Muchos españoles no comparten la percepción edulcorada de la realidad que dibujó el presidente del Gobierno en sus recientes intervenciones televisivas: que cuánto estamos ahorrando en queroseno; que la contaminación desciende; que qué bien nos funciona la red de fibra óptica; que qué buenos sois, seguid así, enclaustrados, que lo estáis haciendo muy bien, que ya vendrán los ERTE, los ERE y el engorde de la lista del paro y el cierre definitivo de pequeñas empresas, bares y comercios del día después, cuando ya nada sea como antes.
Los líderes de la oposición sacaron ayer a Sánchez a puntapiés de los mundos de Yuppi y le devolvieron a la sangrante realidad, como se puso de manifiesto en un Congreso de los Diputados en cuarentena donde se echa en falta a los que deberían estar y acuden los que deberían quedar confinados en sus casas (por cierto, ¿sería factible aplicar a sus señorías un expediente de regulación temporal de empleo? Si trabajan la mitad, que cobren el cincuenta por ciento).
Es bueno que el jefe del mando único, que algunas comunidades autónomas siguen cuestionando con ánimo torticero, arengue a la tropa; que trate de minimizar daños y levantar la moral alicaída, pero a la vez tiene que asumir la máxima responsabilidad en resolver con urgencia la desesperación de los sanitarios por la falta de medios; la angustia sepulcral que se vive en las residencias de ancianos; el temor de muchas empresas a la bancarrota; el pánico creciente de tantos trabajadores a perder su empleo.
