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Que nos quiten lo leído (y V)

El más vitamínico alimento, un cuento

Reflexión acerca del resultado de una encuesta con tres preguntas sobre el valor social de los relatos

Parece que todo el mundo considera importante contarles o leerles cuentos a los niños y a las niñas desde que nacen; que todos los progenitores lo hacen y que nadie cuestiona que sus primeras lecturas son el sólido bagaje que les ayudará a construirse fuertes por dentro y les hará exclamar orgullosos de mayores: "¡Que nos quiten lo leído!".

Sin embargo, las apariencias engañan. Esa idea, que muchos defendemos, no está tan asentada como se cree; es necesario consolidarla con argumentos.

Hace años, impartiendo un curso sobre el valor de los relatos, preparé una encuesta de tres preguntas con el objetivo de averiguar cuál era la consideración social que se tenía de los cuentos infantiles. Los alumnos y alumnas asistentes pasaron el cuestionario a un nutrido grupo de gente diversa. Las respuestas de un número significativo de encuestados nos proporcionaron claves muy relevantes para poner de manifiesto los prejuicios que se tienen sobre esas historias breves. Sintetizaré cada una de las respuestas de un "encuestado tipo" que resultaron ser bastante generalizadas.

Todas las preguntas eran claras y concisas. He aquí la primera: "¿Crees que los cuentos son solo para niños?".

El encuestado contestó con un contundente "sí".

Muchas personas adultas piensan lo mismo. Y eso que, a poco que analicemos, comprobaremos que las ficciones no tienen edad. En un libro extraordinario, "Ascenso y caída de Adán y Eva", el gran historiador de la literatura Stephen Greenblatt estudia de manera exhaustiva el relato sobre "nuestros primeros padres" que refiere la Biblia. Posiblemente sea la narración más influyente en la historia de la humanidad. Un cuento que ha tenido un peso decisivo en las creencias religiosas y que también ha determinado, de manera potente, el arte, la filosofía y hasta la ciencia. Afirma Greenblatt que Adán y Eva no nacieron de un soplo divino: "No fue el aliento de un dios el que dio vida a Adán, sino el aliento de un narrador o una narradora".

La segunda pregunta del cuestionario hacía referencia a la visón subjetiva de los encuestados sobre los relatos: "¿Te gustan a ti los cuentos?".

El encuestado aseguró categórico: "No, son mentiras".

Nuestro diccionario ha contribuido no poco a esa concepción. Una de las acepciones de ese vocablo es, precisamente, embuste, falacia, engaño.

En contra de esta visión, he tratado de demostrar, en mi libro "Los dones de los cuentos", que esas invenciones, aunque construidas con los materiales de las mentiras, tienen el poder de acercarnos a la verdad de la realidad y a la verdad de nosotros mismos a través de los intrincados caminos de la ficción. Los cuentos se engloban dentro de lo que el poeta Louis Aragón llamó "el mentir verdadero", en oposición al "mentir falso" de quienes utilizan los relatos con el fin de engañar, dominar o, parafraseando al sociólogo Christian Salmon, para "formatear nuestras mentes".

Tercera pregunta del cuestionario: "¿Es bueno contarles cuentos a los niños?".

La contestación no tiene desperdicio: "Sí, porque puedes contarles mentiras y llevarlos a tu terreno".

Esta opinión, que a tantos les gustaría imponer, es un gran resumen de la manipulación a través de la seducción. Por una parte, significa un reconocimiento de la potencia de los cuentos y, por otra, que pueden ser empleados para dirigirnos y domesticarnos.

Es cierto que quienes ostentan cualquier poder, sea político, económico o religioso, insisten en someter nuestra voluntad y nuestra capacidad de pensar a través de seductores relatos. Sus aparatos de propaganda hablan con la lengua de serpiente del "mentir falso", ya sea para incitarnos a comprar un perfume, un coche, realizar apuestas o conseguir nuestro voto.

Y a pesar de ello, el "mentir verdadero", la ficción, los cuentos también pueden servir para liberarnos, para alejarnos de los dogmas de cualquier poder y ponerlos en cuestión, para estimular la reflexión y el pensamiento.

Y para otorgarles a los niños y a las niñas los dones que he desarrollado en mi libro citado, en el que intento fundamentar por qué los relatos poseen una decisiva importancia en la vida de los seres humanos.

Por eso me atrevo a recomendar a las familias que ofrezcan a sus hijos los más variados alimentos, pero, sobre todo, que no falte nunca un cuento, que es el más vitamínico alimento.

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