Las mujeres toman las calles pero no las dejan aún asomarse al callejero. Es cuestión secular que el nomenclátor de cada ciudad de este país decline en masculino, sea singular o plural. Gijón no escapa a esa tendencia antañona: sólo 129 calles de la villa llevan nominación femenina, de un total próximo a las 1.500.
El callejero gijonés está lleno de cargos públicos masculinos. Tiene su lógica: cuando se pusieron nombre a muchas de las calles de la ciudad, la política estaba vedada a las mujeres. Afortunadamente, las féminas desembarcaron en la vida pública para quedarse y al menos las pioneras deberían ya haber tenido ese reconocimiento, que es social y del pueblo. ¿Es de recibo que la primera mujer alcaldesa de Gijón de la historia, Paz Fernández Felgueroso, no haya visto subir aún su nombre a una placa y sí exista una dedicada a su marido, Daniel Palacio?
La historia suele ser patriarcal porque tradicionalmente la escribieron hombres, pero de ahí a considerar machista el callejero y cargarle con todos los estigmas de la desigualdad de género media un abismo.
Nadie, o casi nadie -acaso los nostálgicos del antiguo régimen-, ha criticado que del listado de calles de nuestras ciudades hayan ido desapareciendo personajes vinculados a épocas de represión y de violencia. No parece sin embargo de recibo que del callejero franquista pasemos al feminista. En Coruña dedicaron una calle a las primeras lesbianas que se casaron por la Iglesia, Marcela y Elisa.
Convertir el callejero en un tablero ideológico conlleva sus riesgos: que cada cuatro años, según quien gobierne, cambiemos los nombres de las calles con idéntico interés partidista con que se modifican los libros de texto escolares.