y encargado de curso. También tuve tiempo para investigar y publicar. He tenido una inmensa suerte en la vida.

–Ya me está respondiendo a una pregunta que hago siempre, pero se la voy a explicitar para que matice lo que quiera. ¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–Muy bien.

–Tiene varias publicaciones, entre ellas un libro sobre “El falso testimonio”. En puridad, ¿hay testimonio verdadero en los juzgados?

–Sí. En términos generales, si es honesto y atento. Habrá cosas que el olvido recupere pero, en esencia, un testigo veraz puede decir lo que él ha visto, que normalmente coincide con la realidad. El Derecho resuelve conflictos y busca la verdad, se aproxima a la realidad de las cosas.

Jesús Bernal, en su casa de Oviedo. Luisma Murias

–Ya sabe lo que ha dicho Pedro Sánchez de los fiscales.

–No, ni me interesa.

–“¿La Fiscalía de quién depende?”, preguntó a un entrevistador, que le respondió: “Del Gobierno”. “Pues ya está”, concluyó el presidente del Gobierno.

–No es verdad. Echo un poco de menos al PSOE de Felipe González, a quien conocí.

–Todos dicen que con Felipe no se habla, se escucha.

–No, charlamos. Fue a través de un amigo, cenamos en un restaurante de Oviedo cuando era secretario general, después del congreso de Suresnes (Francia), y me encantó: tenía las ideas muy claras.

–¿Echa de menos el PSOE de antes por la misma razón que la sidra antes mexábase mejor?

–En parte, sí. A estas alturas, quiérase o no, uno tiende a recordar tiempos que uno cree mejores.

–¿No le tienen al día sus hijos?

-Procuro estar al día con los periódicos. Pero, por la edad que tengo, estoy un poco fuera de juego del día a día de la justicia. Supongo que seguirá bien. En Asturias ha tenido un alto nivel que ha sido reconocido. Cuando vine fue un hallazgo encontrar a Odón Colmenero, a Luis Laberón, al magistrado Antonio Murias, a Manolo García Miguel... y otros nombres que ya no recuerdo. En Madrid cuando era fiscal jefe de lo Civil había profesionales buenísimos. Tenemos una justicia propia de un país democrático, que acertará o no, pero es independiente, y la prueba es cómo intentan los políticos meterse con ella.

–¿Qué le dio la jubilación?

–Tranquilidad, vida ordenada, todo el tiempo del mundo para leer y –hasta la pandemia– pasear. Leo historia e historia de la filosofía, ensayos, y releo novelas. De vez en cuando regreso a Unamuno, personaje magnífico. Y a Ortega, por la claridad y la precisión del lenguaje. Me lleva los demonios la intolerancia que veo en la sociedad española. El radicalismo se ha exacerbado. Hay que buscar más puntos de contacto.

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