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Clave de sol

Omella, un hombre del Papa

Arzobispo en Barcelona y presidente en Madrid

La Iglesia Católica en España, aunque está en indudables horas bajas, es aún una institución de arraigo e importancia con la que hay que contar. Y si a nuestros actuales gobernantes todo lo religioso que no sea el Islam les produce repelús, esa misma preocupación tradicional y la aún indudable influencia social de las extensas actividades católicas -espirituales, educativas, culturales?- obligan a dedicarle atención.

No están aún lejos los recurrentes viajes al Vaticano de la simpar vicepresidenta primera del Gobierno español. Con resultados poco satisfactorios para sus pretensiones, todo hay que decirlo. Lo de siempre con la obsesión antirreligiosa.

Ahí está, aún, el Valle de los Caídos a la espera de otra intervención demoledora de la izquierda gobernante. Es historia la sangrienta persecución de los años treinta que nutrió el martirologio cristiano como en los peores tiempos de la Roma imperial y que hizo mártir de un modo cruel a un joven miembro de mi familia.

Pero el comentarista, más cristiano sustantivo que católico adjetivo, trata de acercarse a la repercusión e interpretaciones que se han hecho a bote pronto con la renovación de cargos en la cúpula de la española Conferencia Episcopal. Don Juan José Omella, cardenal y arzobispo de Barcelona, se ha alzado con la presidencia a cuya votación final habían llegado, junto con el joven obispo de Bilbao, los de Oviedo y el de Madrid, que también lo fue de nuestra diócesis.

Para nadie es un secreto que a este Gobierno contradictorio que nos aflige no le gusta lo cristiano, pero al menos ha de tragar con su existencia como fenómeno social de secular arraigo y larga trayectoria, sustancia clave además en nuestra cultura occidental que nadie a estas alturas puede ignorar.

En este sentido, llama la atención que el partido principal, el Socialista que teóricamente sostiene el Ejecutivo, no muestre con contundencia su discrepancia con el modo iconoclasta y concesivo de gobernar que daña la trayectoria histórica de un partido democrático.

Volviendo a lo eclesiástico, quiérase o no determinante por su secular arraigo en nuestra sociedad, este comentarista destaca el talante positivo y conciliador que parece mostrar el cardenal arzobispo de Barcelona, hoy presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Respeto, perdón, tolerancia, entendimiento, comprensión, colaboración, "crear puentes"? Son conceptos recurrentes en las entrevistas al ya presidente de todo el Episcopado nacional, entendido como tal también el de Cataluña? Al menos, por ahora.

Don Juan José fue sin duda muy prudente y hábil al esquivar en sus respuestas algunas de las cuestiones que le fueron planteadas en prensa, radio y televisión sobre el acuciante problema del separatismo catalán. Acertado al responder y hábil al esquivar, No se le pude negar valentía al aceptar la presidencia de un Episcopado con el indisoluble marchamo de español. Sin duda es hombre del Papa. Y quien puede traerle a España.

Al nuevo presidente le esperan difíciles cuestiones y problemas en la Iglesia española, sobre todo en sus relaciones institucionales con este Gobierno sectario y desnortado: eutanasia, enseñanza, fiscalidad, el Valle de los Caídos, los bienes de la Iglesia, la memoria histórica, el sobrevenido conflicto catalán, la moral pública y por ahí adelante.

Suerte y acierto, señor cardenal. No pierda nunca la sonrisa.

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