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Ortega y Bueno frente a Europa y los nacionalismos fraccionarios

Algunas teorías de dos pensadores españoles que han creado verdadera escuela

Una afortunada propuesta del eurodiputado Jonás Fernández, con otras personas, dio ocasión a que el jurado del Premio "Princesa de Asturias" de la Concordia 2017 concediera el galardón a la Unión Europea. Como esta decisión provocó debate en la prensa, puede ser de interés recordar algunas teorías sobre Europa de los dos pensadores españoles que, en el último siglo, han creado verdadera escuela, por la cantidad y calidad de los discípulos: Ortega y Gasset y Gustavo Bueno. Por cierto, con gran incidencia de ambos grupos de discípulos en Asturias.

Los dos filósofos corresponden a épocas históricas bien diferentes, ya que Ortega muere poco antes de que se firmaran los Tratados de Roma de 1957, cuando se constituye formalmente la Comunidad Económica Europea. Por eso, tiene pleno sentido la propuesta europeizante generalizada del pensador madrileño: "España es el problema y Europa, la solución." Enfrente está la actitud muy crítica de Bueno, que ha vivido todas las vicisitudes que afectan a Europa desde los años cincuenta del pasado siglo, desde el Tratado de París de 1951, cuando se crea la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, hasta 2016, cuando fallece el filósofo astur-riojano. Y, aunque el libro de Bueno "España frente a Europa" (Ed. Alba, 1999) se dice que estuvo a punto de titularse "España contra Europa", bien puede considerarse que Bueno, incluso a su pesar, es el pensador español más europeizante de su generación. No debe olvidarse el sentido general de su obra, ya que -como él mismo gustaba de recordar-: "España es Europa antes que muchas otras naciones", lo que no es suficientemente reconocido porque "la historia la escriben los vencedores". Sobre todo, habría que recordar que el pensamiento de Bueno se inserta en la tradición europea más clásica de la filosofía y de la teoría de la ciencia. Por citar algunos nombres: Platón, la Escolástica, Descartes, Espinosa, Kant, Hegel, Marx, eran autores con gran presencia en las clases de Bueno. Incluso cumplió, generosamente, con la obligación que Sanz del Río asignaba, hace casi dos siglos, a los filósofos españoles: análisis y crítica implacable de los grandes pensadores franceses contemporáneos que, con frecuencia, llegan a España en forma de modas acríticas que todo lo inundan: Sartre, Bachelard, Althusser, Levi Strauss, Foucault, Lacan, etc. fueron temas frecuentes en los seminarios de Bueno. Pero el filósofo de la Universidad de Oviedo es hipercrítico con el actual proyecto europeo, donde, al lado de la Europa idealizada, "sublime", se da "una organización de tiburones y multinacionales que utilizan a los Estados", y donde -cabría añadir- actualmente el presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani, se queja constantemente de que algunos eurodiputados "hacen novillos" con frecuencia, en una institución que es vista por una parte de la opinión pública como algo lejano y de difícil control por los ciudadanos.

La caracterización del imperio anglosajón como "depredador", en Bueno, procede, en su origen, de la participación de las compañías comerciales, al lado del gobierno, en los procesos de conquista y colonización, frente al carácter "generador" del imperio español. Esta contraposición, en "España frente a Europa", el autor la exagera enormemente. Ortega consideraba propio de los intelectuales provincianos -aunque sean tan universales como Unamuno, a quien toma como paradigma del provinciano universal- el énfasis y, en ocasiones, el sentimiento excesivo de lo excepcional.

Pero, frente al sentido crítico de Bueno hacia Europa, Ortega es hipercrítico con la realidad española de hace casi un siglo: "La colaboración es la manera de vivir que caracteriza a los europeos, España es, en cambio, el país donde no se colabora: cuando se forma una agrupación de españoles podemos asegurar que se trata de una complicación; el origen del aunamiento no habrá de buscarse en un hacer, sino en un cometer: los colaboradores no pasan de cómplices".

Sin embargo, las posiciones de los dos pensadores se acercan al tratar lo que Ortega llama "el nacionalismo particularista" y Bueno denomina "la nación fraccionaria". "Un sentimiento de dintorno vago -escribe el filósofo madrileño- que se apodera de un pueblo o colectividad y le hace desear ardientemente vivir aparte de los demás pueblos o colectividades". Los dos filósofos buscan una interpretación española del mundo, pero "no se trata de mandar en los catalanes, sino en mandar con los catalanes". Ambos coinciden en que se trata de problemas netamente españoles, pues la región no existe antes de ser engendrada por el Estado. No procede un pacto entre la región autónoma y el Estado, puesto que la soberanía reside en todo el pueblo español. No hay historia de las regiones al margen de la historia del Estado. "Se trata de un problema que es bien posible conllevarlo" -señala Ortega en la discusión parlamentaria del Estatuto Catalán de 1932-. "Lo que no sería posible es que para crear esa cultura catalana se usase de los medios que el Estado Español ha puesto al servicio de la Cultura Española, la cual es el origen dinámico, histórico, justamente, del Estado Español. Sería pues como entregar su propia raíz. Bien está, y parece lo justo, que convivan paralelamente las instituciones de enseñanza que el Estado allí tiene y las que cree, con su entusiasmo, la Generalidad".

Desgraciadamente, todos los temores de Ortega se han cumplido. "Lo que no sería posible" es hoy realidad. Siendo admirable y digno de elogio el trabajo de los nacionalistas secesionistas en favor de las lenguas y las culturas regionales, en cambio, haberles entregado íntegramente los tres niveles de enseñanza, básica, secundaria y universidades, donde tenía presencia la cultura española, resultó como poner a los lobos a "curiar" las ovejas, como poner a las raposas a guardar las gallinas, o como encargar a los ratones el cuidado de los quesos.

Hay, seguramente, otras muchas causas del resurgimiento de los nacionalismos fraccionarios, como puede ser la resistencia a un proceso creciente de globalización, que amenaza con disolver las culturas regionales, o el desprestigio de un Estado minado por la corrupción; pero haber entregado la cultura en español a quienes más la detestan está dando lugar, actualmente, a una situación tan penosa que ya no se resuelve, ni ensayando las más estrafalarias posturas de don Tancredo, ni prohibiendo un referéndum.

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