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Soserías

De vinos y plagios

Las angustias políticas que provocan algunas tesis doctorales

En las "Cartas marruecas" de ese inspirado militarote gaditano que fue don José Cadalso se cuenta el caso de un joven que presenta, como propio, un soneto compuesto por un acreditado poeta a un crítico quien lo tira al suelo maldiciéndolo y llenándolo de denuestos. Al poco tiempo el mismo joven le presenta un poema suyo pero imputándole su autoría a ese mismo poeta celebrado. El crítico, tras su lectura, se deshace en elogios: "esto es poesía, invención, armonía, lenguaje, dulzura, fluidez, elegancia, elevación ..." y por ahí seguido y casi sin respirar.

Viene este recuerdo a cuento del fraude que recientemente se ha descubierto en la venta de algunos vinos. Resulta que unos espabilados han estado vendiendo por cientos, a veces por miles de euros, botellas cuyo valor real no llegaba a los veinte. Y se estaban haciendo ricos, tan contentos y sobre todo tan divertidos mofándose de expertos y consumidores. Ahora se les ha cortado la risa pues están sometidos a un proceso penal. Les imputa el juez un delito de falsificación, alteración del precio de esto o de lo otro y algunas otras barbaridades alojadas en ese breviario de fechorías que es el Código Penal.

Bien está. Ocurre, sin embargo, que la reacción judicial se queda corta. Porque se echa de menos que exista un delito para reducir a las sombras penitenciarias a los pedantes. ¿Quiénes son estos? En primer lugar, los expertos degustadores de esos vinos, esas "narices" tan celebradas, esos sommeliers tan empingorotados, tan herméticos en sus saberes, tan sobrados de adjetivos como el crítico de Cadalso y a quienes oímos cómo califican, los ojos cerrados en un arrebato místico y un no sé qué que quedan bisbisando... A continuación escriben todo eso de retrogusto a manzanas con fino toque de almendras y cítricos, permanencia gustosa en paladar, envejecido en barrica americana y rejuvenecido en las playas del Caribe, apto para maridar con carnes rojas y quesos rancios, con mariscos que se han peleado con las rocas y con embutidos que han vivido horas de esplendor en los cuerpos de los cerdos más talentosos y de más cimbreantes andares, etc.

En segundo lugar, pedantes son los consumidores que se dejan engañar por el precio y que culminan así un ridículo consistente y desafiante, como para salir en el Gotha de todos los ridículos. Vinos con los que se han lanzado brindis a todo botarate que se ha puesto a tiro y vinos que celebran hasta... la lectura de una tesis doctoral.

Que es donde quería llegar. Con la mejor intención y con el fin de colaborar a algo tan patriótico como es disipar las actuales angustias políticas, propongo un simple procedimiento inspirado en lo que acabo de contar.

Impútese a una lumbrera del pasado una estupidez salida del magín averiado y vacuo de un contemporáneo. Nadie se va a dar cuenta porque en Twitter no aparecen las obras de los perfilados cerebros de la antigüedad. O califíquese como añada de 1897 la recién horneada ocurrencia de un pintamonas y, si hay algún aficionado a los clásicos y osa advertirlo, se le aplica un epíteto de saldo o se le amenaza con una querella y a otra cosa.

Porque conviene asumir que, a la postre, el plagio y la falsificación no son sino pistas que vamos dejando para desorientar y, en los más dandis, las formas acicaladas con las que visten su ignorancia.

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