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Volver al Quijote

Una invitación a leer el clásico cervantino durante el confinamiento

Las recomendaciones de lecturas, tan frecuentes ahora en los medios para ocupar las horas del obligado confinamiento en el hogar, podrían llevarnos de nuevo a ese ejemplar del Quijote que muchos tendrán en sus casas, pero que quizá abandonaron en algún momento de su lectura, o a versiones del mismo en la red (como la magnífica edición del Instituto Cervantes, dirigida por Francisco Rico, accesible en cvc.es).

En mi recomendación de volver a los clásicos y, en especial, al Quijote, no quiero hacerlo aludiendo al tesón de su protagonista por seguir un ideal en circunstancias bien difíciles, lo que parecería pertinente en la situación que estamos viviendo. Quedarnos en ese estereotipo, pese a que podría venir muy al caso, supondría cercenar la novela cervantina y perder muchos otros componentes igualmente valiosos. Esa lectura del Quijote que se centra en el carácter simbólico de su protagonista, el ideal frente a la adversa realidad, es una interpretación que proviene de los románticos alemanes, que ha perdurado hasta hoy a pesar de que limita la comprensión de la novela cervantina.

Digámoslo claramente, esa interpretación romántica, que ha venido gravitando en la cultura española desde Menéndez Pelayo y que ha dado pie a brillantes tesis sobre la novela cervantina, se ha convertido en un obstáculo para el lector normal, porque en muchos casos no percibe con claridad las dimensiones que se le suponen. Es decir, no encuentra lo que resultaría esperable según ha escuchado tantas veces.

En efecto, el Quijote se habría convertido, desde el Romanticismo alemán, en un mito que sirve para expresar la dualidad del alma humana, la lucha de lo espiritual -lo noble, lo elevado- contra lo material. Para los románticos alemanes, el Quijote mostraría la poesía y la prosa de la vida, las dos facetas del alma humana, idealismo y materialismo, simbolizadas por don Quijote y Sancho, respectivamente. De ahí el uso en numerosos idiomas de términos como quijotesco y derivados, utilizados incluso por quienes no han leído la novela, para caracterizar empresas con los mejores fundamentos morales destinadas por desgracia al fracaso.

Al contrario que los ilustrados, que eran muy conscientes de que estaban combatiendo los valores aristocráticos, los románticos enaltecen la literatura y los valores medievales, el mundo caballeresco, las virtudes relacionadas con el honor, propias del mundo feudal.

La propia literalidad de las formulaciones que hace don Quijote de sus propósitos ("hacer bien a todos, mal a ninguno," "defender doncellas desamparadas") ha contribuido en gran medida a que veamos ahora los valores caballerescos de un modo idealizado. Pero los valores caballerescos, aristocráticos (valentía, pundonor, defensa del honor espada en mano), son valores de orden individual, no colectivo, en cuanto que orientados fundamentalmente a fines individuales (la gloria personal), no sociales. Por el contrario, el Quijote va a ser convertido en clásico, en la obra literaria de referencia, precisamente en el momento en el que la Ilustración propugna los valores sociales, orientados hacia la comunidad, los que persiguen la "felicidad pública," el bienestar común, frente a los ideales aristocráticos del Antiguo Régimen, que son los ideales de la caballería.

El mejor punto de partida para la lectura del Quijote es el de que no hay explicaciones absolutas. Si se libera del mito construido por los románticos, el lector común podrá disfrutar en su lectura del Quijote de todo aquello que habían percibido ya los grandes novelistas ingleses del XVIII y que les habría servido para construir la novela moderna.

Escritores como Fielding, Smollet, Stern, habían sido capaces de ir más allá de la lectura burlesca y percibir una construcción narrativa admirable. Habrían advertido en la novela cervantina, en primer lugar, un originalísimo desarrollo de la relación entre literatura y realidad. Una relación que se expresa fundamentalmente a través de dos caminos. Uno de ellos es el del llamado "principio quijotesco", la construcción de un personaje que interpreta la realidad a partir de un modelo literario claramente en desajuste con esa realidad: don Quijote percibe algunos aspectos de la realidad tal como aparecen en los libros de caballerías. Así, la venta no es una venta sino un castillo, los molinos de viento, gigantes. Ejemplos bien conocidos de algo de mayor calado: la realidad caballeresca que don Quijote quiere revivir no se corresponde en absoluto, por disparatada, con la cotidiana que encuentra en ventas y caminos. Como tampoco las ensoñaciones de Madame Bovary y Ana Ozores, basadas en la ingenua novela sentimental romántica, pueden encontrar correspondencia con el entumecido ambiente provinciano en el que viven.

El otro camino es el de la inclusión en la propia ficción del vínculo entre literatura y realidad. Es lo que ocurre, por ejemplo, al incorporar en la Segunda parte el hecho real de que hay lectores contemporáneos de la Primera, publicada diez años antes, de manera que Cervantes incorpora en la Segunda personajes que saben ya del comportamiento de don Quijote y Sancho, como el propio lector. Hasta los propios don Quijote y Sancho pueden escuchar las opiniones de los lectores transmitidas por un personaje nuevo de la Segunda parte, Sansón Carrasco. Por no mencionar que aparecerán incluso lectores de la falsa segunda parte, la de Avellaneda.

En el Quijote habrían admirado también la caracterización ambivalente de los personajes (don Quijote es loco y cuerdo a la vez; Sancho, simple pero ingenioso; los personajes no son enteramente malos ni por completo buenos), así como la ironía y el diálogo cómplice del autor con el lector gracias a la autonomía y capacidad irónica que Cervantes proporciona a la voz narradora, verdaderamente revolucionaria. Y, por supuesto, la amistad fraternal entre los dos protagonistas, muy alejada de la separación jerárquica entre caballero y escudero, que proporciona un rico y expresivo diálogo, que es la sustancia de la novela.

Por si no fuera bastante, advirtieron también la estudiada alternancia entre la historia cómica de don Quijote y Sancho con otras historias, sabiamente intercaladas, de asunto serio, en ocasiones trágico, convertidas en expresión de un contenido ético: la conducta de las personas afecta a la felicidad o infelicidad de los demás. La incapacidad de dominar una pasión provoca la tragedia o está a punto de ello: por ejemplo, la pasión amorosa, en sus distintas modulaciones, de Grisóstomo, de Cardenio, de don Fernando; o la pasión por lo absoluto de Anselmo, que no es capaz en su pernicioso afán de perfección de tener en cuenta las limitaciones de la naturaleza humana.

A la vista de todos los aspectos que acabo de esbozar, y de otros muchos que no es posible referir ahora, el lector encontrará motivos más que suficientes para deleitarse con la novela cervantina.

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