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Cien años de soledad

Incursión al frente, por Evelio G. Palacio

Amanece, que no es poco. Una neblina envuelve Macondo antes de que despunte el día. La brigada de intervención rápida decreta generosa ventilación. Para despertar con buenos aires y mitigar el miedo con inspiraciones y expiraciones. Hoy toca incursión. Visita laboral a Oviedo. El alto mando pauta rigurosos preparativos para proteger al soldado Ryan, mantener a raya al enemigo y evitar que a la vuelta algún comando COVID entre emboscado en casa. Desayuno vitaminado para preservar la moral alta y elevadas las defensas. Zumo en abundancia, con medio limón incluido, recomendación de Celso. Y bizcocho casero. Una pita sigue en huelga, pero el resto cumple. Bravo.

La arriesgada escaramuza exige impedimenta. Gel desinfectante al hombro. Equipo de guantes y mascarilla activado. Las llaves, enclaustradas en la armadura de plástico. Ten cuidado. Con atención plena. Mira a ver dónde pones las manos. Estructúrate mentalmente cuando te muevas pensando en zonas limpias y sucias. Como los sanitarios. Esas son las órdenes confidenciales.

Él creyó haberlo visto todo el día en que le desalojaron de la cama. Ahora le expulsan de la casa como a un concursarte de "Gran hermano". El operativo exige montar en el cuarto de la calefacción un vestidor de campaña. Instrucción innegociable: dejar allí los zapatos y la ropa usada. Toda, de arriba abajo. Para proceder a labores de desinfección de suelas e introducción de prendas en la lavadora. Para la inmediata sustitución del uniforme por otro esterilizado. Para subir un tramo de la escalera exterior en chanclos y saltar luego a las zapatillas. Arriesgada empresa el día que llueva.

Nervios. Muchos nervios. El soldado Ryan teme liarse con tantas directrices y fracasar estrepitosamente en el intento. Agarra el volante como si le fuera la vida en ello. Le va la vida en ello. Por la autovía, algún coche y varios camiones. Desolador. La gasolinera del camino, blindada. Con carteles de advertencia en los surtidores y obligación de autoservicio. Solo dos operarios en la cámara de la caja. Antes eran legión. "La caída de las ventas ha sido brutal. Nos turnamos".

Una patrulla de control guarda la capital y exige el salvoconducto. Tráfico muerto. Hay quien rebasa los semáforos en rojo de aburrimiento. Él ejecuta el asalto con rapidez y eficacia. Retorna con la satisfacción del deber realizado. Impaciente por transmitir al generalato el éxito de la operación abre la puerta. Una imperativa voz, como la del poli monologuista, al que nadie ve y todo el mundo escucha, emerge desde la distancia: "Al cuarto de la calefacción".

José Luis, jubilado, población demográfica de riesgo, comparte confidencias desde Oviedo: "Estoy enjaulado. No puedo ir a segar ni atender las ovejas. Pretendí pasar la cuarentena en mi Macondo, donde había tenido la precaución de abastecer la despensa. Pero no estuvo de acuerdo mi mujer. Ya eché el ancla desde el primer día. Paso las jornadas con la escoba en la mano: por la mañana, la de barrer. Por la tarde, la de Heraclio Fournier. Y ya rallo zanahorias. A ver si no me fichan para el 87,5%".

En el condado, además de sacar en procesión a Rai y a su coche fantástico, ya colocan imágenes del Ecce-Homo en las ventanas. Misión cumplida.

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