La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arquitectura personal

"Mi potencia emocional viene de mi suma de aconteceres en la vida"

"A los 50 años me pregunté el porqué y para quién de mi arte; reflexioné un año y concluí: es una pulsión y hay que hacerlo sin expectativas"

La artista plástica Elisa Torreira, en el estudio de José Ferrero, en Avilés. | | MARÍA FUENTES

Los silencios de una artista y de una mujer habladora

Elisa Torreira (Avilés, 1961) siente que a los 12 años le quitaron una vida que tenía en un accidente en que murieron sus padres y del que arrastra secuelas. En las alternativas a esa vida que ha ido abriendo hay hitos que son vidas nuevas. A los 20 años empezó a trabajar y se independizó. A los 40 dejó el trabajo administrativo pensionada por las secuelas de accidente y se centró en ser artista multidisciplinar dedicada a la "verbalización del objeto artístico". A los 50 las preguntas clave hicieron crisis en ella, se dio un Mediterráneo para empezar y un tiempo para rehacerse. Vivió en Ibiza y reside en Valencia, aunque viene a Asturias a discreción.

Para ser una artista tardía tiene un currículum largo con actividades y exposiciones en España, Alemania, Francia, Portugal y México. Ganó la beca "Antón" en 2019, de la que salió "Área protegida", que aunaba escultura e instalación sonora después de haber expuesto en Madrid "Por el desván de mi infancia", que sugiere un estremecimiento.

Hay silencios en las obras y en esta entrevista porque "no me gusta hablar de mí, esto me está resultando duro". Sí habla de ella –le guste o no–, pero no da datos, es decir, información concreta sobre hechos o elementos que permita estudiarlos, analizarlos o conocerlos. Paradojas de una mujer cercana que no deja aproximarse, habladora y reservada a la vez por el pudor.

–Nací en Villalegre (Avilés) en 1961 y tengo un hermano, Baltasar, 18 meses más pequeño.

–¿A qué se dedicaba su familia?

–Mi padre es fruto de la emigración interior española de los años cincuenta. Vino en 1957 desde Agualada, una aldea de La Coruña, con su padre y con su hermano, a buscarse la vida. Tendría en torno a 27 años y venía de trabajar en las minas de wolframio. Conocer a mi madre y quedarse fue todo uno. Él era albañil, y mi madre, ama de casa.

–¿Cómo se llamaba y era su padre?

–Baltasar era una persona que, a pesar de no haber adquirido educación, tenía una sensibilidad especial. Él es la semilla y el germen de que yo me dedique al arte porque me acercó a la cultura a través de la zarzuela, la música clásica, la lírica, los libros de arte, la lectura y el conocimiento. Lo recuerdo maravilloso, pero lo viví poco tiempo.

–¿Por qué?

–Cuando yo tenía 12 años, en 1972, esta felicidad con mi padre se vio truncada por un accidente terrible que tuvimos en el que él murió y yo salí malparada.

–¿Qué le pasaba?

–No podía caminar y no me pude recuperar hasta los 18 años. Esa parte de mi vida, si la pudiera evitar... Caminaba con una sola pierna, apoyada en dos bastones ingleses [los que se sostienen en el antebrazo] y no tuve una vida cómoda. Al quedar huérfana de padre y madre tampoco tenía recursos económicos.

–¿Cómo se llamaba su madre y cómo era?

–Marisa y era un cascabel, muy alegre, parlanchina, sociable y muy buena cocinera.

–¿Eran de dar mimos?

–En mi casa había mucho amor. Lo que más respiré en mi primera infancia fue amor en general y amor por la cultura. Escuchábamos a Alfredo Kraus en el tocadiscos. Si tengo que destacar algo de mi padre era su capacidad para cambiar aquello que no le gustaba y su espíritu inconformista. Se educó a sí mismo, le recuerdo pintando al óleo un jarrón de flores y cantaba muy bien. Era muy artista.

–¿Le queda recuerdo de alguna ideología familiar?

–Sí. Mi padre era una persona muy solidaria, con una conciencia obrera muy grande, militaba en el PC en la clandestinidad y daba la cara por los demás. En mi casa no se ocultaban las cosas, se vivía una atmósfera de libertad. No eran religiosos y yo tampoco lo soy.

–Sus primeros recuerdos de Avilés.

–El parque del Muelle como punto de encuentro, el café Colón, que era una maravilla... Era adonde veníamos los de los alrededores.

–¿Dónde empezó a estudiar?

–En la escuela de Villalegre a los 6 años, con niñas. A los 8 era mixto. Siempre destaqué en plástica. Era inquieta, una ardilla.

–¿Qué pasó después del accidente?

–A mi hermano Baltasar y a mí nos separaron. Me fui con el abuelo paterno, que vivía aquí, y estuve con él tres años. Luego me fui a vivir con mi madrina, que se llama Elisa, una íntima amiga de mi madre a la que estoy eternamente agradecida porque me cuidó mucho. Estuve con ella cinco años.

–¿Cómo fue ser una ardilla con problemas de movilidad?

–Fue un esfuerzo añadido. Era capaz de subir las escaleras hasta un quinto piso pero no había coches como ahora que te llevaran a los sitios.

–¿Qué adolescencia pasó?

–Era muy madura porque la vida me empujó a serlo inevitablemente. No podía correr ni bailar ni salir como los demás.

–¿Cómo llevó emocionalmente todo eso?

–Estas cosas no se superan, pero se palian según tu carácter. Mucho. Nunca perdí la alegría de vivir. Tienes momentos, claro que sí, porque no es fácil, pero no he hecho un drama de ello. Sí he utilizado el arte como un acto de catarsis para paliar cosas que me afectan emocionalmente de entonces y posteriores. Y lo sigo haciendo, aunque cada vez menos.

–¿En qué obras?

–Mi trabajo "Por el desván de mi infancia" es un acto de catarsis. La hice en México, en el Museo de Arte Olga Costa de Guanajuato, y luego la desarrollé y llevé a más sitios. Me sirvió para sanar las heridas.

–¿Pudo seguir estudiando?

–Acabé bien el Bachiller, sin ser una lumbrera porque siempre me aburrió la vida académica. Soy dispersa. Mi padre se murió antes que Franco, para que nos hagamos una idea de la época, y yo no tenía recursos económicos, cero patatero. A los 19 años empecé a trabajar.

–¿En qué?

–En la Administración local. Fue cuando empezaron los acuerdos entre el Insalud, que ponía el personal sanitario, y los ayuntamientos, el administrativo, para hacer los primeros centro de salud, que no eran como los de ahora. Con ese sueldo me independicé.

–¿A qué edad?

–A los 20 años. Me fui sola a una casa en Villalegre. Era el bicho raro, pero me arreglaba muy bien porque siempre me acepté. Soy muy independiente hasta ahora. Sentí que manejaba las riendas de mi vida y que yo era mi única responsabilidad, lo que es muy agradable y también un peso que tienes que saber soportar.

–¿Tenía un plan?

–No. Siempre he tenido la actitud de vivir la vida muy en presente. Hoy y mañana. La vida es muy efímera. Lo aprendí a los 12.

–¿Cuándo empezó a hacer cosas artísticas?

–En el centro de salud los laboratorios daban una publicidad de sus productos que venía enmarcada. Yo desmontaba los marcos y hacía "collages" con lo que encontraba: cartones, betadine, esparadrapos, mercromina y ponía en la pared ese cuadrito. Era jugar con formas y colores.

–Dice "jugar". ¿No pensó en dedicarse al arte?

–Siempre había estado haciendo cosas. Al año y algo de empezar a trabajar mi inquietud me llevó a matricularme en dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés. En clase me aburría mortalmente.

–¡De copiar escayolas!

–Después de hacer todas las escayolas de toda la escuela en todas las técnicas llegué a la conclusión de que la enseñanza clásica me aburría como una ostra. Lo mío era hacer las cosas que mi imaginación me llevase a hacer. Desde entonces soy autodidacta. Me busco la vida para aprender lo que creo que necesito aprender, pero huyendo del academicismo.

–¿Está en contra?

–En absoluto, ni del academicismo ni de la educación reglada, pero tiré más por la libertad de aprender lo que necesitaba para hacer lo que quería.

–¿Cuándo decidió que se iba a poner en serio como artista?

–En 1996 o 1997, por incitación de José Ferrero, mi compañero de vida, al que conocía desde 1990.

–¿Cómo lo conoció?

–Por la calle. Me animó a mostrar lo que hacía y fue un punto de inflexión. Tuve la suerte de conocer a personas que han influido en mí. A José Ferrero, Fernando Redruello, Bernardo Sanjurjo, María Jesús Rodríguez, Antonio Gamoneda, Aurelio González Ovies los conocí antes de tomarme en serio hacer arte y todos me han influido para acercarme más al mundo creativo. Y luego conocí a Chema Madoz, a la cineasta Mercedes Álvarez, al poeta visual Antonio Gómez, y son como mis tesoros. Han influido en la actitud de personas ante el arte que me gusta.

–¿Cómo se ganó la vida?

–Trabajé hasta los 40 años. A esa edad pasé a ser pensionista por invalidez.

–Tardó en enseñar sus creaciones.

–Empecé a exponer en un certamen de fotografía de Oviedo en 1997 y gané un premio muy bien dotado. Hice mi primera exposición individual en 1999 en Gijón. En 2002, Arte al Norte me premió con una beca para « Versura», donde introduje la palabra en mi obra plástica, como parte de ella.

–En adelante siempre lo ha hecho así. ¿Por qué?

–Es una necesidad. Puedes pintar, dibujar, esculpir muy bien y quizá no necesite otro refuerzo, pero mi obra, al ser tan emocional y partir siempre de lo que escribo...

–¿Su forma de proyectar la obra es escribirla?

–Sí, parto de un texto poético y, desde él, formo una arquitectura. El vehículo depende de mi propósito estético: puede ser un libro de artista, que es un objeto que puedes leer; una performance, porque parte del cuerpo o de la voz, un vídeo-poema o una instalación, medio en el que me siento muy a gusto.

–¿Desde cuándo escribe?

–Desde que trabajaba en el centro de salud. No pensé que fuera a ser serio en mi vida, era una necesidad fisiológica o psicológica.

–¿De dónde viene su potencia emocional?

–De mi forma de ser, de mi suma de aconteceres en la vida. Soy mis acontecimientos, y mi actitud ante la vida es la suma de todo eso.

–¿Cultiva su emocionalidad?

–No la puedo evitar y la canalizo a través del arte. No creo que el arte salve al mundo, pero quizá me salve a mí de muchas cosas.

–Alguna ya la dijo, ¿qué más?

–El arte me ha hecho reparar en mi actitud libre ante la vida, mi máxima ambición. Siempre estoy al margen de intereses creados.

–¿Desde cuándo ambiciona esa libertad?

–Desde muy niña. No lo analizaba, pero estaba ahí.

–¿Los espíritus libres son cuerpos libres, nómadas de lugares, trashumantes de relaciones?

–Es una comunión de las dos cosas. Una actitud libre es no hacer concesiones o que sean las menos posibles.

–¿A qué le ha llevado esa actitud y qué tiene a favor y qué en contra?

–A favor, que tienes que estar a gusto con lo que decides en la vida. En contra, casi nada: habré perdido la posibilidad de hacer alguna cosa que no extraño.

–¿Da mucha importancia a la libertad por los años en que fue bastante dependiente?

–La libertad está en el cerebro, no tiene nada que ver.

–No podía vivir con quien deseaba.

–Cuando vivía con quien deseaba ya tenía esa actitud vital.

–Hace diez años se fue al Mediterráneo.

–La vida es como ese río por el que hay que fluir sin prejuicios ni lastres. Sentí la necesidad de verme más a mí, alejándome de la zona de confort, de los estereotipos, para analizar quién era yo, por qué hacía arte, por qué ese arte y para quién.

–¿Qué lo desencadenó?

–Tuve una exposición en la galería Serpente de Oporto (Portugal) y puse en ella toda la carne en el asador con mucho esfuerzo. La monté, todo increíblemente bien, y viendo entrar y salir a la gente me hizo un clic la cabeza y empecé a preguntarme: ¿Por qué hago esto? ¿A quién le interesa lo que hago? La práctica artística es dura.

–¿Por qué?

–Hay que mantener la actitud de tirar siempre para adelante en una actividad minoritaria: en España la cultura no interesa nada, se cuida poco y mal, no hay recursos, sobre todo cuando, como yo, vas sin intereses creados ni subvenciones. El arte no es demandable, como la fontanería, y te pueden entrar dudas.

–A los 10 años de empezar.

–Un plazo corto. Lo vivo todo muy intensamente.

–¿Dónde se fue?

–A Ibiza, pero como podría haberme ido a Tarragona. Necesito anímicamente el calor, la luz... Soy muy mediterránea. Fui a descansar, a pensar. Al año de no hacer nada empecé y no podía parar. Tres proyectos expositivos indivi­duales.

–¿Qué encontró?

–Empecé a cantar en el coro de la ciudad de Ibiza con personas muy acogedoras. Siempre he cantado y ahora estoy en un coro en Rafelbuñol (Valencia).

–¿Cuánto estuvo en Ibiza?

–Tres años. Había lo necesario: silencio para escucharme y tranquilidad para no tener el ajetreo de la vida cotidiana. Me fui de allí porque Valencia era más barato.

–Y tiene mucha vida cultural.

–Sí. He conocido allí gente muy interesante, pero llevo una vida más contemplativa, de pensar y de ver cosas que me interesan.

–¿Cuál fue la conclusión de ese tiempo?

–Analicé y encontré sentido a lo que hacía. Es una pulsión, pero hay que hacerlo sin expectativas. Hay que hacerlo porque te gusta y de forma natural. Escribo y me preguntan: «¿Por qué no editas?»

–¿Por qué?

–No es el momento. Llevo 20 años haciéndolo y ahora estoy empezando a estar en ello. Va a ser un libro de poesía con ilustración porque es mi impronta estética. Si algo me define es que soy muy ecléctica. Necesito que el interlocutor entre en mi entretela y para eso elijo un vehículo u otro.

–¿Por ejemplo?

–Tengo microvídeos en los que recito mis textos. Duran segundos. Puedo hacer una performance, pero en lo que soy más homogénea es en la factura estética de lo que hago, siempre busco la síntesis, lo breve, el minimalismo.

–¿Cuándo se plantea la siguiente obra?

–Parto de que mi obra es fundamentalmente emocional y con una gran carga conceptual y en un momento determinado tengo la inquietud de desarrollar un proyecto. A veces me activa tener un compromiso; a veces, no. Mi proceso de trabajo no es lineal. Siempre estoy en progreso. Uso mucho las redes sociales como ventana para enseñar lo que estoy haciendo y la respuesta me resulta interesante.

–¿Qué tal cree que le ha tratado la vida hasta ahora?

–Bien, en general. No me quejo. Sería un ejercicio muy egocéntrico cuando ves las cosas que pasan en el mundo: esas mujeres en Afganistán, los países subsaharianos, Latinoamérica... Cómo voy a decir que la vida me trató mal. He sido afortunada en casos y situaciones, en conocer a las personas que quiero y en la fortuna de poder elegir hacer lo que me da la gana.

–¿Le ha faltado algo?

–Sí, como a todo el mundo. ¿Quién es completo? Lo que más he echado en falta en la vida es el amor de mis padres. Tenía una vida y me la quitaron a los 12 años. A los 18 años, si no hubiese sucedido ese tajo, mi vida hubiese sido otra. Tuve que trabajar muy jovencita, no pude tener formación universitaria, pero lejos de padecer por ello acepto que a veces las cosas suceden por algo.

–¿Tenía con quién hablar cuando no sabía qué hacer?

–Siempre he tenido pocos pero grandes amigos y he sido muy autónoma y madura. Tuve referencias de pequeña, valores y actitudes que no te quita nadie.

–Esos tajos dejan una memoria muy vívida.

–Mucho. Vi «Electra» y «Edipo» en «Estudio 1» y leía «El libro de la vida sexual», de López Ibor. Tenía apertura de mente.

Compartir el artículo

stats