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Vicente Gutiérrez Solís Memorias Histórico militante comunista y líder vecinal

“Me gustaría que la gente entendiese que los comunistas no comemos rapacinos”

“En Perlora se rompió el partido, los que defendían el leninismo y la madre que me parió acabaron en el PSOE por un sillón y una paga”

Vicente Gutiérrez Solís Memorias Fernando Rodríguez

Vicente Gutiérrez Solís (Otiello de Arriba-La Casona, Langreo. 12 de marzo de 1933) es memoria viva del comunismo. Entró en el PCE en 1955 y ahí sigue, “aunque no en primera línea”. Su lucha antifranquista le llevó a la cárcel en ocho ocasiones, “previo paso por el purgatorio”, dice en referencia a los golpes que llevó en diferentes comisarías. Fue deportado y durante 18 años no pudo trabajar legalmente.

Infancia en el pueblo

“Nací en un pueblo de arriba de Ciaño, en Otiello-La Casona. Soy el menor de tres hermanos, José y Manuel fallecieron los dos. En mi infancia existía mayor compañerismo y solidaridad. Estudié las primeras letras en el pueblo con una maestra que tenía una pata de madera. Fue quien me aprendió el Catón. Después anduve a la escuela del pueblo hasta que a los once años mis padres, que querían que estudiásemos nos mandaron al colegio de los frailes de Ciaño. Tengo algún recuerdo de la Guerra que nunca se me ha olvidado. Cuando venían los aviones a y los críos nos guardaban en las cuadras o en un chamizo. A mi padre, Tomás, lo llevaron a fortificar a Ujo. Era arriero. De aquella no había carreteras y todo lo que se servía a los pueblos era con caballerías. También bajaba carbón desde el Pico Polio hasta Ciaño. De ahí, como era muy curioso, pasó a herrador de mulas en Carbones Asturianos y luego en Carbones de La Nueva, donde se jubiló. Mi madre, Amor, era una esclava. Tenía que atender a tres hijos, al marido y al ganado que había en casa. Teníamos caballos, vaques, oveyes. Teníamos de todo y trabajábamos porque comíamos de eso y de la huerta. Cuando veo ahora la guerra de Ucrania me acuerdo de los problemas y sufrimientos de la de la Guerra Civil. Unos perdieron a los padres, otros a los hermanos, otros a los hijos. Fue un desastre. Volviendo a la escuela. Después de los frailes estudiamos con Don Rosendo, un maestro particular en Sama, en lo que hoy es la calle Manuel Llaneza. Seguí estudiando lo que pude porque mis padres insistían mucho en que no fuéramos a la mina. Al final me quedan cuatro asignaturas para acabar la carrera de Comercio, que hice en Oviedo”.

Vicente, a la izquierda, en la cárcel de Oviedo con otros dos presos. Fotografía cedida por Vicente Gutiérrez Solís.

Primeras detenciones

“A los 16 años , en septiembre del 49 empecé a trabajar en Carbones de La Nueva, de pinche en el exterior. También era pinche para ir a buscar la leche al capataz a la estación de Langreo que venía un lechero de Olloniego, y para hacerle astillas para la cocina y trabajarle la huerta. Ahí estuve hasta 1960, que me detuvieron por primera vez. Bueno, hubo otra anterior pero hablo muy poco de ella. Todavía no estaba en el Partido (PCE) y ya había llevado unas buenas hostias. Bajamos cuatro o seis chavales del pueblo al entierro de una paisana. En Ciaño había unos guardias junto al quiosco de periódicos, y yo, que donde había un guardia civil o un policía municipal parecía que les tenía reparo, les provoqué un poco tirando unas piedras. Grité UHP (Uníos hijos del proletariado) y los otros echaron a correr pero un compañero de El Cadavíu y yo, no corrimos. Buena cosa hicimos. Nos llevaron a una oficina de la policía municipal en Ciaño y nos zumbaron bien zumbaos. En el 60 me detuvieron porque era el congreso del PCE en Praga. Fueron cuatro de Asturias y cayeron. Entonces nos detuvieron a más, en el expediente éramos 39. A mi ya me conocían. En las huelgas del 57 y el 58 hice lo que pude. Había entrado en el Partido por un primo carnal, Gerardo el Portu, que fue quien me influyó. En el 60 me mandaron a la cárcel de Oviedo pero antes había que pasar por el purgatorio, por comisaría que era donde peor lo pasabas por los palos que llevabas. Allí estaba Ramos. Estuve cuatro días en la comisaría dándome por arriba y por abajo, día y noche. Te sacaban a cualquier hora. Llegaban a la una o las dos de la mañana, borrachos, de cubalibres hasta arriba, la puta que los parió, y me dieron madera que pa qué recordar. Me cayó un año y cumplí nueve meses. Salí en noviembre del 60”.

Vicente y Marcolina el día de su boda. Fotografía cedida por Vicente Gutiérrez Solís.

El veto laboral

“ Lo primero que hice al salir de la cárcel fue ir a Carbones de La Nueva para decir que estaba en libertad y volvía al trabajo. El putu amu era Felipe García, era el alcalde y el jefe de la empresa. Pedí cita con él y no me la daba así que un día me colé en el despacho. Le saludé, le dije quien era y que porqué no me admitía en el trabajo. Echó mano al cajón, sacó el cacharro, me encañonó y empezó a gritar “fuera de aquí”. Quedé despedido 18 años, hasta la amnistía. Como no tenía trabajo volví a casa de mis padres. Ayudaba a cortar madera para postíar en la mina. Luego me aconsejaron que sacase el carnet de conducir y saqué el de primera especial para llevar camiones. Me ayudaron mucho en transportes Zapico y un paisano que se llamaba Segundo. En el 60 me casé con Marcolina Argüelles, nos conocíamos de toda la vida, del pueblo y llevamos 67 años juntos. En el 61 nació el crío, Eliseo. Yo estaba negado en todas partes, cada sitio que iba a pedir trabajo me decían que no. Entonces llega la huelga del 62, que tuvo mucha repercusión nacional e incluso internacional. Me detuvieron y estuve dos meses en la cárcel con la huelga de abril y mayo. Antes pasé por comisaría, que es donde uno sufrió la de María santísima. Aquellos cabrones, dándote palos por un lado y por otro. A los que estábamos en la cárcel nos soltaron por la presión que ejercieron los huelguistas, los compañeros. En agosto, a últimos, me ponen en libertad y salgo y vuelve la huelga de agosto del 62 y me vuelven a detener. Ahí me deportaron”.

Gutiérrez Solís, a la derecha, con Dolores Ibárruri y Horacio Fernández Inguanzo, en la campaña electoral de 1977 en el Ganzábal. Fotografía cedida por Vicente Gutiérrez Solís.

La deportación

“Una noche nos llevaron al cuartel de la Policía Armada de Oviedo, donde Buenavista. Nos metieron en un camión de ganado que tenía cuatro asientos de madera. No nos dijeron a donde íbamos ni mucho menos. Fuimos a León, Palencia, y al final a Soria. Llegamos 12. Ni la mujer ni la familia sabía donde estaba. Llegamos a Soria y aquello era una penitencia. Nos teníamos que presentar al cuartel de la policía a las nueve de la mañana y a las seis de la tarde. Preguntamos que dónde nos metían y nos dijeron que no querían saber nada. Se corrió la voz de que había mineros asturianos deportados. Aquella pobre gente no lo creía. El comportamiento de la gente del pueblo fue extraordinario. Había que ver lo que era Soria en aquellos tiempos pero la gente hizo un esfuerzo tremendo por nosotros. Estuve allí seis meses, y el resto de la pena, hasta los 14 meses, en León. En Soria no había manera de encontrar trabajo pero otros dos y yo fuimos a un tejera.

“Con la huelgona del 62 me metieron en un camión de ganao en Oviedo y me mandaron deportado a Soria”

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Luego tuvimos problemas con el patrón y nos echaron. Más tarde trabajé de albañil y otro de Laviana y yo hicimos los depósitos de una gasolinera a pico y pala. De Soria fuimos a León. Nos pusimos todos los deportados de acuerdo para juntarnos en León. Teníamos contacto con el Partido, que nunca se perdió. Nos dijeron que quienes quisiesen salir de España tenían el camino abierto pero entre los familiares y el Partido decidimos que todos juntos haríamos más fuerza para resolver el problema de los 126 compañeros que estábamos deportados. Había gente de Langreo que veraneaba en La Virgen del Camino y nos dejaron un par de casas, además de otra de un familiar de mi padre. Allí estuvimos hasta que nos fueron mandando para casa”.

Gutiérrez Solís, de niño. Fotografía cedida por Vicente Gutiérrez Solís.

Francia, Unión Soviética y República Democrática Alemana

“El 30 de noviembre del 63 volví a casa pero a principios del 64 me vuelven a detener. También evité otra. Me avisaron de que un Guardia Civil había comentado en Casa El Pintu, un chigre de la Puente del Carbón, que a las cinco de la mañana tenía que ir a detener a Vicente a La Casona. Escapé. Estuve unos días guardao.

–¿Dónde?

Jajajaja. Estuve por aquí. En agosto recibo el aviso de que iba a salir para Francia. Salí de casa de mi padre y de mi madre. Jajaja. Había estado en dos sitios más, pero estaba hasta los cojones, ya tenía un neñu que me veía y me llamaba “Paisanu” porque no me conocía. Crucé todo el monte hasta Santo Emiliano y allí me esperaba Lin, un taxista de Sama que simpatizaba con nosotros y me llevó hasta La Felguera. En La Felguera me cogió un matrimonio de manchegos. Años más tarde me reconocieron en una fiesta del PCE y me dijeron que habían sido ellos los que me habían sacado de España. Estuve en París unos días hablando con la dirección del Partido, con Santiago (Carrillo) y esta gente, explicándoles el proceso de la huelga del 62. De ahí me mandaron a la Unión Soviética a explicar el tema de la minería. Estuve en el Donbás, no lo tenía muy claro pero ahora con la guerra lo recordé. Eran zonas mineras. Me mandaron a descansar unos días a a Sochi y me dijeron que si quería ir a la República Democrática Alemana a unos cursillos de tres meses. Acepté. Salí de Alemania y me dijeron que si quería ir a Francia podían arreglar los papeles de Marcolina y el guaje. Yo llevaba mucho tiempo sin ver al crío y sin poder vivir un día con la mujer en las debidas condiciones. Con todo lo que ella había sufrido, que le mataron al padre y todavía no sabemos donde está, que se crió con la güela y que luego dio conmigo. Le debo mucho, mucho, mucho, en todos los aspectos. Estuve trabajando en el comité provincial del PCE en Lyon. Teníamos una organización muy fuerte en el exilio, en Francia, en Suiza y en Alemania. . Estuve trabajando en el comité provincial del PCE en Lyon, teníamos una organización fuerte. En Francia, suiza, Alemania. Arreglamos los papeles y vinieron Marcolina y el crío. Me mandaron a trabajar a la empresa de un comunista y tuve problemas porque había una diferencia de la hostia entre el salario de un francés, un español o un marroquí”.

El reparto de propaganda

“Como no tenía trabajo, Horacio (Fernández Inguanzo) le planteó a un amigo suyo, José María Gutiérrez, que era de Turón, que me metiera a trabajar con él. Llevaba una representación de queso gallego y unas cuantas cosas. ‘El Paisano’ (Fernández Inguanzo) le dijo que comprase una furgoneta, un 2 Caballos, y me metiera a trabajar. Esa furgoneta nos valió para llevar la propaganda y muchas cosas. En Noreña teníamos una máquina cojonuda de propaganda en Casa Paulino. Lo repartíamos por Pola de Siero y por todas partes. Esa furgoneta dio mucho juego para la propaganda y para viajar de un sitio a otro, porque en la organización (PCE) teníamos que ir a muchos sitios a llevar a Horacio, que conocía a gente en todas partes de cuando la guerra. Al año y medio hubo que levantar la tienda porque la furgoneta ya estaba muy controlada. Trabajé aquí y allá. Estuve en almacenes Spar pero me detuvieron otra vez. Salí de la cárcel y me admitieron otra vez en la empresa, pero tuve un problema con un chivato. Cogí una silla, me fui hacia él y... No me despidieron pero tuve que marchar. Luego me hice con un cochuco, un ‘Cuatro latas’, por poco dinero. Vendí hasta cacahueses, iba a por ellos a Facundo, a Palencia, Aquel coche nos sirvió mucho, hizo una labor tremenda. Así terminamos la faena hasta que vino la amnistía del 77”.

La crisis de Perlora

“El mero hecho de la amnistía y la legalización del partido te abría un nuevo mundo. Para una persona con todos esos años de trabajo clandestino en la organización del partido, creías que se abría una nueva etapa, que terminabas con el pasado y que se iba a construir un nuevo presente. Pasó lo que pasó y, francamente, los resultados no fueron del todo favorables. Pero estoy orgulloso de lo que luchamos porque, si no, estaríamos mucho más jodidos. Lo que ocurre que se aprovechó mucha gente. Hubo una temporada en la que tener el carnet del partido era la hostia. Pero todos sabíamos quienes trabajaron y quienes no, quienes aguantaron y quienes no fueron capaces de aguantar, quienes doblaban por cualquier cosa mientras nosotros estábamos sufriendo, aguantando y haciendo frente a todas las dificultades para lograr que en esta España hubiera libertad, justicia, menos ladrones y que la riqueza fuera mejor repartida de lo que fue. Desgraciadamente no fue así, pero podría haber sido peor. Hay que seguir trabajando. El partido se rompió en Perlora en el 78. De aquello hay lecturas diferentes. En el 69 y 70 habíamos sufrido la caída (detención) de los tres dirigentes del partido en la clandestinidad, Horacio, Marino Huerta y Ángel León. A los tres los detuvieron en un par de años y descabezaron a la dirección del partido. Empezó a aparecer gente nueva y surgieron problemas. Viajé varias veces a París para analizar con la dirección la situación del partido en Asturias. Santiago (Carrillo) me propuso que me hiciera cargo de la dirección, pero no me vi en condiciones de asumir esa gran responsabilidad. Recuerdo que me dijo que me compraban una furgoneta y que tomase el mando ‘aunque tengas que ir a por los chorizos a Noreña pa vender’. Me acuerdo de esa frase, sabía que Noreña era la tierra de los chorizos. En una reunión en París estaba Santiago Álvarez, que era el responsable del partido en Galicia. Entonces hablaron de Tini Areces, que estaba estudiando en Galicia. Ahí surgieron problemas porque teníamos un partido en que la mayoría de la gente era de extracción obrera. Fueron entrando gente de la Universidad, estudiantes, que ya no tenían la misma concepción que el sector obrero. Ahí surgen problemas y siempre digo que las consecuencias de aquella época se arrastran hasta ahora. En Perlora se rompió el partido. Aquellos que defendían el leninismo y la madre que me parió estaban después en la socialdemocracia, acabaron todos en el PSOE. No fueron nada más que a coger el sillón y la buena paga y a resolver su problema individual sin resolver el problema colectivo”.

El asociacionismo vecinal

“Antes de legalizar el partido yo ya fui presidente de la asociación de padres del instituto Jerónimo González de Sama. Lo que había ahí, en la anterior junta directiva... menudo ganao. Desmontar todo eso costó un huevo, había que hilar muy fino. Cuando el chaval dejó el instituto tuve que dejarlo. En el programa electoral de las primeras elecciones municipales ya hablábamos de las asociaciones de vecinos. La política se debe hacer desde el asociacionismo vecinal. Estuve 11 años en el Ayuntamiento de Langreo como concejal, pero en el 91 me retiro de toda responsabilidad política, aunque sigo siendo militante del PCE. Entonces planteo a unos compañeros del barrio montar una asociación de vecinos en Sama. Lanzamos octavillas y visitamos puerta por puerta. Montamos una asociación cojonuda. Yo estaba quemado porque del estatuto de participación ciudadana que presentamos en el 79, lo que se aprobó luego era totalmente descafeinado. Como aquella asociación, Torre de los Reyes, funcionó, empezamos a trabajar y montamos otras 13 asociaciones de vecinos. Luego, llegó la federación de asociaciones de Langreo y luego la Confederación de Asociaciones de Vecinos de Asturias (Cavastur). El movimiento vecinal en Asturias era de lo más potente, pero lo jodió el PSOE a nivel nacional”.

El único rencor, a los chivatos

“Lo que pasó fue muy gordo. Contarlo no es nada, pero fueron muchas las calamidades que hiciste pasar a los que estaban al lado. El único rencor que me queda, y siempre lo dije, es que no soporto a los chivatos, porque hicieron mucho daño, hubo gente que por su culpa lo pagó muy caro, hasta con la muerte. A mí lo que me gustaría, lo que desearía, es que la gente entendiese el sacrificio que muchos hemos hecho, que los comunistas no comemos rapacinos, que no los comemos, que somos comunistas y además queremos ser demócratas. Tiene que haber debate y discusión, pero desde el respeto. Y así avanzaremos y no veremos a muchos en el parlamento que da asco oírlos. Me hiere cuando nos llaman comunistas hueseros. Todavía hoy no sabemos dónde está enterrado el padre de Marcolina, por muchas vueltas que dimos. Lo de la izquierda es tremendo. Somos pocos y todavía queremos ser menos.”

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