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El futuro del PP

El dilema de los populares: parecerse a Ciudadanos o distanciarse, convirtiéndose en un partido conservador clásico

El PP es hoy un partido devaluado. Fuera del gobierno, vive en cierto ostracismo, en parte ganado a pulso, y todas las encuestas estiman a la baja sus expectativas electorales, aunque ninguna lo da por desaparecido, ni mucho menos. Sus dirigentes, y sobre todo los afiliados y los votantes, no ocultan su frustración. La oposición en pleno evita cualquier acercamiento y sus seguidores fieles más conservadores y de centro meditan entregar el voto a otro partido. Y en los periódicos se habla de riesgo de ruptura.

La caída del PP es previa a la moción de censura. En las últimas elecciones experimentó una leve recuperación, pero en las anteriores, celebradas en 2015, había perdido millones de votos. Cuando Pedro Sánchez decidió tomar la iniciativa de hacerse con el gobierno, el partido estaba exhausto. Unos meses antes, la valoración de Mariano Rajoy había descendido a mínimos y la actuación del gobierno que presidía ya concitaba un rechazo generalizado en la sociedad española.

El PP se mostró como un partido robusto desde su fundación sobre la base de Alianza Popular hasta que apareció Ciudadanos en la política nacional, en medio de la crisis. Aznar le imprimió un espíritu muy competitivo y el tremendo desgaste sufrido por el PSOE en las últimas legislaturas de Felipe González y Rodríguez Zapatero, en ambas debido a una coyuntura económica adversa, con el añadido de escándalos políticos de diversa naturaleza en el caso del primero, facilitó su acceso al gobierno, que ha dirigido durante un total de quince años.

Este parece ser un sino de la democracia española. Salvo en algunas legislaturas, el gobierno se ha enfrentado a una oposición muy reducida. Rara vez los apoyos del partido del gobierno y de su primer rival han estado equilibrados. El PSOE en los ochenta y el PP después han producido la sensación de una fortaleza organizativa que realmente nunca tuvieron, como se ha demostrado tras su salida del gobierno. La situación actual es insólita. El gobierno, formado en solitario por un partido descoyuntado, el PSOE, presenta flaquezas palpables y el primer partido de la oposición, el PP, aunque dispone de una fuerza parlamentaria muy superior, se encuentra muy debilitado por el vacío de liderazgo, la desafección de sus simpatizantes y la duda existencial que le embarga.

Hasta la fecha, el PP no ha padecido graves divisiones internas, al contrario que el PSOE o los nacionalistas catalanes. Las escisiones ideológicas o locales habidas en su seno apenas han tenido repercusiones electorales o políticas duraderas que afectaran muy negativamente sus posibilidades de llegar al gobierno. Pero las cosas han cambiado. Por un lado, Ciudadanos, con Rivera a la cabeza, ejerce una poderosa atracción sobre gran parte de los votantes del PP, que están contribuyendo a afianzar su acelerada progresión electoral. Aznar desafina en la forma y en el fondo, pero acierta al implicar al partido naranja en la recomposición del espacio político que se abre a la derecha del PSOE. Por otro lado, los votantes, en particular los más jóvenes, están cambiando de actitud. El electorado centrista se dispersó después de que UCD se rompiera. Ahora, muchos votantes del PP deciden adherirse a Ciudadanos sin esperar a lo que pueda ocurrir.

El atractivo de Ciudadanos para los votantes del PP estriba en la contundencia de su respuesta a los nacionalismos catalán y vasco, que explica su éxito inicial, en su firmeza ante la corrupción y en general en su imagen de partido moderno y responsable. Y este es el dilema que aprieta al PP. Renovarse, lo que supone de una u otra manera, buscar un parecido con Ciudadanos, con el que se identifica un porcentaje creciente de los electores de centroderecha, o marcar diferencias con Ciudadanos, algo que sólo podría conseguir convirtiéndose en un partido conservador clásico, orientado a un elector ubicado más a la derecha, con escasas opciones de ganar elecciones. Si en España, durante mucho tiempo, el sistema de partidos ha registrado un desajuste, consistente en que un partido como el PP, visto como muy de derechas, lograra victorias electorales e incluso dos mayorías absolutas ante un grueso de votantes que se declara centrista ligeramente escorado a la izquierda, fue precisamente por la ausencia de un partido situado entre el PP y el PSOE. Ese partido es Ciudadanos, ha llegado más alto que CDS y UPyD, ha roto el monopolio del PP en el espacio político de la derecha y es una amenaza real.

A pesar de que se percibe una vaga demanda de abrir el debate ideológico, la dirección del PP intenta centrar a los afiliados en la elección de un líder. Podría, en todo caso, suscitarse en el congreso de julio. Si el partido mantiene que el censo está compuesto por casi un millón de afiliados, eso quiere decir que el próximo presidente del PP podría ser elegido con el apoyo de menos de un 5%. En esas condiciones, recomponer el perfil del partido, hoy muy desfigurado, será tarea harto difícil.

La democracia española necesita partidos en los que confiar, fuertes y representativos. Vista la evolución de las democracias que nos rodean, no sabemos si será demasiado tarde para ello. De modo inmediato, y a propósito de las primarias del PP, nos asaltan dos preguntas. ¿Permitirán los votantes españoles la existencia de dos partidos similares en el mismo espacio político? Si no fuera así y decidieran eliminar a uno de los dos, ¿considerarán a Ciudadanos un duplicado del PP, o al PP una réplica de Ciudadanos? No son preguntas retóricas. El PP tiene historia, y eso cuenta, pero Ciudadanos está mejor alineado con el futuro, es decir, con las inclinaciones, las aspiraciones y las prácticas políticas de los españoles.

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